Literatura

El sepulturero bilingüe

Arnoldo Mestre Arzuaga

26/03/2013 - 11:49

 

Era  día de pago. La multinacional CICOLAC,  a través de la Caja de Crédito Agrario Industrial y Minero,  había entregado cuantiosos cheques a los ganaderos por la compra de la leche fresca en sus fincas.

El café La Bolsa estaba atestado por la clientela. Los vendedores de  lotería hacían su agosto. Era viernes cinco de mayo de 1956, y se paseaban por todo el establecimiento, gritando  su pregón:

– “La liber, la liber… (refiriéndose a la Lotería del Libertador). Cómprela, se la puede ganar. Juegue mañana sábado, cómprese su quintico y salga de pobre.

De repente, los gritos que venían de la esquina de enfrente llamaron la atención de todos los presentes. La gente fue saliendo rápidamente para ver lo que sucedía. La pequeña puerta de entrada era insuficiente, así que se empujaban unos a otros buscando la salida más rápida.

El que gritaba era un hombre de mediana estatura, de tez morena, de cabello ralo, ceño fruncido, cejas abundantes, nariz puntiaguda, frente amplia y con pliegues que se prolongaban hasta la parte superior del cráneo donde empezaba su calvicie. Por los ademanes enérgicos que hacía, parecía estar en medio de un discurso político.

–Fue el general Gustavo Rojas Pinilla, quien mandó para acá a Motta Motta. No fue el gobernador del departamento del Magdalena, el coronel Rafael Hernández Pardo. Fue el mismísimo Rojas Pinilla. Ahora sí le van a poner orden a esta vaina. Las putas, los rateros, los maricas y todos los sinvergüenzas se irán para la guandoca. También todos los vagos que se la pasan mamando ron y café en la cantina del Cachaco Colís Botero tendrán que buscar oficio. Motta Motta no le tiene miedo a nadie. Si el mismo Pedro Castro se opone a sus disposiciones, se va preso… Y el doctor Maya que no esté hablando mucho porque se lo va a llevar el carro pa´patrullá. Mande el gobierno que mande, a mí me da lo mismo.

Del bolsillo trasero de su pantalón sacó una botella de ron caña y se tomó un trago largo. Después, se retiró balbuceando palabras que él denominaba “ingles”:   “Oh yes, veri wel, spiky inglis, iuman, beatiful much, caman, mister Douglas is black, mister neuman  is pipón”, hasta que desapareció al final de la calle. Después de todo, cruzó la esquina para llegar hasta la plazoleta de las madres, frente al cementerio central, donde se desempeñaba como sepulturero.

El  cachaco Colís Botero le gritó cuando todavía alcanzaba a escucharlo:

–Vee´ Pacho, así que ahora vos, además de político, hablas inglés –todos soltaron unas carcajadas en coro y de nuevo entraron al establecimiento.

Un campero Willy modelo 1954 se desplazaba dificultosamente por la calle que conduce al balneario Hurtado; las enormes piedras impedían su rápido rodamiento. El conductor uniformado, de unos 22 años aproximados, hacía malabares para que el vehículo no tropezara en la parte de abajo con las enormes dentaduras rocosas. A su lado iba un oficial de alto rango; en la parte de atrás, sentados a cada lado, lo custodiaban cuatro hombres también con uniforme y bien armados.

Al llegar a la plazoleta de las madres, observaron una multitud que escuchaba atentamente a una persona que hablaba agitando el brazo derecho, como si estuviera imitando al caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán. Muchos se hicieron a un lado y murmuraron: “Es el alcalde Motta Motta… ¡Pobre Pacho Socarás, va a ponerlo preso!”.

El vehículo se detuvo y el uniformado de mayor rango ordenó a sus subordinados:

–Usted, Mejía, y usted, Pérez, miren a ver qué es esa “guevonada”.

Los dos soldados con fusil al hombro se bajaron del vehículo. La gente se apartaba para darles paso. Pocos minutos después regresaron donde se encontraba su superior, se cuadraron frente a él con el cuerpo bien erguidos, sacando el pecho, con la mano derecho abierta y en forma horizontal en la sien. Y éste, sin mirarlos, preguntó tajante:

–¿Qué vio Pérez?

–Con la novedad mi capitán, que el sepulturero está borracho. Acaba de echarse un discurso donde lo alaba a usted, ahora está hablando en inglés…

–Vámonos. ¡Deje a ese guevón tranquilo!  El vehículo arrancó, unos perros callejeros corrían detrás ladrando como tratando de morder las ruedas.

