Literatura

Biografía, historia de vida y testimonio

Virgilio López Lemus

14/07/2020 - 05:40

 

Biografía, historia de vida y testimonio
Retrato de Francisco de Quevedo que forma parte de las ilustraciones de El Parnasso español

 

¿La biografía es una historia de vida, o lo es la autobiografía? Claro que no es lo mismo que cada uno de nosotros cuente su vida, que alguien la relate a partir de nuestro testimonio directo, preferentemente oral, o que años después de nuestra muerte, décadas, siglos, algún curioso erudito realice una biografía detallada, sobre la base de un siempre supuesto rigor y sobre una documentación estricta de nuestro paso por la Tierra. Cada uno de estos tres rangos biográficos tiene su credibilidad diferente: 1) que nosotros mismos embellezcamos o afeemos, según nos convenga, nuestros actos vitales de interés público, 2) que le relatemos a otro(s) nuestras vidas, también edulcorando pasajes o eliminando otros, o reinterpretando el ayer, 3) que un tercero indague hasta la saciedad y asegure que algo fue tal y como lo narra, porque un documento legal, carta manuscrita, o hasta correo electrónico, «demuestre» fehacientemente en el futuro que tal o más cual suceso tuvo efecto de la forma en que lo relata el autor.

Y esta última palabra nos detiene: el autor. No se trata del «autor» o autores de nuestras vidas (que deben ser suficientemente interesantes como para ser narradas a otros por algún carácter relevante que ella ofrezca), pues ¿quién(es) puede(n) ser tal(es) autor(es) sino la conjunción de padre y madre, o en sentido trascendente el mismo Dios en persona? Así pues, cuando aquí nos referimos a un autor, entendemos que se trata de quien escribe, del escritor, el que no sólo cuenta lo factual sino que lo interpreta, adorna, eleva, rebaja, deja pasar o afirma sucesos que no pasaron en la legítima realidad: la realidad-real. Y este último concepto lo enreda todo de nuevo: ¿será que nuestras vidas contadas se convierten, por el hecho de ser contadas, en ficción, en objeto de narrativa, cuento o novela, según el patrón de un género literario? ¿Una biografía convierte a alguien en un personaje tan «real» como Alonso Quijano o Sancho Panza? ¿Será que el hecho de narrar una vida interesante la hace aún más trascendente, en la batalla humana contra el olvido?

Y ¿qué diferencia puede haber cuando soy yo quien teje esa redacción que me retrata en letras, o cuando ofrezco lo que se ha dado en llamar un «testimonio», como obra de terceros que tercian, tuercen o mienten sobre mi vida? Claro que hay diferencias, claro que no es lo mismo contar como sujeto que ser contado como objeto. Pero aún el asunto se puede complicar más si elegimos referirnos sólo a lo que canónicamente entendemos por «biografía», texto redactado por un escritor o equipo redaccional sobre la vida de alguien de interés social suficiente como para que ella sea divulgada, leída y comentada, para ejemplo moral o diversión de los lectores.

Esas complicaciones se refieren al punto de vista elegido por el biógrafo, quien narra toda una vida desde el nacimiento a la muerte, o sólo selecciona dentro de lo que Pascal llamaba «la vida entre dos puntos», un segmento, una etapa de esa vida, el momento crucial, el punto cimero de ella.

Entonces, biografiar es narrar, y de cierto modo también es novelar, y de hecho hay hermosas y valiosas biografías noveladas, como las de Stefan Sweig sobre Fouché, la decapitada reina María Antonieta o Magallanes. Sin embargo, la biografía se diferencia de la novela, de toda ficción, en que una biografía debe apelar a la realidad-real de una vida vivida objetivamente, y por tanto el hecho de biografiar nos enfrenta a un acto de escritura «no-ficcional». Debe diferenciarse, por ejemplo, de la Aurelia de Nerval, del Werther de Goethe o del Demian de Hermann Hesse, por sólo aproximarnos a ficciones que se disputarían valores semi-biográficos. Tampoco sería una biografía lo que podemos entender por novela-sin-ficción, como aquella A sangre fría de Truman Capote, tan diferente de cualquier biografía de santo, político, poeta, artista o deportista en sus momentos vitales sumamente exitosos.

