Ocio y sociedad

Parientes olvidados en los laberintos de la guerra

María Ruth Mosquera

19/07/2016 - 06:20

 

Iba atado por el cuello con una cuerda, halada por otro hombre que lo llevaba “como a una mascota”. Iba demacrado, dejando a su paso una estela de sufrimiento y desventura, un reflejo de hambre que inundaba el espacio con el grito silencioso del dolor gélido provocado por la bravura inclemente de la Sierra Nevada. Vieron cuando la montaña lo envolvió y tuvieron el raro presentimiento de que “ese pobre muchacho” no lograría encontrar la salida de ese laberinto… Esa es la última referencia real que se tiene de él.

Algunos alcanzaron a distinguirlo. Era Ismael Hinojosa Vence, conocido como ‘Noño’, un muchacho oriundo de Patillal, corregimiento del norte de Valledupar (Cesar), descrito por varios de sus amigos como “un pelao´ alegre, parrandero y enamorador, querido por el pueblo”, que encontró su mala hora el 24 de septiembre de 2001, cuando cayó en un retén instalado por la guerrilla en la vía Valledupar-Patillal, cuando viajaba hacia su pueblo para cumplirle una cita a la Virgen de las Mercedes.  

Al día siguiente del plagio lo habían separado de su tío y su primo, César Hinojosa Gutiérrez, ‘Checha’, y Roberto Enrique Arias Rojas, ‘Robe’, quienes compartieron con él el infortunio caer, en diferentes circunstancias, en manos de personas que les enseñaron los límites de crueldad a los que puede llegar el ser humano.

Esa ‘pesca’ les había partido en dos la vida no sólo a ellos sino al pueblo, que ese día se despidió de la paz y quedó sin fuerzas, esperando algo incierto, porque en cada mente rondaba el amargo presagio que ellos nunca volverían.

Patillal entero se ha obligado a estar sin ellos, a no preguntar por su paradero, a resignarse con la hipotética verdad que un día ‘trajo la brisa’ de la Sierra: “Los muchachos fueron ajusticiados y sepultados en un sitio llamado ‘Río Badillo’ en cercanías a una finca panelera”; sin embargo, nadie tuvo fuerzas ni valor para ir a comprobar si en realidad sus cuerpos estaban ahí, aunque en los rincones de un corazón materno permaneció por muchos días ‘acurrucada’ una esperanza, susurrándole que estaban vivos y que algún día el martirio de la espera terminaría. Pero no fue así. 

Testimonios de sobrevivientes del secuestro dieron cuenta de cómo desde el primer momento fueron separados del resto del grupo y conducidos montaña adentro con la presión psicológica de un destino mortal. Han pasado quince años y la verdad sobre su desaparición sigue tan empañada como la madrugada en que vieron a ‘Checha’ y a ‘Robe’ alejarse por una pradera y la noche en que a ‘Ñoño’  se lo tragó la montaña.

“Duele que no estén con nosotros; pero es más torturante la incertidumbre de no saber qué pasó con ellos. Es peor que cuando te matan un familiar porque lo puedes enterrar y llevarle flores al cementerio, pero esta falta de saber la verdad nos está acabando”; dijo un tío acongojado que pasado mucho tiempo seguía llorando ante la silla vacía de Ismael en el comedor. “Esto ha sido muy doloroso”.

Es un dolor que viven solos porque no existe una investigación ni una acción de la Justicia para ayudar a encontrarlos vivos o muertos, puesto que la única relación jurídica que existe de sus nombres es la citada en el proceso seguido contra miembros de las Farc por el secuestro y posterior asesinato de la ex ministra de Cultura, Consuelo Araújo Noguera, donde se nombran como víctimas del delito de desaparición forzada, imputado a los condenados, tanto de la cúpula del grupo guerrillero como del Frente 59, presente en la zona:   “Y a Samuel Galvis Arias, alias Tigre o Ricaurte, como coautor de los delitos de secuestro extorsivo (en contra de Consuelo Araújo Noguera y las otras personas retenidas) y desaparición forzada (en contra de César Enrique Hinojosa Gutiérrez, Ismael Hinojosa Vence y Roberto Enrique Arias Rojas)”, dice un aparte de la sentencia.

La desaparición ‘seleccionada’ de los tres muchachos, las condiciones de tensión que se vivían en su pueblo y los hechos acaecidos ese día, incrementaron el miedo que los patillaleros cargaban sobre sus hombros, la gente quedó sin ganas de hablar de eso y quienes hacen comentarios breves prefieren mantener sus nombres en el anonimato.

“El pueblo se resignó y no intentamos reclamar nada, ni buscar los cuerpos porque estábamos indefensos, no teníamos custodia de las autoridades, como ahora que estamos bien respaldados, pero ya ellos no están”, dijo un amigo de toda la vida de los desaparecidos.

“Es un sentimiento muy fuerte porque desde chiquiticos nos levantamos juntos… fueron tres amigos que se me fueron de las manos y espiritualmente me dejaron bajito de nota”, agregó.

Ese día no andaban juntos, pero los tres cayeron en la treta del destino y pasaron por el mismo punto entre la una y las cuatro de la tarde, donde el grupo armado ilegal instaló un retén en el que lograron ‘pescar’ a cerca de 150 personas, que fueron liberando en forma escalonada hasta quedar con un número reducido que internaron en la Sierra Nevada, donde fueron hostigados por tropas militares que los obligaron a huir, dejando a sus plagiados en el camino, aunque a una de ellas, a la ex ministra de Cultura, Consuelo Araújo Noguera, la asesinaron a quemarropa.  

Con la muerte de ‘La Cacica’ ocurrida cinco días después del retén, terminó la búsqueda de la Fuerza Pública, los parientes de los secuestrados los habían recibido, pero al parecer nadie, excepto sus dolientes, notó que los tres muchachos no regresaron y quedaron en la montaña quizás condenados a pagar el fracaso del plagio.

“El día siguiente del secuestro estuvimos pendientes en la entrada de Atánquez porque se decía que iban a traer algunos de los que se llevaron, posiblemente muertos; estábamos esperando a ver a quiénes traían, pero siempre nos tocaba devolvernos porque mi hermano nunca llegó y poco a poco se nos fueron agotando las esperanzas”, dijo después una hermana de ‘Robe’ que después de ese día no pudo volver a comer ni dormir tranquila  porque una angustia horrible ‘se mudó’ a su casa, como si quisiera ocupar el espacio que dejó el ausente.

En medio de la tensión y el temor que amenazaba con engullir al pueblo, hubo un padre que, venciendo sus miedos, montó un burro y se internó en la montaña buscando a su hijo, pero la osadía le costó caro; hombres armados lo maltrataron, lo despojaron de su animal y lo obligaron a regresarse a pie, no sin antes advertirle que no se asomara más por esos lados.

Quedaron entonces como últimos ‘recuerdos recientes’ lo que alcanzaron a vivir los muchachos ese día: Después de disfrutar de unos días de licencia con su familia en Patillal, ‘Checha’ regresaba a Valledupar para reintegrarse a sus funciones en el Batallón La Popa, donde hacía ocho meses prestaba el servicio militar, pero al pasar por la entrada a La Mina, fue retenido por el grupo armado.

‘Robe’, quien estaba radicado en Valledupar trabajando de día como carretillero y de noche como vigilante, regresaba a Patillal como lo hacía todos los domingos a visitar a su familia y a llevarle ‘unos pesitos’ a sus padres, pero no pudo llegar.

‘Ñono’, quien estudiaba en Valledupar alojado en casa de un tío, iba a Patillal para asistir a la fiesta de la Virgen de las Mercedes, pero el secuestro frustró sus intenciones.

“Nosotros estábamos en Patillal y nos dimos cuenta que algo pasaba en la carretera porque ya no estaban entrando casi carros, también nos extrañaba que no llegara el Padre Enrique Izeda para la procesión si él es tan puntual. Además, yo había mandado a buscar a un familiar en un carro y no llegaba. Llamé a Valledupar y me dijeron que ella había salido hacía mucho rato; ya todo el pueblo estaba preocupado; a eso llegó un carro con unas señoras y les preguntamos qué pasaba en la carretera y ellas contestaron: la carretera está bien, lo único que hay es un muerto en la entrada a La Mina. Era un paleo que tenían secuestrado hacía como una semana y lo habían matado en el retén, entonces el pueblo entró en pánico porque faltaba mucha gente”, relató un patillalero.

Sobrevivientes del secuestro relataron después que cuando los plagiarios hicieron la primera selección de los retenidos, en La Mina, “a ‘Ñoño’ lo echaron para una cerca y lo amarraron atrás, luego llamaron a ‘Checha’ y le dijeron que lo soltaban cuando el papá se presentara”. “A Roberto y a César los separaron del grupo y no los volví a ver más; a Ismel lo llevaban amarrado, después lo desataron, le pusieron un equipo y lo obligaron a seguir a Consuelo cuando se acercaron los militares”.

Y cuando pasó todo, mientras bajaban de la Sierra Nevada el cuerpo sin vida de Consuelo Araújo Noguera, fue cuando campesinos de la zona vieron que lo llevaban amarrado “como a un buey”.

Estas personas aún permanecen desaparecidas, en contravención de los tratados de Derecho Internacional Humanitario y del dolor de unas familias que aún los lloran y anhelan un poco de justicia.

Hoy, cuando el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc avanzan por el tramo final de los acuerdos de paz, muchas familiares de las víctimas de esta guerrilla han vuelto a alimentar sus esperanzas de conocer la suerte que corrieron los suyos. Estos acuerdos contemplan un Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, refrendando un compromiso con una fórmula de justicia que satisfaga los derechos de las víctimas y contribuya a la construcción de una paz estable y duradera. A esa Verdad es a la que se aferran.

 

María Ruth Mosquera

@Sherowiya 

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