Opinión

Dos recuerdos de Juan Gelman

Niko Schwarts

10/04/2014 - 12:30

 

Dos recuerdos de Juan Gelman

Juan GelmanMe golpeó duro la noticia de la muerte de Juan Gelman apenas regresé de México, precisamente. Estuve allí desde los primeros días del año para conocer a mi preciosa bisnieta Daniela. En algún momento pensé ponerme en campaña para encontrar a mi viejo amigo, pero las derivaciones familiares me ocuparon todo el tiempo. Entre otras cosas, tuve oportunidad de ver la profunda huella que dejó entre los docentes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) la labor desplegada allí en los años del exilio por la profesora Lucía Sala de Tourón, que los actuales catedráticos de historia consideran su maestra. Ahora me arrepiento de no haber intentado encontrar a Juan Gelman, en los que habrían de ser sus últimos días de vida.

Quiero contarles a su respecto dos episodios que no aparecen en la serie de notas y comentarios de todo tipo que desde el 14 de enero inundaron los medios de difusión a nuestro alcance, todos ellos impregnados de una pena infinita y de una elevada valoración de su obra como poeta y militante de los derechos humanos, todo mezclado, de una sola pieza.

Lo conocí en Buenos Aires el día en que Arturo Frondizi asumió la presidencia, en mayo de 1958. La Asociación de la Prensa Uruguaya (APU), de cuyo Consejo Directivo yo era miembro desde la aparición de El Popular el año anterior, resolvió enviar una nutrida delegación a ese evento. Por iniciativa de su dirigente más caracterizado, Carlos Borche, concurrimos en un barco fletado por ANCAP, que entró haciendo sonar su sirena al puerto de Buenos Aires. Como habíamos convenido previamente con Isidoro Gilbert, periodista de raza y escritor, que fue durante años corresponsal de La República en Argentina, nos encontramos en un boliche porteño con Juan Gelman, que entonces pertenecía a la Federación Juvenil Comunista, a la cual se había afiliado con 15 años en 1945. Tomamos algo y hablamos de la peculiar situación argentina. Frondizi había sido electo con los votos de los peronistas, que estaban proscriptos desde el golpe de Estado del general Aramburu y el almirante Rojas en 1955, que derrocó a Perón, reelecto en 1951.  Después fuimos a la sede del Partido Comunista Argentino, en la calle Entre Ríos 1038. Allí conocí a Victorio Codovilla, que había sido dirigente de la Internacional Comunista para América Latina y ocupaba entonces la secretaría general del PCA.

De esa primera época recuerdo de Juan Gelman su libro de poemas “Violín y otras cuestiones” que me regaló, y que por milagro todavía conservo, amarillento y con marcas y subrayados. Es un ejemplo de poesía libre, no atada a modelos, reglas ni convencionalismos de ningún tipo, absolutamente original, características que conservó, sin cesar renovadas, en su copiosa producción posterior.

Osvaldo Bayer cuenta que en esa época él trabajaba en la redacción de Clarín –todavía en vida de su director fundador Roberto Noble- junto con Juan Gelman y con el enorme poeta y precursor Raúl González Tuñón, que Gelman reconocía como su maestro. Señala que en esa época discutían hasta las madrugadas con Gelman en un café de Uruguay y Corrientes –que no existe más- sobre comunismo y dictadura del proletariado por una parte e igualdad en libertad por otra. Posteriormente escribieron juntos el libro “Exilio”, poesía y prosa, respectivamente.

El presidente Arturo Frondizi inició el día señalado su mandato, lo oímos en el discurso pronunciado ante el Congreso. Unos años después adquirió notoriedad al recibir en Buenos Aires en forma reservada al Ché Guevara tras su participación en la conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES), organismo dependiente de la OEA, en Punta del Este, en agosto de 1961. Véase cómo todo se va uniendo.

Mi segundo encuentro con Juan Gelman tuvo lugar en Montevideo en el marco del encuentro “¿Qué hacer por amor al arte?”, organizado por el Partido Comunista uruguayo en el período de la recuperación democrática después de la dictadura fascista. El acto inaugural se realizó en las escalinatas del Parque Rodó  el 17 de setiembre de 1988 y en la oratoria intervinieron  el director teatral Atahualpa del Cioppo y el profesor y hombre de teatro Ruben Yáñez (que habían dirigido la labor del elenco de El Galpón en México y en países de América Latina durante la dictadura), el poeta Washington Benavides, el escritor y crítico Mario Delgado Aparaín y “el gran poeta argentino Juan Gelman”, como reza la convocatoria, como único delegado extranjero. La intervención de fondo estuvo a cargo de Rodney Arismendi.