Si el diario puede considerarse una autobiografía, una buena biografía debe tener por excelente materia prima un diario. Hay que tomar por objetiva, precisa y real toda anotación en él. La biografía, para ser verídica, debe gozar de una documentación de primera mano, que la distinga de las novelas de una Marguerite Yourcenar sobre personajes históricos, que en verdad la inspiraron para la libre invención de una vida-otra, posible, pero no estrictamente real. La biografía carga un poco la mano sobre esa «no-ficción» a lo Truman Capote, pero ha de tener cierto grado de estructuración ficcional para «agarrar» al lector y conducirlo por los hilos del testimonio, a la manera en que el cubano Miguel Barnet convirtió en novelización lo que le dijo un anciano de interesante vida de lo que ha sido llamado el mundo marginal, en este caso el Cimarrón. Y el testimonio parece ser la biografía de los sin biografía, el relato de la gente común que de pronto descubrimos cuán valiosa es su historia de vida. Una historia de vida puede ser la biografía legítima de las gentes sin historia, de los que no son héroes, genios, figuras públicas de grandes o medianas dimensiones sociales. La historia de vida supera el esquema del dossier o del currículo.

Pero el llamado «testimonio» tiene como centro lo factual. El personaje biografiado importa, porque él fue protagonista, o es el sobreviviente de algún acontecimiento histórico: la esclavitud, una guerra, la conquista de un territorio, la fundación de un sitio de interés trascendente… La pura biografía, como género propio, centra la mirada en una vida, o en un pasaje meridiano de esa vida, y narra, trata de reproducir el paso de una personalidad de relieve por la existencia. Importan los hechos que realizó, pero el hombre o la mujer biografiados nos interesan como centros del acto suyo de vivir, único y relevante.

No creo caer en exceso de perogrullada, si digo que la biografía como género literario ahonda más y requiere a la vez de mayores quilates estilísticos, que la historia de vida y que el testimonio, tratando de no confundir estas dos variantes o visibles modalidades del género biográfico.

Las biografías totales, que cuentan toda una vida, y las biografías parciales, que relatan sólo un pasaje de ella, suelen tener connotaciones literarias, y ese factor estético, ese matiz de literaturidad, pueden hacerlas riquísimas o aburridas, según el rango que en ella se alcance. Se conocen notables biografías puntillosamente históricas de la vida, obra y casi milagros del mayor de los cubanos, José Martí, son labores de historiadores e investigadores tenaces, que han descubierto hasta la manera en que el Apóstol de la independencia cubana se abrochaba los zapatos, qué tipo de levita usaba o hasta cuál era el tono de su voz para lanzar al aire aquellos discursos políticos que pueden pasar por verdaderas piezas de poesía épica, o por odas en prosa sin par por entonces en la lengua española. Sin embargo, la biografía Martí, el Apóstol, de Jorge Mañach, plena de recursos propios de la narrativa poetizada, ha sido insuperable, o por lo menos no ha encontrado el gran Martí una más vibrante e interesante hasta la fecha.

No sabemos entonces si biografiar es contar hasta la saciedad los momentos de alto relieve y los más intrascendentes de la personalidad que se exalta o si más bien lo que interesa es el alto o bajorrelieve de una vida ejemplar en sentido negativo o positivo. Siempre sería interesante saber de las manías de un Einstein, y no sería muy biográfico por cierto, que quien escriba su biografía se detenga a explicar con pelos y señales la teoría de la relatividad junto al proceso que siguió el genio para desarrollarla. En el lado negativo de la ejemplaridad humana, una biografía de Hitler podría «humanizar» a lo monstruoso de su personalidad, cuando el biógrafo relate, por ejemplo, su inclinación a veces infantil hacia el esoterismo. El biógrafo tiene en sus manos la posibilidad de hacer simpático o antipático a un César o a un Bruto, a Cristo o a Judas, a Baudelaire o a Oscar Wilde, a Cristóbal Colón o a la reina decapitada por excelencia, la casi canonizada María Antonieta por obra y gracia de la belleza con que ha sido descrita su muerte y lo simpáticas que puedan resultar sus orgías, si por fin las tuvo.

He leído varias biografías de uno de mis poetas preferidos, Rainer María Rilke. El punto de vista de los biógrafos pasa desde la exaltación del genio poético y la santificación de su itinerante vida, hasta creerlo un cínico vive-bien, explotador de la nobleza, refugiado como lumpen en sus castillos, y se ha llegado a decir que era un vago, un haragán, alguien parásito de la riqueza ajena, sin tener en cuenta que escribir es trabajar, como mismo hace el crítico o biógrafo denostador, y que en materia de escrituras Rilke justificó sobradamente su vida. Nadie llamó jamás explotadores a Virgilio, Horacio u Ovidio, porque supieron agenciarse cuidadosamente un Mecenas. También he visto algunas biografías interesantísimas de Ovidio, en las que no poca imaginación y vuelo poético asisten a los biógrafos que, a falta de datos precisos, suponen, subjetivizan.

