Literatura

Un nombre: Matilde Espinosa de Pérez

Bella Clara Ventura

20/01/2015 - 07:30

 

Un nombre: Matilde Espinosa de Pérez

Matilde Espinosa / Foto: El TiempoCuando una revista de letras se acerca a un nombre para posar sus intereses y hacer de su hallazgo, su mejor artículo, detiene su mirada sobre la trayectoria de algún personaje, o en la última publicación de un libro de algún escritor de fama, o simplemente, busca que su artículo llegue al alma de sus lectores por medio de un agente de la cultura que deje huella a su paso, haciendo alarde de malabares con las palabras.

Todos estos argumentos se reúnen en el caso de una Matilde Espinosa de Pérez, que cuando tenía alta edad,  detestaba que mencionaran esa parte, ya que insistía que la energía no tiene edad y su luz cabía dentro de la mayor fuente energética. Nunca confesó sus años de vida, alegaba que a nadie le interesaba su fecha de nacimiento porque el saberla o no, no cambiaría su visión del mundo y con los números la gente resulta haciendo cábalas equivocadas.

Se piensa que a una cierta edad las neuronas no reciben la misma irrigación y, por lo tanto, la mente se extravía, Matilde comprobaba lo contrario, desafiaba el tiempo y los prejuicios. Se colmaba de metáforas para hacerle el quite a la existencia, aun cuando ésta la hubiese llenado de dolores. Sabía capear cualquier situación por penosa que se le presentara.

Fue huérfana de hijos y viuda de un hombre prestante luego de haber sido una esposa maltratada por el padre de sus dos hijos, un pintor de color y fuerza, quien la llevó a París y le dio vida de sinsabores. Luis Carlos Pérez la rescató en esa etapa de su existencia para brindarle apoyo y amor hasta el final de sus días. Fue hombre de bien y maestro de los valores, un abogado que peleó la suerte de la amada para acompañar su poesía y su nueva vida. Matilde siempre le dijo a la vida que con su fuerza abriría puertas para introducir su nombre en todas las páginas literarias. Se posesionó como una incansable trabajadora del verso, lo calentaba en la mañana y lo arrullaba en la noche para dejar que despertara nuevamente con el peso de la sabiduría  cargada de estrellas y del brillo de la luna, madre de la inspiración. Una musa que no conoce el reposo. A Matilde le publicaron 14 libros, 14 joyas que la acreditan como la poeta del siglo en Colombia.

Nace en un pueblo del olvido, Tierra Adentro, la zona deprimida del departamento del Cauca donde indígenas y colonos se hacen uno en la lucha cotidiana por un bienestar que les resulta esquivo. Su madre, María Josefa Fernández de Espinosa, una de las primeras maestras blancas en la zona se dedica como un sacerdocio a la enseñanza, sigue la ruta de la selva por el amor a un hombre. Desde sus primeros años, Matilde sorbe la savia de la naturaleza. Se mimetiza con los árboles y juega con los animales. Se viste de fiesta cuando su madre le arrima cuentos al oído, los mismos que harán en su mente un derroche de imaginación.

A temprana edad muestra una inclinación por la justicia, se abandera por las causas difíciles y toma la rienda de buscar el voto para la mujer en un país que no daba oportunidad de voz a las féminas. Se les clausuraba la entrada a la universidad y se cuestionaba su libertad. Bañada de ríos de violencia por las historias que se colaban en su entorno, desde siempre supo que su sino sería cantarle al necesitado, hacer de sus notas las más altas para ser escuchadas en otros continentes y traer por medio de la palabra, el alivio necesario. Se rebela contra sus males, se divorcia en un época donde: “el basta ya” para una mujer era frase prohibida. Rompe el esquema de sumisión y talla un nuevo camino de independencia. Su grito sirve como paradigma para otras que no se atreven a ponerle coto a la violencia en casa.

