Música y folclor

Elegías vallenatas

Luis Carlos Ramirez Lascarro

26/01/2022 - 05:50

 

Elegías vallenatas

 

Modernamente, la elegía es un subgénero de la poesía lírica que designa un poema de lamentación en el cual la actitud elegiaca consiste en lamentar cualquier cosa que se pierde: la ilusión, la vida, el tiempo, un ser querido, un sentimiento, etc. 

La elegía, sin embargo, suele asociarse de manera general, sólo con la lamentación funeral (también llamada Endecha o Planto en la Edad Media) y que adopta la forma de un poema de duelo por la muerte de un personaje público o un ser querido.

La poesía en lengua española cuenta con varios clásicos del género, entre los que destacan en primer lugar las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique, del siglo XV. Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca y la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández, clásicos modernos del género.

La música Vallenata, que en sus letras ha abarcado los temas de toda gran literatura, cuenta, también, con algunas piezas consagradas en este género poético.

No son muchas las composiciones de la música Vallenata enfocadas en la lamentación fúnebre: siendo sólo veintitrés las rastreables con cierta facilidad entre la discografía de los grupos de mayor reconocimiento. Se podría pensar en una vigesimocuarta, guiados por el título, pero al revisar la letra encontramos que en realidad es sólo el relato de un mal entendido del cual nos dieron cuenta los Hermanos Zuleta en La muerte del buen amigo, de Julio Oñate Martínez, grabada en el álbum Río Crecido de 1974, donde realmente, se canta la muerte de un gallo al cual habían puesto “Poncho Zuleta” en una famosa cuerda de Pivijay.

Se podría hablar de otra más, guiándonos nuevamente por el título: La muerte de Abel Antonio, cantada genialmente por el mismo “muerto vivo”, quien no sólo llegó a levantar su tumba sino a regalarnos un tremendo clásico que de lastimero pasa a ser jocoso en la descripción de la desconcertante confusión que llevó a darlo por muerto en El Banco.

Encontramos entre estas elegías una curiosidad, por así decirlo: dos compositores que hicieron primero una elegía y luego les fue dedicada una a ellos mismos, siendo el primero de estos Héctor Zuleta, quien le compuso a su abuela paterna el Homenaje a la Vieja Sara, la primera de sus composiciones en ser llevada al acetato, y a quien luego Juan Segundo Lagos le compuso El Difunto Trovador. Canción que no sólo lamenta su pérdida prematura sino que exalta sus dotes de genial creador de promisoria carrera terriblemente frustrada. El otro es, ni más ni menos, Diomedes Díaz, quien luego de la muerte de su compadre Juancho Rois y tres más de los miembros de su agrupación musical, compuso Un canto celestial, elegía grabada en el LP homónimo que le abriría el camino del reconocimiento a Iván Zuleta en la música vallenata y significaría una ruptura inesperada en la vida artística y personal del Cacique. A él mismo le compuso Iván Ovalle Nació para ser inmortal, una de las canciones menos logradas del autor y del mismo género elegiaco vallenato.

No voy a Patillal, es una de las más conocidas elegías vallenatas, compuesta a otro de esos genios más precoces del vallenato y que, también, desapareció trágica y violentamente. El maestro Armando Zabaleta cantó muy sentidamente en la voz de Jorge Oñate la muerte del célebre compositor Freddy Molina, asesinado por su mismo hermano Aldo en circunstancias explicables pero confusas el sábado 14 de octubre de 1972.  

Es normal sentirse así, ampliamente conocida como Te sigo queriendo, es una de las más recientes elegías vallenatas, compuesta por Miguel Morales, “La Voz”, en honor a su hijo Kaleth, otro de esos precoces genios vallenatos que se nos fueron antes de tiempo. Canción de una fortaleza espiritual admirable que no sólo nos muestra el indecible dolor que siente un padre por la muerte de su hijo, sino la tranquilidad que su relación con Dios le ha dado en medio de la tragedia inesperada.

La fortaleza que ahora Dios me dio, 
es la que ahora a mi tiene contento, 
a Colombia y el mundo dejo hoy, 
esta canción de mi pa’ tu recuerdo.

Catorce años antes, en 1992, Miguel Morales ya había compuesto otra elegía, aquella con ocasión de la muerte prematura y violenta de Rafael Orozco, siendo, junto al maestro Escalona y el Chiche Maestre, los únicos compositores que firman dos temas en este ámbito de las elegías vallenatas. El Pueblo quiere al cantante, composición grabada al lado de Víctor Rey Reyes, fue la canción en la que Morales se reconoce como continuador de la escuela interpretativa que Rafa abrió, con el Binomio, llegando a marcar una tendencia de larga data en la música vallenata.

Además de la antes nombrada, a Orozco le compuso su amigo y corista, Marcos Díaz, Se fue mi cantante, grabada al lado de Bolañito en 1992. Canción que estilísticamente está enmarcada en esa escuela interpretativa del Binomio que el mismo Marcos contribuyó a crear como compositor y cantante del grupo y que con su grupo Los Pechichones, continuó.

El doctor Pedro Castro es el personaje a quien más elegías se han dedicado en la música vallenata. Lo homenajearon grandes de la composición, entre los que destacan los maestros: Tobías Enrique Pumarejo, Rafael Escalona y Gustavo Gutiérrez. Todas las cinco elegías en su honor, además de otras seis composiciones en las que se le nombra, se pueden encontrar en el álbum Homenaje a Pedro Castro de Poncho y Colacho de 1987, donde se encuentra al elegía homónima compuesta por Tijito Carrillo, La muerte de Pedro Castro de Rafael Escalona, Tres de Marzo de Don Toba, Los tres fallecidos de Víctor Camarillo y Adiós a Pedro Castro de Gustavo Gutiérrez. Piezas en las que se muestra de distintas maneras el por qué al doctor Castro Monsalvo se le ha encumbrado como “el hombre más grande de Valledupar”.

El maestro Escalona es el compositor de la que es, casi sin dudas, la elegía más famosa del ámbito vallenato: Jaime Molina, un verdadero monumento a la amistad en homenaje al caricaturista y pintor Patillalero, que le dio la vuelta al mundo en la voz de Carlos Vives en el trabajo secuela de la serie que lleva su nombre y emitida en 1993 por Caracol Televisión.

Yo tenía un amigo, compuesta por Rafael Manjarréz a su amigo Hugo Aroca y grabada por Iván Villazón en 1987, es también un bello canto a la amistad que resalta, primordialmente, las dotes de buen conversador, hombre leal, noble y buen parrandero del fallecido.

Mi gran amigo, del Chimichagüero Camilo Namén, grabada por Jorge Oñate y Los Hermanos López en 1972 es  la única elegía vallenata compuesta por un hijo a un padre y en la cual se muestra la cercanía de la relación padre – hijo en los versos:

Mi padre fue mi gran amigo,

mi padre fue mi amigo fiel.

Mi padre se jugaba conmigo

y yo me jugaba con él.

La muerte de Alejo, grabada por Carlos Vence y Bolañito en 1990, compuesta por Emilianito Zuleta, nos deja ver, además del dolor por la partida del maestro, la influencia que este ejerció sobre el autor y su dificultad para llevar su acordeón a tocar a un cementerio. Dificultad que sólo superaría al tocar en memoria del Cacique a un año de su muerte en Jardines del Ecce Homo.

La muerte de Moralito, grabada por el Jilguero y el Cocha en el álbum Fiesta Vallenata volumen 23, no sólo es el lamento por la pérdida de un gran amigo, sino por la pérdida de un baluarte del folclor al cual, según la visión del maestro Leandro Díaz, compositor de la obra, no se le daba el valor merecido y así lo dejaba sentado en los versos:

Si fuera un mexicano

el que acaba de morir,

corridos y rancheras

todo el mundo cantaría.

Almas Felices, de Poncho Cotes Maya, grabada en 1995 por Villazón y Argüelles, es una canción un poco ambigua pues es vista como reconocimiento a los juglares poco conocidos que dieron vida al folclor, ya fallecidos, y sin embargo, en la segunda estrofa se nombra a dos juglares que, en ese entonces, no habían aún fallecido.

Dicen que los versos son los versos de Emiliano,
dicen que los cantos son los cantos de Escalona.
Y dicen que después que cantan, lloran, 
como si un amigo se ha dejado

Esta no es una canción precisamente de lamentación por la muerte de esos juglares de las primeras generaciones y sin embargo es tenida como una elegía. Se debe revisar este tema como una celebración de la memoria de estos pioneros, no como un lamento.

La más vieja y la más entrañable de estas elegías es Alicia Adorada, casi también la más conocida, de Juan Manuel Polo Cervantes y que inmortalizara Alejo Durán, dándole un toque más lúgubre que el que le diera el mismo autor y con el cual, finalmente, todos hemos interiorizado esa desgarradora canción múltiples veces versionada.

Es, para mí, una de las canciones más tristes que he oído. Es, también, la más vieja de las cinco elegías hechas a amores fallecidos, a mujeres fallecidas. Hasta ahora no conozco ninguna compuesta a un hombre objeto de enamoramiento.

La muerte de Marily, grabada por los Zuletas en 1979 y anteriormente por el mismo compositor Calixto Ochoa es una canción que homenajea a una mujer que tiene la particularidad en el ámbito vallenato de ser una de las pocas, sino la única a la que se le ha compuesto una canción con aprecio y con cariño y, posteriormente, se le compuso otra pidiéndole a “Dios que recoja su alma… y la tenga con él, allá en su santo reino.”