Y he aquí otro concepto clave: la subjetividad del escritor, del biógrafo. Se debe suponer que una biografía es un relato objetivo, una versión fidedigna de la vida de un tercero, o de una tercera. Es notorio que Juana de Arco no ha escapado de las más disímiles biografías, que la retratan al modo de la vida de los santos, por haber sido canonizada, o que la hacen elevarse incluso más allá de ella misma y de su circunstancia, como una iluminada. ¿Dónde está la verdad última de esa vida? Quizás si esa verdad minuto a minuto vivida, sólo pueda ser contemplada por Dios. Los mortales terminamos sólo por interpretar, ver en lo que es, lo que queremos ver o no ver, y la biografía como género puede ser entonces «mi mentirosa vida de verdades / mi verdadera vida de mentiras», según dos bellos versos del Premio Nobel mexicano Octavio Paz, quien, por cierto, escribió la mejor y más documentada vida de la gran poetisa barroca novohispana sor Juana Inés de la Cruz, que no pasa por biografía, sino por subjetivísimo ensayo interpretativo, y que es uno de los mejores libros que él nos legara.

La biografía, pues, tiene el don del ensayo, el trasfondo narrativo de la novela, el flujo del drama y la gracia lírica de la mejor poesía escrita. Con estos elementos, una biografía se convierte en un hecho literario de relieve, a la par que de relieve sea la figura que en ella se exalta. No basta acumular datos y ser tan exacto como el precio de las patatas, tan precisos como una balanza que da el fiel en kilógramos de la mercancía en oferta. Una biografía no debe ser un recuento factual, sin gracia y seso, del día-a-día del biografiado. Incluso no debe convertirse en un diario, ni enredarse en excesos descriptivos, ni detenerse en una estricta valoración sociopolítica o sociocultural del medio en que la personalidad se desenvuelve, ni pasar a psicoanalizarla, ni emborronar páginas y páginas sobre los sucesos eróticos circunstanciales de alguien que no se distinguió sino como héroe o como poeta, que es otra manera de ser héroe en el mundo contemporáneo. A veces son simpáticas aquellas biografías de corte frívolo que se detienen en cuántas esposas o amantes tuvieron Napoleón, Bolívar, José Martí o más recientemente Fidel Castro.

Hay supuestas biografías que quieren sacar partido al morbo, a lo «secreto», a aquello que la personalidad viva cuidó con más celo: su intimidad. El biógrafo que va en busca del escándalo, quiere dinero para su cuenta bancaria. El arte de biografiar, como toda arte, se va más allá de cualquier intento espúreo, de toda narración de vértigo. Se le puede sacar mucho partido al escándalo en nuestras sociedades acostumbradas a todo tipo de affaires, sobre todo políticos, de corrupción o de sexo, a las revistas «del corazón» (ese que tiene razones «que la razón no conoce»), y a los enredos periodísticos que hacen cortar la respiración cada mañana cuando leemos en la prensa amarilla los asesinatos del día. Pero no podrán engañarnos con cuentos de hadas sin hadas, de brujas de pacotilla, que en el fondo no son en verdad biografías, sino denostaciones contra alguien, loas interesadas a favor de terceros o simples sartas de cotilleos, chismes, enredos e intrascendencias que no pueden robar el espacio a la verdadera obra de arte de la palabra que es una legítima biografía.

¿Qué es, pues, una biografía? Las definiciones de diccionarios y enciclopedias se quedan cortas si no ofrecen el relieve del valor testimonial, y a la par estilístico, artístico, que la obra de referencia ofrezca. Una buena biografía debe vivir tanto como la memoria social de su biografiado. En ocasiones ella es obra de recuperación, de justicia histórica, de rescate necesario de alguien a quien el tiempo feroz y disgregante había sometido a un injusto olvido. Y la buena biografía no teme a la subjetividad, porque toda vida humana es también, amén que una serie de sucesos objetivos, una secuencia de subjetividades, como decían de manera sutilmente diferente José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, somos: el que creemos ser, el que creen que somos y el que somos en realidad. Una gran biografía debería agrupar en una sola descripción de personalidad, esos tres seres básicos que solemos ser en la vida. Y no por tejerse con hilos psicológicos se logra en una sola obra alcanzar el significado último de una existencia. Sin embargo, quizás sea ese el propósito mayor de toda biografía seria, creíble y con derecho a la sobrevivencia.