Al día siguiente, a eso de las nueve de la mañana, Motta Motta y sus hombres caminaban por la calle “Del Cesar”. Un tambor redoblante, tocado por un soldado de un metro con noventa de altura, de color negro y robusto, iba llamando la atención del público, el cortejo lo encabezaba otro hombre totalmente rapado, esposado y de mal aspecto, tenía una cicatriz en su pómulo izquierdo, usaba zapatos blancos de tela con suelas de caucho, detrás venía Motta Motta y sus cuatro soldados con sus rostro de piedra y bien armados. En cada esquina se detenían y el soldado del redoblante tocaba más fuerte para atraer más la atención del público. Al finalizar cada intervalo de la marcha, el alcalde se paraba al lado del detenido y le ordenaba:

–¡Hable haberrr! –y éste, con su voz temblorosa, empezaba una y otra vez su discurso:

–Mi nombre es Julio Quintero. ¡Mírenme bien! Soy ratero; Estoy detenido porque me robé seis gallinas en el barrio El Cerezo. Soy ratero, soy un peligro público; ¡Reconózcanme!

La caminata continuó hasta las principales calles de la ciudad, y en cada esquina, el hombre repetía lo mismo, hasta llegar a la alcaldía donde quedaban también los calabozos.

A eso de la una de la tarde, la ciudad se paralizó. La gente estaba muy consternada. La noticia se regó como pólvora. El Jeep Willy del alcalde Motta Motta recorría toda la ciudad, la búsqueda era minuciosa. Se prohibió las reuniones de más de dos personas, la venta de bebidas alcohólicas y el porte de armas. Todos estaban atemorizados, el café la bolsa de Colí Botero, fue allanado por el alcalde y sus cuatro soldados. Las personas que se encontraban dentro fueron requisadas meticulosamente y obligadas a abandonar el lugar.  Motta Motta le ordenó a Colis Botero cerrar el establecimiento hasta nueva orden.

Todo este operativo se debió a un doble crimen cometido en el barrio el Carmen. Dos hermanos habían sido asesinados a tiros por un desconocido que entró al establecimiento donde se encontraban tomándose unas cervezas y sin mediar palabras. Les disparó a quema ropa y, después, huyó del sitio aprovechando la confusión de la gente. Su acción fue tan rápida que nadie pudo describirlo. Unos decían que era blanco y de camisa roja; otros que moreno y usaba una camiseta “amansa loco”; esto despistó totalmente a las autoridades, es por esto que Motta Motta andaba airado y buscándolo por todas partes.

Las víctimas eran emigrantes santandereanos que no tenían familiares en la ciudad. Por eso la alcaldía se encargó de su entierro; y para ello, el alcalde Motta Motta, por intermedio del soldado Pérez, requirió a Pacho Socarrás cavar las fosas. El sepulturero estaba lúcido cuando Pérez le comunicó la orden del alcalde:

–Por orden de mi capitán Motta Motta, alcalde de la ciudad, usted debe cavar dos fosas. Los gastos por su trabajo los cubre la alcaldía –Pacho asustado asintió inclinando un poco la cabeza hacia abajo.

–Recuérdelo bien… ¡Para mañana a las diez! Son ordenes de mi capitán remató el soldado y se retiró.

Como se trataba de dos fosas, Pacho contrató a un ayudante, de modo que entre los dos comenzaron la ardua labor, la cual siempre realizaba el sepulturero con su botellita de ron caña. El ayudante era un hombre joven y robusto, de tal forma que su fosa la terminó primero, y a eso de las seis de la tarde, se despidió y abandonó el lugar.

Pacho cansado y borracho, no tuvo fuerzas para irse para su cosa. Como ya había oscurecido buscó donde recostarse y abrigarse. Lo único que vio disponible fue una bóveda vacía, se acomodó en ella como pudo y en enseguida se durmió. A las dos de la madrugada su sueño fue interrumpido por dos hombres que conversaban animosamente al lado de la bóveda donde él dormía:

–Esto fue fácil, hermano –afirmaba uno-. En esta ciudad nos taparemos en plata. Aquí la gente ni las puertas aseguran. Mire qué cadena tan hermosa. Este Cristo en oro debe valer un “jurgo”.

–Cálmese, Wicho –dijo el otro–. Tenemos que esconder toda esta vaina.

De pronto, Pacho lanzó un quejido y comenzó a hablar esa jerga que él llamaba inglés. Los extraños visitantes huyeron despavoridos en diferentes direcciones y de un salto se volaron las rejas del cementerio.

