Opinión

La gramática de la arquitectura

Armando Arzuaga Murgas

04/02/2013 - 11:40

 

Carlos Castillo y Guillermo Bermúdez / Foto: A. Arzuaga MurgasHe aquí la impresión del que fue mi evento preferido durante los días del Hay Festival Cartagena de Indias. Algún lector se preguntará cómo una charla sobre arquitectura y edificios puede interesarle a un lingüista con voluntad de escritor. Pero ocurre que las edificaciones tienen también un lenguaje, nos dicen algo, nos revelan cosas ocultas o nos señalan elementos desapercibidos al resto de las personas. No es sólo el interés de alguien que se mueve en asuntos de conservación del patrimonio inmueble sino la auténtica búsqueda de conocimiento y fundamentos relacionados con una de mis líneas de investigación: el lenguaje de las edificaciones.

Guillermo Bermúdez, en diálogo con Carlos Castillo, habló sobre los aspectos comunes a la arquitectura y el lenguaje, y se refirió a lo que pueden ser los males de la arquitectura contemporánea en un tiempo que “prima el afán de aparecer en vez de ser”. Bermúdez procede de una numerosa familia nutrida por arquitectos y además de sus múltiples distinciones -entre las que se cuenta el primer premio obtenido en las Bienales de los años 1992, 1998 y 2004- tiene en su haber el diseño y construcción de la Biblioteca Pública El Tintal Manuel Zapata Olivella, y la Biblioteca Pública Julio Mario Santodomingo.

Es conveniente anotar que ambos edificios son hito en el urbanismo de Bogotá, en los días de la política de cultura ciudadana, no sólo por lo original y novedoso del diseño. Por ejemplo, haber utilizado casi en su totalidad una planta de tratamiento de basuras en completo abandono para darle un nuevo uso funcional, en un replanteamiento de la estructura para acoger, distribuir y procurar luz y ventilación a un lugar destinado a recibir público masivamente.

También está el hecho de haber creado un corredor de espacio público y zonas verdes entre dos construcciones similares y opuestas al mismo tiempo: ambas son bibliotecas públicas, pero mientras la una (El Tintal) cobija a un amplio sector de usuarios de estratos 1, 2 y 3; la otra (Santodomingo), con su teatro -en todo el sentido de la palabra-, se ha constituido en el mejor sitio para presentar verdaderos espectáculos escenográficos que no tienen cabida en los restantes teatros de la Capital, y a los cuales sólo pueden asistir los miembros de la élite social bogotana.

En efecto, Bermúdez señaló que arquitectura y lenguaje confluyen en un destino común, lo cual implica -en sus palabras- cinco aspectos, a saber: 1° Hacer y/o pensar la ciudad, labor que supone sensibilidad estética y manejo apropiado de sus respectivos lenguajes. 2° Hay una ética que vincula ambos oficios. 3° Donde está el hombre está lo doméstico. Por lo mismo, y evocando a Le Corbusier -“el arquitecto de la luz”-, de quien Bermúdez es consumado admirador, “Una buena habitación es aquella donde uno puede sentirse en la naturaleza” ya que “la luz también es paisaje”. 4° La arquitectura construye edificios, la literatura construye imágenes. Así pues “Un buen edificio debe ser cómodo”, tal como la buena literatura contiene bellas imágenes; por eso “comodidad y belleza deben ir de la mano”. 5° Ambas recrean la belleza.

Indiscutiblemente, la arquitectura urbana planteada en estos términos redunda en una ciudad pensada para sus habitantes. Quise preguntarle al terminar la charla cómo pueden influir los grandes arquitectos en el diseño urbanístico de nuestras ciudades infestadas de constructores mediocres que sólo construyen a lo Miami (casas blancas con ventanas azules) porque es lo que está “de moda”. Su respuesta es aguda: “Sólo podemos influir a través de nuestras obras mismas, porque desafortunadamente, en Colombia la arquitectura se ha vuelto destruir lo que ya está construido”. Y precisó “Que los políticos hagan la ciudad tiene una incidencia peligrosa”.

Por supuesto, cuando hice esa pregunta tenía el Centro histórico de Valledupar en mi mente. La negligencia y/o miopía de nuestros dirigentes y en general de la comunidad, tiene a la Ciudad sumida en el desinterés por esas 25 manzanas históricas que constituyen su adolorido corazón. Para dar una idea, en diciembre pasado el Concejo Municipal aprobó el nuevo Estatuto Tributario, y una vez más, excluyó a los residentes de las manzanas coloniales ubicadas alrededor de la llamada “Zona fundacional” de recibir incentivos tributarios que compensen la conservación de las edificaciones.

Dicha exclusión se basa en un equívoco que desconoce el Acuerdo 039 del 09 de septiembre de 1993, todavía vigente, pues el POT actual no lo deroga. Sin embargo, prevalece el temor de que al modificarlo no se solucione el problema de fondo sino que se adecúe la norma a intereses comerciales que potenciarían la construcción de edificaciones que no respetan el perfil de las residencias de forzosa conservación -como de hecho ocurre-, con respecto a las cuales debe determinarse la configuración urbana del Centro histórico.

Así pues, mientras el POT de una ciudad como Bogotá dice al respecto “(…) El Centro de la ciudad será un espacio ambiental, histórico, cultural, turístico, residencial, económico, administrativo, comercial y de servicios con un alto nivel de competitividad, vocación de liderazgo estratégico y referente cultural de la región”, en Valledupar esperamos con verdadero optimismo que el PEMP, conscientemente diseñado y ejecutado, redunde en beneficio de los habitantes, sobre todo en cuanto a conservación de inmuebles y espacio público se refiere.

Este tópico del espacio público merece ser tratado con mayor amplitud en columnas posteriores, pero a propósito comentaba Daniel Bermúdez: “Si no hay espacio público antes de la densificación de la ciudad, nunca habrá espacio público”. Y si no hay espacio público, la ciudad busca la forma de hacerle saber a sus habitantes -las ciudades tienen sus mañas, concluyó Bermúdez- que lo necesita, clama a gritos por él en su peculiar lenguaje: sólo es cuestión de observar detenidamente cómo las personas buscan sosiego en la periferia, en los suburbios, en las casas de campo, y sabremos que la ciudad está enferma.

 

Armando Arzuaga Murgas

Sobre el autor

Armando Arzuaga Murgas

Armando Arzuaga Murgas

Golpe de ariete

San Diego de las Flores (Cesar). Poeta, investigador, gestor y agente cultural. Profesional en Lingüística y Literatura por la Universidad de Cartagena. Formador en escritura creativa.  Premio Departamental de Cuento 2010. Miembro del Café Literario de San Diego. Coordinador del Centro Municipal de Memoria de San Diego-CEMSA. Integrante de la Fundación Amigos del Viejo Valle de Upar-AVIVA. Colaborador habitual de varios medios impresos y virtuales.

@arzuagamurgas3

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