Algunos poetas han dicho que ellos no son sus actos, sino que su obra es su verdadera y legítima vida. José Lezama Lima apenas tiene biografía personal más allá de su propia escritura, de sus libros, de su «errancia estática», moviendo información y aventándola, trabajando subjetivamente la objetividad del dato histórico, de la frase magistral o de la obra maestra. Podía muy bien decir Lezama Lima que «yo no soy más que mis obras». Y en todo caso, ya es bastante con Paradiso para conocerle como artista. De todos modos, la expresión podría quedar ambigua: ¿de cuáles obras se habla? Sobre todo porque Lezama era un hombre católico y habría leído aquel pasaje novotestamentario en que Cristo decía que «por sus obras los conoceréis».

Claro que el término biografía, definitivamente, sirve para señalar un género, pero dentro de él hay tantas variantes de escritura, a semejanza de como ocurre con la poesía. Debe distinguirse entre las de intereses histórico, político, de estudio crítico literario o artístico a modo de ensayo, de corte científico profusamente documentadas, de extrema subjetividad novelada, de un instante de vida, de los hitos que resaltaron esa existencia humana, de todos los detalles desde el nacimiento hasta la muerte, las que hacen hincapié más en las obras que en los hechos vitales del biografiado, aquéllas que se detienen sólo a testimoniar el suceso, la circunstancia, la época u otros avatares y el biografiado resulta sólo un pretexto de escritura, las que se basan o estructuran en forma de diarios o de secuencias de cartas (biografía epistolar), las que sólo dan fe de que alguien ha existido y terminan siendo una historia de vida, aquéllas que en el fondo son memorias o autobiografías con diversos enfoques, porque la autobiografía, como ya anotamos al principio, es una modalidad genérica particular, suele ser muy frecuente y la escribe el propio interesado, la dicta u ofrece los datos básicos a la manera de coautor, cuando no deja que la redacte completamente otro y el biografiado acude entonces al papel de censor, revisor, o a ofrecer su veto o su visto bueno.

La biografía al modo de un ensayo de interpretación de la vida y la obra, son muy frecuentes, por ejemplo, el poeta cubano radicado en Miami Emilio de Armas publicó en Cuba, antes de emigrar, una muy valiosa biografía del poeta modernista Julián del Casal, en la que agrupa tanto el trayecto vital del biografiado, que vivió sólo veintinueve años, más la génesis y valoración de su obra poética, el análisis de su ubicación tempoespacial y de la corriente literaria hispanoamericana a la que se integró como uno de sus fundadores.

¿Cuántas biografías de Rubén Darío nos abruman con la experiencia de suciedad y borrachera de este poeta exquisito? La biografía de Rubén Darío está escrita en las alas de los cisnes. La vida de Paul Verlaine es un verdadero drama frente a su extraordinario don para la poesía. Nada menos que Paul Valéry decía que si vieras su alma, no podrías comer. Entonces ¿una biografía del alma, puede ser un revulsivo? Una biografía que se detiene en lo sórdido de los pasajes vividos por su biografiado, puede resultar pantagruélica: tenemos necesidad de la exageración y a veces los grandes hombres y las grandes mujeres, son exageraciones de la especie humana. La biografía también debe respetar la más sutil intimidad de los seres humanos. Pero esta afirmación es contradictoria, pues ¿para qué nos serviría una biografía que sólo exalte el valor y no las flaquezas que hacen del biografiado un legítimo e imperfecto ser humano arando en el mar, haciendo camino sobre el océano del tiempo?

Difíciles son los hilos de la sabia biografía. El biógrafo también ha de merecer ser biografiado.

Para finalizar, debo detenerme en someras precisiones de cómo utilizo los términos historia de vida, testimonio, memoria y autobiografía, de los que ya he dicho que considero como variantes del género biográfico con matices distintivos, cuyas fronteras son a veces sutiles, algunos teóricos no les ofrecen rangos subgenéricos y se ha dado en defender sobre todo al testimonio como género aparte. Diría aquí que una historia de vida trata sobre el trayecto vital de la «gente sin historia», del llamado «ciudadano común», que vive y padece en su medio social una vida llamémosle corriente. El testimonio apela a lo factual, el personaje biografiado o autobiografiado se somete al imperativo de una circunstancia muy destacable de la que es protagonista, antagonista, testigo presencial o sobreviviente de ese hecho que probablemente ilumine toda su vida. La memoria se reserva para las personalidades de intensas relaciones sociales, quienes relatan sus vidas en función de los hechos relevantes en los que han tomado parte y de las otras personalidades distinguidas que han conocido. La autobiografía puede sumar matices de la historia de vida, el testimonio y la memoria y revestir formas de diario o de relato pormenorizado de la existencia del narrador como protagonista principal de su propia vida.