En horas de la  mañana, bien temprano, cuando Pacho salió de la bóveda, lo primero que vio fue un maletín abierto, lo tomó y, al revisarlo, notó que éste estaba lleno de joyas: cadenas, sortijas, aretes y todas las prendas de oro que traía Miguelito Villazón de Mompox para vendérselas a las familias adineradas de Valledupar.

Serían como las ocho de la mañana cuando Pacho se presentó a la Alcaldía exigiendo hablar directamente con el Alcalde. Cuando estuvo en su presencia le contó lo sucedido.  Motta Motta se alzó de su silla, le dio un fuerte abrazo y le dijo:

–Personas como usted, Don pacho, son las que necesita el municipio.

Después, lo tomó de la mano y habló duro para que lo escucharan todos los empleados:

–Acérquense por favor. Este hombre –dirigiendo su mirada a Pacho– nos ha demostrado hoy que todavía existen personas honestas. Miren lo que ha traído. Les fue mostrando a todos el contenido del maletín; una de las empleadas lo interrumpió.

–Señor alcalde, ese maletín se lo robaron anoche a la señora Elvira Celedón, unos hombres se metieron a su casa mientras dormía.

Por la tarde, después del entierro de los hermanos Bohórquez asesinados en el barrio  el Carmen el día anterior, el alcalde motta motta reunió a todo su gabinete, y con la presencia de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, y de las personas prestantes de la ciudad, presentó a Pacho como el personaje del año.

–Es cierto que hemos tenido muchas dificultades para contrarrestar el crimen, pero hoy, a pesar de tantas adversidades, me siento muy complacido. El sepulturero nos ha dado una lección de honestidad. Este humilde hombre –señalando a Pacho– con tantas necesidades y problemas económicos, rechazó todas las tentaciones mundanas y nos trajo el cuerpo del delito –mostró de nuevo el maletín con su contenido–. Es por eso que la alcaldía lo resalta y lo condecora como “Ciudadano del Año” por su honestidad –le extendió un pergamino a Pacho y le dio de nuevo un abrazo–. También la victima aquí presente, Doña Elvira Celedón, como gratificación, le otorgan estos cien pesos–.  El aplauso fue general y prolongado.

En toda la ciudad, durante el día, sólo se hablaba del hallazgo de Pacho en el cementerio. Nadie daba razón de los rateros, lo que tenía muy indignado a Motta Motta. Pero, a las seis de la tarde algo sucedió. En la puerta de la iglesia La Concepción, estaban dos hombres con la ropa destrozada, como si sus pantalones se hubieran flecado con algo cortante. Estaban atemorizados, con los ojos desorbitados y pedían a gritos hablar con el Padre Vicente de Valencia, quien al verlos en ese estado deplorable, mandó a llamar al alcalde, y en su presencia, los hombres arrodillados ante el sacerdote suplicaban:

–Padre, confiésenos. ¡Violamos el cementerio y un muerto nos persigue! Récele por favor para que nos deje en paz –Inmediatamente fueron capturados y el caso quedó cerrado.

Al día siguiente, Pacho bien vestido y borracho se paró de nuevo en la esquina de enfrente del café La Bolsa y empezó su discurso:

- Motta Motta, es amigo del presidente Rojas Pinilla, fue él quien lo mandó para el Valle, para que acabe con los maricas, las putas, los rateros y todos esos hijueputas cachacos que se vienen a matarse aquí, jajá, jajá. Mande el gobierno que mande, a mí me da lo mismo, jaja. Mister neuman es pipón. Mister Douglas is black, pipol, pensil, ticher...

Colis Botero que se encontraba en la puerta con todos sus clientes, cuando ya Pacho se retiraba le gritó: Vee pacho, vos lo que te merecés es un aplauso, y todos lo aplaudieron.

 

Arnoldo Mestre

Sobre el autor

Arnoldo Mestre Arzuaga

Arnoldo Mestre Arzuaga

La narrativa de Nondo

Arnoldo Mestre Arzuaga (Valledupar) es un abogado apasionado por la agricultura y la ganadería, pero también y sobre todo, un contador de historias que reflejan las costumbres, las tradiciones y los sucesos que muchos han olvidado y que otros ni siquiera conocieron. Ha publicado varias obras entre las que destacamos “Cuentos y Leyendas de mi valle”, “El hombre de las cachacas”, “El sastre innovador” y “Gracias a Cupertino”.

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