Mujer de verso tardío, como ella misma confiesa: “no empecé temprano, tal vez porque  estaba recogiendo vivencias antes de plasmar mi sensibilidad”. Amalgama experiencias propias y ajenas para arrojar sus poemas a los cuatro vientos. La variedad de su temática poética la sitúa muy pronto entre las grandes, aunque ya estuvieran figurando otras mujeres. Su poder de convocatoria le dibuja un halo de magia. Irrumpe con el verso libre para dejar constancia que el vuelo es desde la esencia. Sus versos pletóricos de ritmo la hacen danzarina de la palabra y dueña del mundo. Crea sus propios universos dejando al descubierto una sensibilidad que la nombra mujer inmensa. Aún en su partida, sigue resonando con su poesía porque todo la tocaba, desde la ceguera de un niño hasta la crisis del hombre frente a su destino y su planeta. Abarcó los temas con el sesgo de quien todo lo sabe desde el adentro, con esa sabiduría que se quiere milenaria para poner de manifiesto que el ser desde que se puso de pie, empezó a cuestionar a las estrellas sobre sus pasos. Hablar de Matilde Espinosa llevaría páginas enteras de deleite sobre una mujer que se anticipó al sol. Cada mañana despertó con un brillo renovado que nos permite todavía degustar sus metáforas y su infinita necesidad de cantos a sus congéneres, desde esa solidaridad que la dibujó con magnitud de profeta. Desde niña conoce los misterios y los mundos espectrales porque de ellos se nutrió y trascendió con el verso al desnudar al hombre. No existe tema que su voz poética no haya acariciado para darle el tono de universalidad a su fantasía poética

La parte humana que imprimió su geografía interior nos remite a una mujer viajada, que desde sus veinte años toma el rumbo del río Sena. Con su primer esposo, un pintor de talla internacional Efraín Martínez, vive 3 años en París, donde nacen sus dos únicos hijos, que luego por extrañas circunstancias la vida le arrebata en un mes de septiembre, mes fatídico para ella, ya que las muertes sucedieron con un año y un día de intervalo. Cada año se recogía en su dolor y pensaba en otras madres que pasaron y pasan por el mismo trance. Suman muchas en Colombia. Su hijo menor se accidentó contra una tracto mula en una carretera de la Costa Atlántica donde los conductores de camiones no siempre vigilan el timón, el segundo, como si su hermano le hubiese hecho un llamado, es asesinado por un sicario para silenciar una voz de justicia que denuncia a los corruptos o gente sin moral ante el micrófono, guiado por una madre que quiso lograr una sociedad más justa. Obedeció a la época donde se silenciaba al que era estorbo para el hombre fuera de la ley, como se mata a una gallina para hacer una sopa de vísceras.

Tristes temporadas de violencia que azotan a Colombia desde hace más de 60 años y que dejan a los homicidas libres como el viento buscando nuevas víctimas y no permitiendo un desarrollo de equilibrio para una patria herida de muerte. Esos dolores que en otros seres más débiles hubiesen borrado su mente o llevado hasta la casa de reposo, en la sensibilidad de Matilde crea una fuerza de león que no desea venganza sino la necesidad de estar alerta sobre los procesos de su amada Colombia para defender a sus semejantes de nuevos atropellos. Su voz cantante lleva la delantera para hablar sobre los muertos, sobre el dolor del mundo y los huracanes que devastan la entraña de la generosidad.       

Abuela de uno de los mejores managers de cantantes públicos del planeta, Fernán Martínez Mahecha, conocido como promotor de Julio Iglesias, Enrique Iglesias y Juanes, declara públicamente que su abuela es el ser más inteligente que él haya conocido y no nos cabe la menor duda que en su universal trajinar se le han presentado demasiados rostros para no conocer la diferencia. Me uno a su concepto, ya que le conocí de cerca la viva inteligencia que nunca la desamparó como tampoco los anhelos de seguir entregando sus ideas, siempre de avanzada para que las mujeres la pudiéramos tomar  como el mejor paradigma en sus posturas vanguardistas. En la intimidad vivió su soledad, a veces con nostalgias y otras con la firme promesa que harían de su dolor la metáfora del momento. Se montó en cualquier motivo para esculpir en el nuevo siglo los afanes de todos los mañanas, como una vidente sin escoba.

Importante recrearnos sobre su obra para entender de donde sale su dimensión y apreciar la hondura de sus versos.

Entre más hurgo sus orillas, más salta a los sentidos que esta mujer no sólo fue una anticipada a su época sino a cualquiera. Y casi chorreando su existencia sobre 3 siglos, a manera de metáfora, nos comentó que el hombre a pesar de sus inventos cada día se hace más flojo, más máquina y menos humano. Le preocupó el devenir de este hombre que se despersonaliza y cada vez atiende menos a sus hermanos y ni decir a los vecinos que lo tienen sin cuidado. Filósofa por naturaleza, escudriñó cada momento las noticias del mundo y filtró sus pensamientos en los poemas. Le cupo en el espíritu el sótano del mundo y en la mente el laboratorio poético para intentar transformarlo con llamados de atención líricos y pertinentes, donde acomodó trastes viejos e ideas nuevas.

Su obra se inicia con la publicación de: Los ríos han crecido (1955), Por todos los silencios (1958), Afuera las estrellas (1961), Pasa el viento (1970), El mundo es una calle larga (1976), Antología de Matilde Espinosa (1980), Memoria del viento (1987), Estación desconocida (1990), Los héroes perdidos (1994), Señales en la sombra (1996), La sombra en el muro (1997), Espejo en la sombra (1998), La ciudad entra en la noche (2001), Tierra oscura (2003).

Es antologada en diversas publicaciones a nivel internacional y nacional y con la presencia de varias medallas en su honor que le cubrieron el pecho sin aumentar su ego si no convirtiéndolo en el estímulo para seguir escribiendo y haciéndolo lo mejor posible desde su alma cantarina. Considerada la voz de la musa más auténtica y elevada, transcribimos algunos de sus versos:

De “Los ríos han crecido“(1995), el poma El agua que nos riega su verso: “Doncella de las rocas, niña sin sombra entre la hierba verde, estalactita sorprendida en las manos oscuras de las grutas. Azahar de la antigua corona de la tierra, nodriza del arroz y de las barcas, peinadora de musgos y de sauces, espejo tembloroso donde el mundo contempla su rostro innumerable. Cuando rompes tus venas en mi cuerpo pienso en la sed del mundo, en su pecho quemado y en el duro estandarte de sol en los desiertos”.

Del mismo tiempo, el poema Éxodo que dice: “Prendido de los montes y la niebla, como racimos que engendra la noche, adelgazan su sombra en el camino. De sollozo en sollozo, de pregunta en pregunta, la vida es un recuerdo que se quiebra, de abismo a piedra, de alambrada a llama. Allá quedó la aurora desgarrada”. 

En “Afuera las estrellas” (1961), poema Mujeres: “Aquí en mis brazos humo de antigua suplicante si miro por sus ojos trasciendo soledades, si digo sus palabras oigo el trigo quemado. Todas tienen secretos que entregan a la noche entre llanto y las manos. Alguien ha descendido hasta sus lechos, anclas para el amor crucificado. Porque son la memoria dolorosa sus voces se confunden con el agua. Quién desvela sus quejas de campana, no será el corazón, válvula ciega porque ellas fueron migración, transito de la entraña deslumbrada”.

En 1970 de su libro “Pasa el viento” recogemos el poema Un día: “Un día se borrará el paisaje, se apagará la luz para mis ojos. Debajo de la tierra, de la fría tierra buscaré otras raíces. Tal vez las venas de un amigo, tal vez la sangre compartida de alguien que amé al respirar la brisa o al mirar al cielo de promesas inocentes, el cielo pesado de las lluvias o de las nubes, sudario de los pájaros. Un día, quizá, de campanas luminosas, alguien dirá cómo se escribe el nombre de una mujer, que fue un poco sólo un poco de ternura dispersa, de ala glamorosa pidiendo ser no más, viento que pasa”.

Otros versos  del mismo poemario del poema “El niño que se quedó ciego”: “Ya todo será igual, nubes y mariposas y el mundo habrá perdido los júbilos de un niño que hizo revoluciones con los pájaros. Y seguirá en naufragio la fiesta de las hojas con el viento y el pueblo de cometas y los nidos dormidos o deshechos. Nunca tuvo la luz mayor tristeza ni mayor soledad tuvo el color”.

En “La ciudad entra de noche”, en el poema La guerra escuchamos estos versos: “Sobre el mundo, la guerra. Sobre la palabra, la guerra. Sobre la mujer que mira al hijo, la guerra. Letanía innumerable como el diluvio que vendrá. La guerra trastorna a los oficiadores del desastre. Cambia el paso de los hombres y pone el delirio de sol en la corneta de las ondas marciales. Se olvida de qué lado palpita el corazón y ve correr la sangre como rueda la arena en la pendiente. Muerde las montañas y agota sus manantiales puros. La guerra como la muerte no tiene predilectos, es insaciable, devora como los huracanes. La guerra es ególatra, sólo habla de sí misma. La guerra no cabe en ninguna relación mítica. El dios de la guerra es la negación de los astros. Los hombres la inventaron y ganaron la ferocidad sin nombre, el universo se cubre el rostro. Así la guerra rompe los ojos y los oídos del mundo. La escalera hacia el infinito nada devuelve. El dolor camina y no hay tiempo para apagar su llama”.

En “Tierra Oscura”, en su poema Recuadro, nos dice: “Ladra un perro prisionero y el niño de la calle indaga y canta. En la lejanía, la esquirla rompe el silencio y llora el aire. Suben los murmullos envueltos en neblinas y descienden los miedos buscando un rincón, un rodaje oxidado, un paraguas de sombra. La reliquia apretada sobre el temor y el pecho suspira largamente. Se ajustan los recuerdos, aromas ondulantes, angélicas criaturas sobre las piedras blancas y el coro de las voces que no llegará nunca”.

Mujer que  se adelantó a la tragedia del mundo, su alma lloró estrellas cuando amanecieron los días con lluvia y conmovieron su corazón de niña adolorida. Profetizó que el hombre se hace cada vez más a su soledad donde entierra su voz de ángel para regresar con el aliento en llama.

Como el tiempo resulta inclemente sobre todo en los ancianos, antes de cerrar sus párpados estuvo escribiendo un poemario cuyo título quedó sin respuesta debido la parca que le rondaba desde hacía unos meses. Sabemos que sus versos siempre hicieron y siguen haciendo temblar al huracán y su voz poética jamás dejó de sostener en la palabra la última frase sobre el malestar de su semejante. Se inundó de versos para hacerle el quite a la cotidianidad, ejercicios que realizaba aún con sus ojos cansados de lectura prestos a apagar su visión. Nunca dejó de soñar con nuevos universos donde el canto con su oda abierta dejará el cielo en el aplauso.

Y en su tumba sembrada de versos rezan las flores para que su alma inmortal siga siendo luz y nos asombre cuando en cada nube leamos su nombre, ya escrito para siempre en el corazón de sus lectores o de aquellos que con el tiempo la descubran como la gran maga de la palabra en Colombia que supo trascender fronteras y límites en el alcance de su lirismo que no descansa.

 

Bella Clara Ventura

Acerca de la autora: Bella Clara Ventura (Bogotá, Colombia). Poeta con más de diez libros publicados, entre poemarios y antologías, directora y productora de cine, laureada en varias justas, novelista con cinco obras editadas entre las que destacan “Almamocha” y “Armando fuego”.

1 Comentarios


Elkin Franz Quintero Cuéllar 21-03-2020 02:56 PM

Muy buena tarde. Quisiera saber más sobre Matilde Espinosa. Estoy en una investigación sobre su vida y obra

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