Una biografía propiamente dicha usa todas estas posibles fuentes: historias de vida, testimonios, autobiografías, memorias, diarios, cartas, relatos de interés periodístico… y termina siendo un texto de corte integral que aspira a ser reflejo del biografiado, ya sea, como he dicho, sobre toda su vida o sobre los segmentos temporales más relevantes de ella. La equidistancia entre objetividad y subjetividad puede quebrarse a favor de la segunda, cuando la biografía intenta adoptar el tono de una novela. De cualquier manera, toda biografía es una versión, una lectura de una vida, por lo que de cada personalidad cabe armar muchas y hasta muy diferentes y a veces contradictorias biografías.

Si Harold Bloom nos ha hablado de «la mala lectura», referido a la crítica literaria, quizás toda biografía sea eso: una mala lectura, una interpetación de una vida que, al apartarse inevitablemente de lo estrictamente factual, al valorar o narrar con énfasis, al exaltar o denostar, se desvía la atención o se falsea de alguna manera la más legítima realidad de la personalidad biografiada, que puede quedarnos en una saga idealizada para su bien o para su mal. Una biografía, por muy verídica que sea, no escapa al destino de la subjetividad del biógrafo, a la etapa histórica en que interprete el ayer. El matiz elegíaco que entraña una obra de esta naturaleza, contribuye a la subjetividad que luego se ha de reforzar en manos del receptor, quien a su vez hará una mala lectura de una mala lectura.

¿Es ése el destino final de toda biografía? Su propio valor de literaturidad, la gala lexical que emplee el biógrafo y su garra de escritor, pueden contribuir a esa subjetivización. Una biografía resulta en última instancia también una obra literaria, y ha de sufrir los avatares propios de las divisiones genéricas y de la escritura como ejercicio de arte de la palabra.

 

Virgilio López Lemus 

Acerca de esta publicación:El ensayo “Biografía, historia de vida, testimonio” de Virgilio López Lemus fue publicado anteriormente por la revista de estudios académicos “América, cahiers du CRICCAL”.

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Décimas a la mujer

Décimas a la mujer

Y Dios te hizo a ti mujer bella vestida de luna, y de una fresca laguna agua te da de beber. Bendice tu amanecer en los espejos...

Una fogata en las profundidades del tiempo

Una fogata en las profundidades del tiempo

  El narrador regresa al pasado a través de la nostalgia. Saborea la brisa fresca del mar, atraviesa una calle colorida y entra a El...

“Tengo la sensación de que nunca me fui, que sólo estuve soñando”: Emma Claus

“Tengo la sensación de que nunca me fui, que sólo estuve soñando”: Emma Claus

  Emma Claus es una escritora y columnista cesarense afincada en Alemania. Apasionada por la lectura de obras colombianas, mantiene u...

El miedo de una casa inexistente, de Ernestina Elorriaga

El miedo de una casa inexistente, de Ernestina Elorriaga

  La palabra “casa”, hogar (etimológicamente “hogar” viene de focus, fuego en latín, el bracero -lar para los romanos- que ...

Tus ojos, el poema de Gaspar Pugliese Villafañe

Tus ojos, el poema de Gaspar Pugliese Villafañe

  Tus ojos, tus ojos tienen la magia del amanecer en el campo; el bálsamo de tus miradas, ha sanado una a una las heridas que l...

Lo más leído

¿Cuál es la función del arte?

Gemma E. Ajenjo Rodríguez | Artes plásticas

El Bogotazo, 9 de abril de 1948: el relato de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán en la prensa

Yeison Yamir Martínez Mejía y Peter Henry Ortiz Garzón | Historia

La política, el bogotazo y la muerte de la esperanza

Carlos Alberto Salinas Sastre | Historia

Aproximación a la definición del Arte

Eduardo Vásquez | Artes plásticas

Tres poemas de Luiz Mizar

Donaldo Mendoza | Literatura

Rosa jardinera

Álvaro Yaguna Nuñez | Música y folclor

Gitanos: érase una vez América

Ricardo Hernández | Pueblos

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados