Opinión
Elogio a la lógica
Ivanna llegó a mi habitación a compartir su alegría de haber aprendido a contar del uno al veinte.
Su forma particular, pero certera de percibir la realidad le ha hecho ganarse el calificativo de sabia y ponderada a su corta edad, pues los niños siempre recurren a la libertad de actuar y expresarse según les dicte su corazón y su razón, para poner en práctica su potencial creativo, para hacer de lo imposible algo posible, sin ser criticados, ni estigmatizados. Su capacidad de asombro es lo que los mantiene a salvo de la esclavitud de la forma.
Para cualquier adulto, resultaría una trivialidad el manejo de tan pocos números, pero lo que lo hace particular a los cuatro años de Ivanna, es la forma diferente como cualquier niño puede aprehender la realidad, desde una lógica, aunque distinta, eficaz y más libre que la de cualquier adulto, porque toma distancia de la convención a que se someten las personas cuando dejan de ser niños, principalmente, de aquellas reglas que tienen que ver con mecanismos lingüísticos para la expresión y la comunicación.
Semanas antes habíamos estado practicando el conteo hasta el diez, con tan poco éxito que abandonamos la empresa para no causar desilusiones, pero para sorpresa mía, ese día irrumpió en mi habitación con voz firme y decidida: - ya sé contar hasta 20 me dijo, y de inmediato comenzó su demostración. Abandoné mi lectura de novela de crímenes para escucharla con el respeto que siempre han merecido sus opiniones y comentarios. Con paciencia y regocijo seguí mentalmente el conteo, hasta cuando ella tuvo que superar el número diez, pues hasta allí había llegado en épocas anteriores.
Debo confesar que lo que siguió me produjo una risa con cierta dificultad para contener. Después del diez ocurrió algo inesperado. Con la misma tranquilidad y certeza con la que pasó del nueve al diez, continuó con el dieciuno, el diecidós, diecitrés, diecicuatro y diecicinco, pero de la risa, pasé al asombro cuando cayó de nuevo en el dieciséis y siguió con el diecisiete, dieciocho, diecinueve y veinte. Había en su método una lógica tan simple, pero tan coherente que no admitía corrección alguna.
Ivanna me enseñó otra manera de contar, tan lógica y coherente como a la que hemos estado sujetos por la convención. Avergonzado por haberme burlado, entendí que la realidad tiene otros dobleces que los adultos no podemos percibir, ni comprender fácilmente, porque nos hemos hecho esclavos de los acuerdos que nos limitan en el amor, en la espiritualidad, en la expresión y en el mismo derecho que tenemos a ser libres.
Son los niños los únicos capaces de desafiar desde su enorme e insaciable creatividad cualquier patrón o lógica impuesta desde la normatividad. ¿Por qué es posible decir diez y seis, diez y siete y no diez y uno o diez y dos? Son esos niños, todos desde sus sabios cuatro años, mis sobrinos, Sergio, Marycarmen e Ivanna, quienes me cuestionan y nunca entienden, (ojalá que no se conformen nunca con estas repuestas tan simplistas): ¿Por qué se exige que se diga muerto y no morido?, puesto y no ponido?, vino y no vinió ? y me da vergüenza no tener una respuesta con la misma fuerza recursiva y lógica de sus preguntas; me da pena tener que decirles: - porque la gramática así lo exige, porque unos cuantos decidieron ponerse de acuerdo en nombre de la mayoría, para que el verbo fuera irregular. Siento tristeza no poder sostener ese universo que hemos compartido en la intimidad de nuestro afecto y tener que despertarlos para que descubran ese mundo de adulto que quiere negar el poder creativo de las palabras que va más allá de cualquier formalismo.
De los niños hay mucho que aprender; su enorme capacidad de asombrarse, incluso con las cosas más insignificantes, de vivir sin prevenciones, de su cruel honestidad, de su capacidad de perdón, de amar y sobre todo de su infinita libertad para decir las cosas con la certeza de que lo que hablan, así no encaje en patrones lingüísticos universales, está bien dicho, porque es lo que sienten y lo que entienden, nunca lo que el mundo les impone. Qué bueno sería que los adultos recurriéramos de vez en cuando al niño que cada quien lleva dentro para poder ser más felices, libres y creativos.
Óscar Ariza Daza
@ Oscararizadaza
Sobre el autor
Oscar Andrés Ariza Daza
Bitácora
Oscar Andrés Ariza Daza. Licenciado en Idiomas, Magíster en Literatura Hispanoamericana y estudiante de doctorado en literatura. Profesor investigador de la Universidad Popular del Cesar. Escritor y columnista del Diario El Pilón.
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