Todos los detalles pueden encontrarse en un libro de valor inestimable publicado por editorial Pueblos Unidos al año siguiente bajo el título: “Rodney Arismendi: Sobre la enseñanza, la literatura y el arte. Pequeña recopilación”, que contiene además: el texto del discurso pronunciado por el dirigente comunista en el homenaje que se le tributara al cumplir 75 años; su intervención en Casa de la Cultura al inaugurar su nueva biblioteca con aportaciones de las bibliotecas de Jesualdo Sosa, Manuel García Puertas, Leonor Álvarez y Alba Niemann; un texto publicado en el diario “Justicia” en 1944 ante la muerte de Romain Rolland; “Mi amigo Paco Espínola”, texto del discurso pronunciado en el Teatro Macció de San José el 27 de junio de 1985, a los 12 años de la muerte del gran escritor maragato; un texto sobre el intelectual argentino Héctor P. Agosti; señeras intervenciones parlamentarias, algunas de ellas en interpelaciones memorables, sobre la Universidad del Trabajo, en defensa de la escuela laica, en homenaje a la Universidad, a sus autoridades y a su estudiantado, y en la discusión de la ley de educación; más un texto de enorme valor como Encuentros y desencuentros de la Universidad con la revolución, así como un diálogo con los médicos, entre otros materiales.

En su intervención inicial en “¿Qué hacer por amor al arte?”, Arismendi decía que se trataba de un encuentro “sin informes ni tesis, abierto a la meditación y al diálogo” y expresaba el anhelo de que “esta asamblea se eleve a la riqueza de todos los puntos de vista” y  a “una reflexión sin fronteras”, para concluir en que “venimos a reivindicar la más plena libertad de creación” y una “concepción comprensiva para la infinitud del arte”.

No conservo ningún material escrito de la intervención de Juan Gelman en esa instancia, pero sí la impresión muy clara de que se sentía allí en su elemento, como el pez en el agua. Porque esa concepción de libertad plena, sin esquematismos ni ataduras de ningún tipo, coincidía plenamente con la que había comenzado a ejercer y en la que siguió, escribiendo poesía hasta, literalmente, el último día de su vida.

Por cierto que seguí paso a paso la lucha obstinada de Juan Gelman por recuperar a su nieta contra todos los obstáculos. Aquí quiero citar solamente la actitud regresiva e inhumana del presidente Julio María Sanguinetti, un baldón imborrable sobre su conducta. Tuve el gusto de encontrar a Macarena una tarde en la sede del Frente Amplio, acompañada por el canciller Luis Almagro, y de enviarle mis saludos a su abuelo.

A la producción poética de Juan Gelman, hay que agregar su labor periodística de los últimos años, que hemos venido siguiendo en particular a través de las contratapas de Página/12 y que ha contribuido a esclarecer los grandes temas internacionales hoy en debate. En este ámbito es la suya una escritura de otro tipo, tersa, rigurosa y minuciosamente documentada en sus fuentes originales, lo que no impide que sobrevuele a menudo, como chispazos, la belleza de la expresión literaria y un leve toque irónico y cachador, al estilo de Gotán.

Al morir, Juan Gelman dejó dos libros listos para ser editados, que se agregan a su antología Poesía Reunida publicada en el año 2012 en México, integrada por 30 volúmenes y 1.328 páginas. Se trata de la edición mexicana del poemario Hoy, que contiene varios poemas más que los presentados en Argentina hace unos meses, y el inédito Amaramara, dedicado a su esposa Mara la Madrid. Los premios literarios que recibió están asociados, nada menos, que a los nombres de Juan Rulfo, Pablo Neruda y Cervantes.

De las múltiples expresiones bellas y sentidas que se vertieron en homenaje a Juan Gelman, me quedo con las de la escritora Cristina Pacheco: “Frente a la muerte de Juan, las palabras guardaron un minuto de silencio”.

 

Niko Schvarz

 

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