Opinión

Una madre mala, injusta e incomprensiva

Fabio Fernando Meza

11/05/2015 - 05:55

 

Ese muchacho de mierda me tiene hasta aquí”, decía ella tocándose la frente con la punta de su dedo índice cuando alguien le llevaba quejas mías.

Si alguna vez le pedía permiso para estar con algún grupo de compañeros de colegio, me preguntaba los nombres de cada uno y qué hacían, para al final decir un rotundo no. Era entonces cuando yo lloraba, brincaba y pataleaba y mentalmente le decía: eres mala, una madre muy mala…y ella ni se inmutaba.

Ese día yo no le hablaba porque estaba resentido con su actitud y tenía que quedarme sólo, leyendo los libros que ella me daba acompañado con uno de sus chistes para que cambiara esa cara de ají picante que yo tenía: “una vez llegó un pollito a la Casa Blanca, me decía ella, y tocó el timbre. Yo la interrumpía: ¿dónde queda la Casa Blanca? Ella, que jamás pisó un plantel educativo me respondió en el acto: donde los cachacos de las Europas y no me interrumpa cuando estoy hablando, carajo…Y el pollito preguntó si estaba el presidente. Y salió un gorila mono de esos de allá y respondió: el presidente está en Ohio... y el pollito llorando preguntó: ¿Enojayo.¿enojayo conmigo? y ambos soltábamos la carcajada del siglo y todo resentimiento de mi parte quedaba olvidado

Ella siempre me hablaba de que antes que todo yo debía ser persona, gente, que Dios está dentro de cada uno de nosotros, que no hay que buscarlo fuera. Que yo tenía que formarme una identidad, que mis acciones llevaran mi sello personal. Que debía tener pantalones para reconocer mis errores. Que me enamorara de la vida, porque según ella, la vida no era celosa...Que no me tomara nada en serio porque producía ardor de estómago y me enfermaba. Que fuera siempre yo, sin máscaras.  Que siempre sonriera, que diera lo mejor de mí. “Que no se note la pobreza”, me decía.

Siempre que yo olvidaba saludar a alguna de las personas contemporáneas de ella en la calle -que además eran sus amigos-, corrían a ponerle quejas y no esperaba siquiera que yo le respondiera que no las había visto para darles los buenos días, cuando ya se estaba agachando y de debajo del fogón de leña cogía una astilla, y me la lanzaba, sin pegarme por fortuna porque yo salía corriendo, y ella me gritaba que si eso era lo que me estaban enseñando en la escuela: a ser mal educado con los demás.

Algunas veces le pedía permiso para salir a caminar por ahí en las noches sin luz por las calles del pueblo con algunos compañeros y me decía: ¡No! Yo reprimiendo la rabia le gritaba mentalmente: ¡Eres una madre injusta!

No sé cómo se enteró de que a mí me gustaba una niña del barrio y sin más me prohibió acercarme a ella sin darme explicaciones. Me tragué mi coraje y le grité mentalmente que era la madre más incomprensiva de toda la bolita del mundo amén.

Pero hoy que no estás conmigo debo confesarte que gracias a que en esos momentos de mi vida donde yo me preguntaba cuál era mi lugar en el mundo, yo te gritaba mentalmente sin atreverme a vociferar de manera física, a voz en cuello, que eras la madre más mala, injusta e incomprensiva del mundo, si no me hubieras moldeado con tu carácter quizás yo ya no existiera.

Porque me di cuenta que siempre que pudiste me evitabas problemas. No me dejabas salir con ciertos compañeros que después, por cosas de la vida, tuvieron que huir del pueblo. No me dejaste ilusionarme en mi adolescencia porque sabías que esa niña fue después el terror del pueblo por su comportamiento. No me permitías salir con algunas personas de noche porque se robaban las gallinas o lo que pudieran.

Tengo que bajar la cabeza al reconocer que me evitaste ser señalado, a tu manera, pero lo evitaste. Y hoy puedo levantar la cabeza porque soy esa persona que tanto soñaste ver en mí.

Me hacías ver las cosas de manera práctica, como la vez aquella que tu comadre Teodocia te regaló unas carimañolas de yuca en una totuma inmensa, tú no estabas y yo comencé a pellizcarlas todas sin comerme ninguna. Te enfadaste porque “la comida no se desperdicia”, y la orden fue perentoria: te comes toda la totuma de carimañolas hasta que te cagues, carajo...”

Te extraño abuela. Te extraño Maíta.

 

Fabio Fernando Meza 

Sobre el autor

Fabio Fernando Meza

Fabio Fernando Meza

Folclor y color

Cronista colombiano originario de San Fernando (Santa Ana, Magdalena). En esta columna encontrar textos sobre la música vallenata, su historia y sus protagonistas, así como relatos cortos que han sido premiados a nivel nacional e internacional.

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