Literatura

A pencazo limpio

Armando Javier López

17/01/2013 - 11:40

 

Mandé mi mano derecha con la velocidad de un águila, dando justo en la mejilla derecha de mi contrincante, tan fuerte, que tuve miedo de partirla en pedazos. Golpes como éste iban y venían entre mi primo y yo, hasta que una voz mostrando luces de autoridad nos separaba.

Era mi madre indignada por el espectáculo que dábamos en la sala de mi casa. Aún así nada nos hacía parar la contienda; hasta que las palabras mágicas taladraron nuestros oídos.

–Se lo a  voy a decir a tu Papá.

Sólo en ese momento logramos reflexionar, después de aquel último asalto en la que nuestra ira defendía el honor del caballero de alto linaje.

No tuvimos otra que mirarnos a los ojos y simplemente buscar nuevos rumbos, agujeros donde meternos, caminos que recorrer, ideas que crear, y lo principal, conseguir que mi padre no se diera cuenta de lo sucedido.

Los siguientes días fueron eternos. Todo lo que hacíamos giraba en torno al viernes; parecíamos hermanitas de la caridad, realizando obras cuyo objetivo final era conmover el noble corazón de mi Santa Madrecita; pero es difícil cuando has vivido largo tiempo empatando a punta de pecado y rezo, porque no puedes pasar la vida confesando siempre el mismo pecado.

Viernes, el día más esperado entre los dos, durante los últimos cinco años. Eran las 5:00 de la mañana, y ninguno se atrevía a dar el primer paso al baño, solo pensábamos en conseguir la manera en que la tierra se abriera y nos tragara.

–¿Qué es lo que ustedes se piensan, par de sinvergüenzas, o es que no piensan ir al colegio? Pal´ baño, carajo, pal´ baño –sólo pudimos brincar de nuestras sábanas y correr a cumplir con el mandato. Había que hacer caso en todo, solo de esta manera podíamos lograr que mi mamá desistiera de su cometido.

Ese día nuestro pensamiento en el colegio no era otro, sino la llegada de mi padre. El profesor se hubiera podido dar el lujo de regalar nota, y mi primo y yo ni siquiera nos hubiéramos percatado de la magnitud del acontecimiento.

En la hora del recreo parecíamos 2 zombies que caminaban los pasillos por inercia, mientras observábamos como nuestros compañeros de estudio disfrutaban de lo lindo.  En ese momento quería ser cualquiera de ellos, para no estar en mi pellejo,

–Pero qué carajos, yo soy un hombre y como los hombres, afrontare la situación –era la expresión que pasaba por mi mente, mientras mis piernas temblaban.

Al salir del colegio quisimos volarnos, pero creo que hubiera sido peor, por lo tanto la mejor decisión fue asesorarnos y desarrollar un buen plan de contingencia; teníamos planes de la A, a la Z.  No había de otra, al llegar a casa decidimos consumir un buen almuerzo, más de lo habitual; podía ser nuestro último alimento. Terminada la contienda, nos dispusimos a dormir plácidamente nuestra última siesta, pero de la llenura, creo tuve una pesadilla,

“Papi no me pegues, papi no me pegues, no lo vuelvo a hacer”. Desperté en el momento en que me volaba de los pencazos de mi Papá, salvándome de una buena pela.

Sabíamos que de ésa no nos salvábamos. Por lo tanto, decidimos tomar los pantalones más gruesos, doble calzoncillo, doble bóxer, pantaloneta y hasta una happy lora, para que pudiera amortiguar el golpe del fajón.

–¿Qué más vecino? –sentí la voz de mi Padre saludando al vecino. Sabíamos que la hora esperada había llegado, en esos momentos mis manos comenzaron a sudar, mientras que mi primo aumentó su velocidad de repetición de palabras de 2 a 7 por segundo–: Que, que, quee… –Era difícil entender algo en ese momento, hasta el punto que tuve que pedirle que me hablara por señas.

Mi cuarto se convertía en un fortín en el cual mi Papá nos encontraba a las 7:00 PM en cama, envueltos en una sábana. ¿Quién lo creyera? Parecíamos los niños más juiciosos del mundo.

–¿Ustedes qué? ¿están enfermos? –decía mi padre al ver aquel hermoso cuadro.

Me levanté a darle un beso, mientras mi primo se hacía el dormido. Mi Papá salió y yo seguí acostado, tratando de conciliar el sueño, aunque pude lograrlo sólo como a eso de la 1:30 AM, porque cada vez que lo estaba consiguiendo, despertaba escuchando mi llamado. Todo mi temor afloraba al sentir mi nombre en la voz de mi papá, después que mi mamá le expusiera todos los pormenores de nuestras travesuras.

Otra de las ideas era levantarnos lo más tarde el día siguiente, para estar seguros que al hacerlo, no encontráramos a mi papá en la casa; pero él nos hizo madrugar para lavarle el carro. Ahora, el plan era demorarnos el mayor tiempo posible, para terminar justo en el momento que él tuviera que salir; pero nos interrumpió más rápido de lo habitual, para que le acompañáramos a realizar sus diligencias.

La verdad es que no sé sí el destino jugaba con nosotros, o si por el contrario, era mi papá, quien nos aplicaba un terrorismo psicológico por habernos portado tan mal. Lo cierto es que mi hipótesis se comprobaba mucho más, porque en su rostro se dibujaba una sonrisa pícara y un brillo en sus ojos, cada vez que se encontraba a nuestro lado. Sentía que gozaba cuando nos veía entrar en chiripiorca pasiva, en otras palabras, en sudor con tembladera disimulada.

Pasamos todo el fin de semana sumidos en una completa zozobra, siempre pidiendo a gritos mentales que llegara rápidamente el día en que mi Papá tuviera que volver a Maicao, para así poder librarnos de los pencazos.

Al fin llegó el lunes, festivo por demás, el día más preciado en nuestros últimos años.  Ya divisaba una sonrisa brillando en mi cara al imaginarme a mi Papá salir.

Todos los que residíamos en aquella casa, nos encontrábamos en la sala, alrededor del Jefe del hogar. A todos nos dio un beso, luego pidió a mi primo y a mí que nos portáramos bien. La verdad, yo no lograba escuchar sus palabras, solo contabilizaba cada paso que Él daba. Sus pasos y el latir de mi corazón sonaban al unísono, pero a medida que él se alejaba mis ojos se conectaban con los de mi primo. Sentíamos que habíamos ganado la tercera guerra mundial, no lográbamos disimular la alegría, queríamos gritar de la emoción cuando lo vimos atravesar el marco de la puerta…

Cuando de pronto mi Papá retrocedió diciendo: –Ustedes me deben una –sacó su fajón, y… Ayyyy…

Nos acarició suavemente y partió para Maicao, como tanto lo habíamos pedido.

 

Armando Javier López Sierra

Acerca de “A pencazo limpio”: Fue seleccionado entre los 10 mejores en la Primera Versión del Concurso Departamental de Cuento Corto "En el Cesar todos estamos en el cuento”, realizada en el año 2004 y publicado ese mismo año en el libro Serenata y otros cuentos, con la compilación de cuentos seleccionados como finalistas en dicho concurso. Este mismo cuento fue publicado en el año 2009 en el libro "Memoria Fascinada, cuentos y poesías upecista" del Grupo Cultural Raúl Gómez Jattin de la Universidad Popular del Cesar.

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