Música y folclor

Sentido de pertenencia, así de simple

Camilo Ochoa

11/07/2022 - 05:25

 

Sentido de pertenencia, así de simple
Totó la Momposina / Foto: Josh Pulman

 

Hace unos años, asístía al 32º Festival de la Cumbia en El Banco (Magdalena). La primera actividad del día, un conversatorio en la Plaza Roja, estaba retrasada. Mi intención era conocer una de sus panelistas, una de las figuras musicales más importantes del país. Cuando la estaba observando, mientras hablaba con los organizadores, un hombre con una niña cargada se me acercó y me pidió que le recordara el nombre de ella pues la estaba confundiendo con otra renombrada intérprete de la región.

Antes, recién bajada de un ciclo-taxi que arribó al lugar como un carruaje monárquico, me presenté con un abrazo vallenato en el que le expresaba todo el orgullo que me causa su labor. Caminando hacia el lugar donde estaban los organizadores, le solicité la entrevista que aceptó concederme una vez terminada la charla. No lo asimilaba, estaba hablando con la gloriosa artista que por mucho tiempo admiré en videos, crónicas y libros.

Al no obtener información concreta sobre la realización del evento, la célebre mujer se sentó en una de las bancas de la plaza a esperar. El señor que me había preguntado su nombre se le acercó luego, la saludó y le emitió unas palabras macondianas: ¨Una señora me dijo ¨cuide a su hija porque será una gran cantadora¨.¨

Acercándome cautelosamente a la banca donde ella permanecía sentada, aun intimidado y esperando la entrevista, pude descifrar su rostro y el de uno de sus hijos que la estaba acompañando: indígena, sereno, paciente, sabio, noble. Entendí el compromiso incansable con su oficio, que es como una misión que te designan en el momento que lloras por primera vez al nacer. Pedí un autógrafo. El tono severo de su respuesta levantó un muro entre los dos que se derribó al instante cuando me pidió el favor de que llamara de mi celular a la presidenta del Festival quien le dijo que se acercara a la sede de éste. Su agradecimiento me conllevó a referirle que la había escuchado por primera vez en un Carnaval en mi ciudad natal. Dialogamos sobre mis quehaceres y los mangos del patio de la casa de mi abuela. Se echó a reír. Luego su hijo caminando hacia la salida de la plaza dijo: ¨Entrevista caminando¨. Caí en cuenta de que debía comenzar a preguntar cuando ella repitió la misma frase y lo siguió a él. Pensaba que se iba a echar para atrás, que sería imposible, que la iban a estar rodeando muchos periodistas y seguidores.

Los dos se adelantaron unos pasos mientras que yo detrás caminando lento, emocionado y temblando buscaba la grabadora en un celular prestado de una amiga nativa del lugar, mi anfitriona en el pueblo. Siguiendo a su hijo, recorriendo las calles del viejo puerto me adelanté a ella para empezar, pero me interrumpió para explicarme como una docente de Historia que Valledupar fue un pueblo del Magdalena. Ese detalle, me haría entender posteriormente el estilo de sus respuestas.

Comencé a navegar en el río de preguntas como tratando de no caerme de una canoa: ¿Qué siente cada vez que regresa al río Magdalena?, ella como quien lanza una atarraya segura de la pesca que va a obtener, responde:

¨Es encontrarse con todos los procesos y movimientos de los que ha sido víctima el gran rio de la Magdalena ¿Por qué digo victima? Porque que con el tiempo ha ido acumulando todas las inequidades que han sucedido en nuestro país¨

A lo lejos le grita una seguidora pidiendo una fotografía, ella responde que está alojada donde una gran amiga y continúa:

¨Hay que venir con alguna periodicidad, porque es importante, porque yo tengo la filosofía de que quien no regresa a sus ancestros, a su entorno, va perdiendo poco a poco ese sentido de pertenencia y eso no se puede perder nunca. Eso hace parte del equilibrio que los seres humanos debemos desarrollar a través del sentido de pertenencia, entonces si uno no tiene sentido de pertenencia pues es vulnerable para lo que sea y no le interesa absolutamente nada. ¨

Determinante filosofía. Si te niegas, te desequilibras.

¨De cheveridad, nos tienen pa’ arriba y pa’ abajo, con el tin marin de do pingue, kukara-makara, títere fue¨ le dice ella a uno de los coordinadores del festival que le preguntaba a su hijo sobre el conversatorio.

Seguí. ¿Qué es lo más poderoso de la región caribe para usted? La miré con ansias de disfrutar la magia de su contestación:

¨Es esa espontaneidad, sin límites de mostrarse como es uno, pero además eso lo demuestra uno a través de los adagios ¿no? como dicen cuando está la mala situación ¨Pues cógela suave¨. Ríe, celebrando el optimismo de nuestra gente.

¨Con su avena¨, comentó.

¨Con su avena porque… ¿Qué se puede hacer? ¿Me entiendes? Como esa tranquilidad… En la costa hay algo que es muy peculiar: nadie se duerme sin comer¨, complementa ella.

¨Siempre buscando la solución¨, aporto.

¨Siempre buscando la solución, pero también los vecinos se encargan de solucionar eso, porque le prestan a uno un pocillo de café, o un pocillo de arroz, o un pocillo de manteca, o uno se va a la tienda y entonces el tendero le fía... Todavía existen casas donde te van a dar un bocado sin ningún interés, como donde las niñas Bayter, un ejemplo. ¿Sí? Ellas son así¨. Se refería a la familia donde estaba alojada.

¨Generosidad¨, señalo.

Escucharla era como el resonar de un millo secundado por unos tambores. Algo fascinante.

Entrando a la calle donde se encuentra la sede del Festival nos recibió ‘Tardes de Verano’ sonando a todo volumen en una de las casas. En medio de la música ella siguió:

¨Inclusive se iba al mercado a cuidarle los puestos a los vendedores. Cuando esas cosas suceden es porque hay un gran corazón. Yo pienso que no es en toda Colombia sino toda el área del Caribe. ¨

¨El caribe, sí¨, apunto.

¨Sí, tengo la sensación de que es así¨, termina.

Posteriormente, sin ningún protocolo, entró a una de las casas, saludó a dos amigos que viven allí, saludé yo, nos despedimos y al salir me preguntó:

“¿Esto en otra parte lo puedes hacer? ¨

¨No¨, le contesto.

Soltó una carcajada que reflejaba que, en el entorno, en la naturaleza y en nuestros coterráneos estaban las respuestas a mis preguntas.

“¿Entiendes cómo es la cosa?”, interroga.

Si. Lo entendí sin lío alguno. Todo está escrito como suele decir ella.

Llegamos al instante a la sede del Festival, un lugar donde habita el maestro José Barros en las fotos, los reconocimientos, en los productores del evento, en sus hijos. Nos recibieron sus miembros directivos y turistas, participantes también de nuestra conversación.

¨La Cumbia no solamente es de nosotros, la cumbia la bailan en todo Centroamérica, o sea que no pasen por encima de la música que pertenece a los ancestros. Que no le echen cuento a uno. Eso si hay que decirlo para que nos respeten, porque a las etnias indígenas no les pueden pasar por encima ¡Así de simple! Porque ése es nuestro sentido de pertenencia. En el momento que Colombia pierda ese sentido de pertenencia, mija, vamos a pertenecer a los United of States y por encima del cadáver de nosotros. No señor¨.

Así manifestaba su desacuerdo ante quienes no le daban a la Cumbia el valor que merece. Estaba indignada, es una guardiana de la tradición que defiende lo que ha vivido y conocido por muchos años. De fondo se escuchaba el ¨Suena, suena el Buscapié¨ y empezaba el ¨Ae ea la rama de tamarindo, a la novia de mi hermano yo se lo estaba diciendo…¨. Dos clásicos en la memoria del caribe, alegre y tropical.

Es propio de su naturaleza identificar cuando está rodeada de los suyos, como cuando visitó un territorio indígena y apenas llegando al lugar supo que estaba habitado por ellos, siguiendo su instinto aborigen preguntó si era así y se lo confirmaron. No hay nada que hacer en cuanto a eso, sin señales reconoces lo que te pertenece, lo sientes en el palpitar de tu corazón.

 Esa anécdota que me narró, como ella me lo dijo, revelaba la respuesta de la siguiente pregunta:

“¿Qué significa la Cumbia para usted?“. Pero como si conociera lo mucho que me gustan sus respuestas añadió:

¨Si uno no tiene sentido de pertenencia pues no le interesa nada de lo que pasa en un país, pero cuando uno tiene sentido de pertenencia lo tiene que decir porque si no lo dice se enferma. ¨ Ríe, porque literal es el destino de quien niega la identidad: enfermarse, de rabia, de amor. Del folclor se vive.

Sentí que estaba en clases de geografía y sociales cuando le pregunté sobre el maestro José Barros, pues, aunque empezó contándome quien era él en El Banco y de que los niños de allí no lo conocen a fondo, terminó informándome sobre la interpretación de la guitarra en Ciénaga y del Piano en Mompox, piano que se escuchaba en la casa de al frente en una salsa cuya letra decía “Llora, corazón, por ella llora corazón…”

De todos los documentos escritos y audiovisuales donde cuentan su vida reflexiono sobre su templanza para seguir luchando a pesar de tantos impases, como la cumbiambera que no se alarma al ver exaltada la llama de las velas con las que danza, pues sabe con certeza que los tambores la ayudan a soportar. Con respecto a eso me expresó: “Ahora es cuando más hay que hacer música de la identidad porque están apareciendo muchísimos estilos de música, pero la música ancestral son los cimientos¨.

¿Le gustaría compartir sus conocimientos en los salones de clases? Fue mi siguiente interrogante pensando en que para cultivar el amor por la cultura hay que empezar por los niños.

“Yo siempre entro porque uno siempre tiene que estar entregando prenda”.  Entregar prenda, claro, como el tendero que fía, como el vecino que regala un pocillo de café o de manteca.

Como éstas son tierras llenas de precisiones y de coincidencias fantásticas, le pregunté sobre sus cantadoras favoritas al mismo tiempo que la voz de Irene Martínez se escuchaba en el tema ‘Mambaco’.

 “Cantadoras como Estefania Caicedo, la señora Ramona Ruiz, Minga Perilla, María de los Santos Solipá, inclusive Etelvina Maldonado. Ahora se cree que ser cantadora es imitarlas y eso no es así, eso tiene que tener toda una parafernalia. Lo que dijo el señor tú oíste, que una señora le había dicho que a esa niña la cuidara porque iba a ser cantadora. Bueno, entonces si ella vino para eso él la tiene que cuidar. ¨

¿Ven? Aquí las eventualidades por más pequeñas que sean poseen una gran riqueza. Todo está ligado. Hasta lo que creemos que es ajeno a nosotros resulta siendo algo personal. Ningún detalle se escapa de este caribe que supera toda ficción.

Sobre su siembra de la semilla de la cultura colombiana en tierras europeas me relató:

“Yo me fui con mis músicos, entre esos estaba Batata porque siempre en la música ancestral uno no puede estar tocando con el uno o con el otro porque en la música ancestral eso tiene que ser una familia. Si la familia no existe no hay complicidad para nada, hay es individualismo, y la música ancestral no tiene esa característica. Yo me fui primero a hacer una gira que conseguí por intermedio de la embajada soviética, hice 60 conciertos, pero después nos contrataron por 120 más. Después me voy para el Radio Music City Hall y también íbamos a hacer 60 conciertos, pero hicimos 150. Entonces uno va descubriendo que lo que uno está haciendo realmente es entregar mensaje, pero a su vez tiene sus limitaciones aquí en Colombia porque aquí esa música no la ponen en la radio porque uno no vende el humor de uno y no pago millones para que suene mi canción. Eso ha conllevado a que los muchachos pierdan su gusto musical, porque no tienen el oído educado, pero resulta que la música que tienen que oír es esa porque esa es la que tiene toda la capacidad de poner todos los elementos, los sentidos que uno tiene en su lugar para que ellos se vayan desarrollando como tienen que desarrollarse”, me comenta con la firmeza del campesino que se levanta a labrar la tierra cuando apenas está saliendo el sol.

Mucho más que nosotros el foráneo valora y exalta las costumbres que son tuyas y mías.

¿Será que hay alguien que se perfila como su sucesora? Me cuestioné varias veces y sin demora me respondió:

¨Si uno vino para cantar seguramente el espíritu de uno le va indicando qué tiene que hacer, tiene que recibir clases, pero las clases no son de canto sino de sentido de pertenencia, no se puede ser envidioso… Es aprendiendo todo lo que tienen que hacer en la vida, tienen que remangarse, la vida no es color de rosa. Si hay que comer hay que comer y si no hay que comer pues no hay que comer, ¿me entiendes? Es como un sentimiento de estar sin límites, pero con límites. ¨

Ejemplo claro es el que escribe cuentos en forma de canción sin haber pisado un salón de clases, algo tan común en el Caribe.

Ella es una enciclopedia abierta de mundos desconocidos para muchos, y si no son desconocidos pues nos ayuda a conocerlos más, tal como ocurrió con una de sus aliadas, Gloria, la rubia cachaca, con quien recorrió hace muchos años los pueblos aledaños al río Magdalena recolectando información para sus conocimientos personales y profesionales. ¿Ha pensado en revivir alguno de esos momentos ella?

¨Es que las señoras no están (murieron), y entonces en esta generación no sé hasta qué punto se quedó esa mística que tenían ellas, porque ellas eran unas señoras que tenían mística, entonces creían en lo que tenían, en cambio los muchachos de ahora no creen en nada. ¨

El tono de su voz durante la plática exponía a Colombia: a veces cachaco, a veces santandereano, pero siempre costeño.

Como en el caribe todo está entrelazado, la conversación finalizó con el mismo tema que comenzó: Valledupar. Hablamos de que el patrimonio del Vallenato son Alejo Durán, Emiliano Zuleta, Luis Enrique Martínez, entre otros y de que una visita suya a la ciudad sería de mucho valor para las nuevas generaciones.

“Bueno, ¿Cómo es la cosa?”, fue lo último que le escuché antes de retornar a la Plaza Roja donde estaba mi amiga, la anfitriona, esperándome. Cogí sin saberlo el camino de regreso, tal vez fueron los espíritus que erigen el mestizaje los que me guiaron porque me encontré con un grupo de cachacos bailando Cumbia.

El conversatorio fue realizado ese mismo día en la tarde en un escenario más acorde: el muelle del río. No hay duda de que los mismos espíritus del mestizaje metieron su mano. Allí la vi también, indicándole a los niños que competían en la eliminatoria de mejor pareja infantil bailadora de cumbia, la forma que debían darle a la rueda, guiando las caderas de las niñas y manifestando su admiración ante los niños y adolescentes que habían aprendido a tocar caña de millo en tres días. Ella vive lo que canta.

Seguí dilucidando su alma en el desfile pocabuyano y en el concierto de clausura en el que fue condecorada. Estaba junto a  su amiga Gloria disfrutando del evento frente a una imponente tarima fluvial. ¿Tarima fluvial? Sí, es que la originalidad y los costeños somos el uno para el otro. Lo que existe lo perfeccionamos y lo que no, nos lo inventamos.

En estos días, un año después de tan sublime experiencia, viendo sus conciertos en internet recordé su llegada en el ciclo-taxi, no era más que la ancestralidad hecha mujer descendiendo de él. Su cabello, aunque estaba sujeto con un turbante, era libre como el corazón negro, usaba abarcas que no la alejaban del suelo, de la madre tierra como es costumbre del indio y tenía puesta una falda azul y una blusa blanca elegante como la de las españolas. En ella se contemplan tres fuerzas que se unen en un solo nombre, el suyo: Totó La Momposina.

 

Camilo Ochoa 

 

Sobre el autor

Camilo Ochoa Montero

Camilo Ochoa Montero

Letras amarillas

Humano de río, enamorado de la tradición, receptor del llamado ancestral, mensajero de sensibilidades.

@CamiloOchoaM

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