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De los gozos al Santo Ecce Homo (I)
La multitud que el lunes santo desborda la emblemática Plaza Mayor de Valledupar aclama jubilosa la imagen del Jesús sufriente, atado a la columna, llagado, oscurecido por siglos de incensación y velaciones. En la torre de la Iglesia, la campana tañe su característico toque ferial de Cuaresma. En las calles del Centro histórico, el gigantesco caudal humano que nutre la monumental procesión del Cristo moreno. En los corazones de los fieles, la dulzura de su rostro sereno, en espera de los azotes.
Cada año vemos repetirse el solemne ritual de la fiesta del Ecce Homo, y sin embargo, cada año trae consigo su propia novedad. Siempre la misma liturgia: el juicio de Pilato (Jn. 18, 28-40; 19, 1-16); el diálogo del Praetor romanus con el Ungido de la gloria, dentro del amañado proceso que llevaron contra Él los sacerdotes judíos. Y siempre nueva la lección que surge de la contemplación del Siervo de Yahvé, escarnecido por el furor de la plebe. Siempre el mismo himno en aires de acordeón, y siempre nueva la nunca agotada energía de los vallenatos que cantan a pulmón henchido la melodía de los gozos.
Nunca es igual porque siempre que se entona ese cántico, que ya es patrimonio cultural inmaterial de los vallenatos, se exacerba el alma sensible de la piedad popular, y sabemos que la experiencia sensorial es tanto más intensa cuanto mayor número de sentidos son afectados. Por eso, al cantar los gozos al Ecce Homo, leídos o memorizados; al escuchar la propia voz unida al coro emocionado de la feligresía toda; al contemplar la venerable y venerada imagen del Nazareno flagelado, objeto del más tierno afecto por parte de sus devotos, lo que se canta no es ya un simple himno sino una consigna que, plenamente interiorizada, es determinante y aglutinante al propio tiempo de la raizalidad vallenata.
Determinante porque todo un cúmulo social se identifica con la devoción al Ecce Homo, y de este modo, con las aspiraciones contenidas en las estrofas del himno compuesto en su honor, el cual sirve como medio para congraciarse con el objeto de la fe; y aglutinante porque dicha identidad opera sin distinción de clase, sexo, procedencia, formación, e incluso credo, y yace afianzada en la memoria colectiva de todo el pueblo vallenato y más allá de él.
Tal vez no lo imaginó así el padre Casiano de Guadasuar, sacerdote capuchino de la provincia de Valencia-España, que fue párroco de la Inmaculada Concepción en tiempos del Vicariato Apostólico de Valledupar. Según una sólida tradición oral y de acuerdo con el testimonio de personas que lo conocieron, fue el autor -por los años 50- de los gozos al Santo Ecce Homo, himno que para sus fieles devotos viene a ser tanto como un canto de gloria.
Y es que la letra de los gozos, si bien sencillos en la composición, rezuma el dinamismo de la teología sin menoscabo de su profundidad, en función de su comprensión por parte del parroquiano menos entendido. A lo largo de sus estrofas encontramos un mensaje que nos habla del amor a la verdad; de la primacía del servicio; de la exaltación de la humildad, y de la esperanza que debe alentar al pueblo cristiano en su deseo del Cielo. Valores enaltecidos no sólo por la tradición de la Iglesia, sino por la Escritura misma. Tomemos, por ejemplo, la primera estrofa y el coro:
Tus tormentos, ¡Oh Santo Ecce Homo!,
hoy meditan tus hijos con fe;
ellos fueron quienes ante Pilato
amarguras te hicieron beber.
De este pueblo sé protector amante;
de tus hijos guía fiel y constante,
y de cuantos vienen a visitarte,
la promesa de eterno galardón.
Encontramos una clara referencia a la veracidad, al deber de todo creyente de vivir en la verdad. En efecto, Jesús de Nazaret se presenta a los judíos como el Mesías prometido, pero en la mentalidad del pueblo hebreo se había consolidado una idea de mesías liberador distante del mensaje predicado por Jesús: la liberación no se expresaba en términos de guerra contra el yugo romano sino en virtud del cumplimiento de la voluntad del Padre, que enviaba al Hijo a dar ejemplo, para que siguiéramos sus huellas (1P. 2, 21). Naturalmente, al establecimiento sacerdotal judío no le cayó bien aquello, y menos que tuviera la osadía de llamarse a sí mismo Hijo de Dios, y esa fue la razón de sus tormentos.
Presentado a Pilato, éste lo interroga. El Procurador romano encuentra inocente a Jesús y pretende liberarlo, pero teme las implicaciones políticas que de ello puedan derivarse. Necesita un argumento contundente y ese argumento pudo haber salido de los labios del propio Jesús cuando el Praetor lo interpela: “-¿Y qué es la verdad?” (Jn. 18, 38). Pero dice el texto sagrado que Pilato volvió la espalda y salió nuevamente a la multitud. Si el criterio de Pilato no hubiera sido suscitar lástima en los escribas por el Jesús flagelado sino hacer ver la falsedad de una culpa inexistente, habría tenido valor para reconocerlo y proclamarlo inocente frente a sus acusadores. Habría sido la reacción contundente de quien se sabe de frente a la verdad: habría sido justo. Por otra parte, ¿Cuál habría sido la respuesta de Jesús? No lo sabemos. La humanidad perdió en ese momento la soberana ocasión de escuchar en palabras del Maestro la definición más auténtica de dicho concepto.
Pero la Iglesia, a la luz de la revelación nos presenta el Magisterio, que es su enseñanza. Ya en el Evangelio se nos anuncia el amor divino, que eleva al hombre al plano de la íntima relación con Dios, a partir de la cual el amor y el servicio solidario se constituyen en valores eficaces sobre los cuales se construye el Reino de los Cielos. Así pues, guiados por Aquel que es “guía fiel y constante”, podremos acceder al premio de gloria: a Jesús mismo, que es “la promesa de eterno galardón”. Hasta aquí la primera parte de este análisis de los gozos al Ecce Homo.
Armando Arzuaga Murgas
Sobre el autor
Armando Arzuaga Murgas
Golpe de ariete
San Diego de las Flores (Cesar). Poeta, investigador, gestor y agente cultural. Profesional en Lingüística y Literatura por la Universidad de Cartagena. Formador en escritura creativa. Premio Departamental de Cuento 2010. Miembro del Café Literario de San Diego. Coordinador del Centro Municipal de Memoria de San Diego-CEMSA. Integrante de la Fundación Amigos del Viejo Valle de Upar-AVIVA. Colaborador habitual de varios medios impresos y virtuales.
1 Comentarios
Cada mañana le ofrezco San Roque los gozos en su honor.
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