Turismo

San José de Oriente, un remanso de paz en el Cesar

Ubicado a poco más de treinta minutos de Valledupar, y a 15 kilómetros de La Paz, el pueblo de San José de Oriente se asemeja a un tesoro escondido en medio de las montañas.

Los duros años de la violencia hicieron de este lugar una aldea aislada, pero hoy su más bello rostro se deja observar por los turistas y visitantes que quieren disfrutar de un momento de descanso.

Desde lo alto de las montañas, cuando todavía el pueblo parece una simple hilera de casas desperdigadas por la verde vegetación, un mensaje escrito en una roca enorme nos anuncia el carácter acogedor de su gente: “Bienvenidos a San José de Oriente”.

El interior del pueblo ya se hace visible, su calle principal nos sonríe, y de inmediato sentimos el frescor de una ciudad que contrasta con el resto del departamento.  Aquí parece que estemos en un microcosmos, un país dentro de otro, que ha crecido independientemente de los hechos más notorios.

El empedrado de la avenida principal es un testimonio del esfuerzo por mantener un orden y una estética. Todas esas piedras componen un cuadro romántico que se asocia perfectamente con los locales comerciales.

Tiendas de ropa, billares, panaderías y colmados se suceden de una manera estrafalaria y nos invitan a la reflexión: ¿Cómo pueden haber tantos comercios en una población tan pequeña?

En la entrada de las casas y de las tiendas, las gentes más diversas esperan, observan y, de vez en cuando, conversan. Las conversaciones son lacónicas: un saludo, una sonrisa, un apretón de mano, unos breves comentarios y las miradas vuelven a enfocar el entorno de una ciudad empedrada hasta sus más lejanos límites.

La contemplación parece ser un deporte local practicado con elegancia y discreción. Algunos señores de edad avanzada se acercan y nos dan la bienvenida. Unas jóvenes adolescentes desvelan algo de expectación.  Todos son rostros interrogativos que muestran interés por el viajero.

Queremos tomar un refresco y unos habitantes nos recomiendan el local de Polo: una casa abierta con una nevera enorme. El hombre nos ofrece sus productos estrellas: la chicha de maíz y las paletas de coco. Las atesora en la nevera para mantenerlas frías y cada vez que alguien se acerca se apresura en mostrarlas.

Polo es uno de los grandes testigos de los cambios de este pueblo. Originario de Ocaña, el comerciante nos explica que la mayor parte de los habitantes proceden del interior y, por ese motivo, tienen una tez más clara.

“Diez años atrás –nos explica Polo–, nadie llegaba aquí. La guerrilla tenía este pueblo encerrado. Cuando llegaba el camión de Postobón o el de la leche, desaparecía inmediatamente”.

Hoy, sin embargo, todo ha cambiado. San José de Oriente es un remanso de paz en el Cesar. Su tierra fértil garantiza unas cosechas constantes a sus trabajadores agrícolas y, con la facilidad que existe para viajar de una ciudad a otra, llegan visitantes de La Paz y Valledupar.

La Piscina se convierte en el centro de entretenimiento durante los fines de semana. En realidad ese término se refiere a una zona destacada del río que atraviesa el pueblo. Ahí los habitantes se encuentran a menudo y comparten las últimas anécdotas. Los jóvenes revolotean y juegan con el agua. La música, cómo no, también tiene su espacio destacado.

Si bien todavía no existen hostales que permitan una estadía de varios días, el lugar es perfecto para una tarde de descanso. En San José, el tiempo tiene una dimensión distinta. Los relojes avanzan con un aire de tranquilidad y, sin embargo, mantienen el mismo pulso.

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