La tercera de estas elegías dedicadas a mujeres es una canción sobrecogedora, de un lenguaje desbordante, bellísimo y muy cuidado. La más bella composición del Sanjuanero Efrén Calderón, magnificada con la soberbia interpretación del Cacique de la junta. Sueños y vivencias, grabada en 1998 por Diomedes e Iván Zuleta, es (asumiendo mi riesgo de antologista) la más bella de las elegías vallenatas y una de las que expone el lenguaje más elaborado en todo el cancionero de las músicas de acordeón del caribe colombiano.

Las últimas dos de estas elegías vallenatas tienen la particularidad de ser del mismo autor, hechas a la misma mujer, pero desde dos puntos de vista distintos e interpretadas por el mismo artista. Cosa sin par en el ámbito vallenato y casi seguramente sin par en toda la literatura musical colombiana.

Otra cosa curiosa es que fueron, por lo menos, grabadas, en un orden cronológico invertido al que sugiere la trágica historia que subyace en sus versos: El suicidio de una joven que, abandonada por su amado en medio de un embarazo y despreciada por sus padres, no encontró otra forma de plantársele a la vida.

La primera de estas canciones fue grabada en el álbum Mi vida musical de 1991 y la segunda en el álbum El regreso del cóndor de 1992. Entre las dos configuran una confesión. Un exorcismo. La búsqueda redención de un corazón atormentado por la “responsabilidad” tangencial en ese suicidio.

Estas canciones fueron compuestas por el patillalero José Alfonso “El Chiche” Maestre, un compositor cuyas canciones son, casi todas o sin el casi, de desamor y cargadas de un lirismo conmovedor y un lenguaje muy cuidado, de gran factura y de las cuales muchas se han convertido en clásicos de la música vallenata. Las dos elegías de las que hablamos son: El culpable soy yo y El verdadero culpable.

Canciones para quitársele el sombrero al Chiche pues son de las pocas canciones, no sólo del ámbito vallenato, cuyo texto es capaz de sostenerse solo, sin la música.

 

Luis Carlos Ramírez Lascarro

@luiskramirezl 

Sobre el autor

Luis Carlos Ramirez Lascarro

Luis Carlos Ramirez Lascarro

A tres tabacos

Guamal, Magdalena, Colombia, 1984. Historiador y Gestor patrimonial, egresado de la Universidad del Magdalena. Autor de los libros: La cumbia en Guamal, Magdalena, en coautoría con David Ramírez (2023); El acordeón de Juancho (2020) y Semana Santa de Guamal, Magdalena, una reseña histórica, en coautoría con Alberto Ávila Bagarozza (2020). Autor de las obras teatrales: Flores de María (2020), montada por el colectivo Maderos Teatro de Valledupar, y Cruselfa (2020), Monólogo coescrito con Luis Mario Jiménez, quien lo representa. Ha participado en las antologías poéticas: Poesía Social sin banderas (2005); Polen para fecundar manantiales (2008); Con otra voz y Poemas inolvidables (2011), Tocando el viento (2012) Antología Nacional de Relata (2013), Contagio poesía (2020) y Quemarlo todo (2021). He participado en las antologías narrativas: Elipsis internacional y Diez años no son tanto (2021). Ha participado en las siguientes revistas de divulgación: Hojalata y María mulata (2020); Heterotopías (2022) y Atarraya cultural (2023). He participado en todos los números de la revista La gota fría: No. 1 (2018), No. 2 (2020), No. 3 (2021), No. 4 (2022) y No. 5 (2023). Ha participado en los siguientes eventos culturales como conferencista invitado: Segundo Simposio literario estudiantil IED NARA (2023), con la ponencia: La literatura como reflejo de la identidad del caribe colombiano; VI Encuentro nacional de investigadores de la música vallenata (2017), con la ponencia: Julio Erazo Cuevas, el Juglar guamalero y Foro Vallenato clásico (2016), en el marco del 49 Festival de la Leyenda vallenata, con la ponencia: Zuletazos clásicos. Ha participado como corrector estilístico y ortotipográfico de los siguientes libros: El vallenato en Bogotá, su redención y popularidad (2021) y Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020), en el cual también participé como prologuista. El artículo El vallenato protesta fue citado en la tesis de maestría en musicología: El vallenato de “protesta”: La obra musical de Máximo Jiménez (2017); Los artículos: Poesía en la música vallenata y Salsa y vallenato fueron citados en el libro: Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020); El artículo La ciencia y el vallenato fue citado en la tesis de maestría en Literatura hispanoamericana y del caribe: Rafael Manjarrez: el vínculo entre la tradición y la modernidad (2021).

@luiskramirezl

2 Comentarios


David A. Rangel P. 30-01-2022 08:51 PM

Que buen artículo, se nota el bagaje cultural del autor.

Uriel Navarro Urbina 07-10-2023 07:57 PM

Muy buen artículo sobre el género de la Elegía en el vallenato. Aunque dejó de lado el tema, Adiós amor, de Emiro Zuleta Calderón, este no quita el peso del texto. Su carga poética y la estética del poema lo hacen sublime.

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