Tecnología

Internet: de la Sociedad de la Información a la Sociedad de la Vigilancia

Antonio Ureña García

20/08/2015 - 07:20

 

En los artículos anteriores sobre Internet y su repercusiones sociales y culturales aparecidos en esta misma columna, nos referíamos a los cambios que la denominada Revolución Digital ha supuesto tanto en el concepto y usos de la cultura, como en la propia configuración social.

De la euforia de los primeros tiempos, donde se veía en las Tecnologías de la Información y la Comunicación la panacea para el desarrollo económico y social del todos los países menos desarrollados, se ha pasado a posiciones más realistas –es el llamado Tecnorealismo, al cual nos referimos en los citados artículos- que pretende analizar en su justa medida las consecuencias del impacto de este medio en la sociedad del S. XXI.

El sociólogo norteamericano George Ritzer creó en los 90 el termino McDonalización, al comprobar que los principios motores de esta cadena coinciden plenamente con los principios del capitalismo más genuino y se están extendiendo al resto de los ámbitos de la cotidianeidad, así como al resto del mundo.

No se trata tanto de la posibilidad de encontrar un restaurante de la citada cadena de comida rápida en casi todas las ciudades del mundo –excepción hecha de Bolivia, donde el último McDonal cerró sus puestas en el año 2002, y recientemente se añadieron artículos en la constitución del país para proteger su soberanía alimentaria- si no de la adopción de los pilares básicos en los que se apoya la citada cadena que, según hemos afirmado, coinciden plenamente con los pilares básicos de la economía capitalista.

El primero de ellos sería el cálculo. En los citados restaurantes todo está calculado para la obtención del máximo beneficio: desde el diámetro de las patatas hasta el peso o la proporción de grasa de las hamburguesas, pasando por los más mínimos aspectos, como calculada está en la sociedad -por ejemplo- la información que se transmite a través de los medios de comunicación con objeto de obtener los efectos deseado; el apoyo o no a determinada actuación política, por ejemplo.

Con ello entramos en el segundo de los pilares: la predicción. Nada se deja al azar tanto en estos establecimientos, al igual que se busca en las actuaciones de los individuos de la sociedad del S. XXI el seguimiento de los cánones establecidos. Ya hablamos en nuestro anterior artículo del papel social de la moda y su importancia, así como la de Internet, en el establecimiento de pautas de conducta individuales.

Para que la predicción sea posible, nada mejor que la automatización –constituyéndose la misma como el tercer pilar de la McDonalización- la cual no solo compete a los procesos productivos, si no a la propia conducta de los empleados. En todos los restaurantes de cadena que nos ocupa, vamos a  encontrar los mismos productos a precios similares, así como las misas texturas y sabores en ellos;  pero, igualmente, podemos observar -con diferencias de idioma o acentos- como los empleados interactúan de la misma forma con los clientes.

El problema es que esta automatización de conductas tiene, con la generalización de las nuevas tecnologías, un reflejo en la vida cotidiana. Pongamos un ejemplo: la conducta normal que hace unos años se esperaba en la sala de espera de un médico era que los pacientes hablaran entre sí; tanto es así que en muchos de estos lugares había colgados carteles pidiendo silencio. Hoy lo previsible es que cada persona se entretenga, no interactuado con el resto, si no con su teléfono celular. Recordamos en este sentido, la imagen que ilustraba el primero de esta serie de artículos sobre internet publicado en Panorama Cultural, donde podía leerse: “No tenemos Wi-fi, hablen entre ustedes”.

El cuarto pilar sería el control. En un restaurante de la cadena todo está controlado siguiendo un estricto protocolo: desde los movimientos de los empleados en el manejo de los ingredientes y con ello la preparación de la hamburguesa en el menor tiempo posible, hasta la forma de envolverla utilizando la menor cantidad de papel. Este control no solo es un elemento ligado a la producción; unos de los apelativos utilizados para definir la sociedad de nuestros días –acuñado en 1980 por el filósofo francés Michel Foucault (Vigilar y Castigar), es el de la Sociedad de la Vigilancia. 

No es casualidad que si buscamos en la web -por ejemplo- información sobre un viaje, a partir de ese momento, la publicidad que aparezca insertada en cualquier página que consultemos sea cual fuere su temática, esté relacionada con el destino dicho viaje. Y es que a largo de nuestros “paseos” por Internet vamos dejando una “huella digital”, que informa a las grandes corporaciones -y en los países menos democráticos también a los gobiernos- de nuestros gustos, hábitos de consumo, formas de pensar y un sinfín de datos, recogidos pos las famosas “cookies”: en principio, simples archivos de texto sin formato creados principalmente con la intención de facilitar la navegación, pero que pueden ser utilizadas para recoger y enviar al servidor la información sobre las actividades del usuario y alertar de todos sus movimientos en cada sitio web, entre otras cosas.

El problema no reside tanto en las técnicas de vigilancia sino en el uso que se da a la información obtenida: el enorme valor económico de los datos personales conlleva un gran interés por obtener información, violentando a menudo el derecho del ciudadano a la vida privada. Volviendo al ejemplo de los viajes: puede ser molesto recibir ese tipo de publicidad en nuestra pantalla, pero si la misma se personaliza con el nombre propio o el de personas conocidas para vender un producto, ya se empiezan a invadir los límites de la intimidad.

En la sociedad de mercado como la que tenemos, nada es gratis. ¿Cómo se explica que el acceso a la práctica totalidad las páginas y contenidos de internet sea gratuito? ¿Cómo se explica que empresas como Google o Facebook -por citar sólo dos de ellas- aumenten constantemente su valor financiero, si al usuario no le cobran nada por utilizar sus servicios? La respuesta es sencilla: nada es gratis en Internet como tampoco nada es gratis en la sociedad de mercado que lo sustenta. ¿De dónde salen entonces los pingües beneficios que se reparten las citadas corporaciones? Internet, como todos los medios, vive de la publicidad; pero existe una diferencia fundamental: mientras la publicidad en cualquier medio es genérica, en internet está personalizada, incluso con nombres y apellidos, con lo cual resulta mucho más efectiva. Es la venta de tales datos sobre gustos, afinidades, hábitos y un largo etc. lo que genera tales beneficios.

Visto así, parecería entonces que internet actúa como los Servicios de Inteligencia de los Estados, recopilando información sobre los ciudadanos y ciudadanas. Mientras que este tipo de informaciones se mueven en el plano de secretismo, recopiladas de manera automática en la red, se obtienen con el consentimiento implícito del individuo. La legislación de muchos países obliga a informar al usuario de la presencia de Cookies en las páginas que las utilizan, por supuesto sin mencionar cuál es la función de las mismas, lo cual es sustituido por frases del tipo “para facilitar su navegación...” Como se trata de una información obtenida de manera libre y bajo el consentimiento del implicado, no hay ninguna cortapisa para su venta y obtención de beneficios.

Sea como fuere, Internet  se ha convertido en el “Gran Hermano”, que describiera George Orwen en su novela 1984. La diferencia entre las telepantallas creadas por la imaginación de literato y la Red, es que en ella los datos sobre nuestra vida privada son facilitados por nosotros mismos y con nuestro consentimiento con objeto de no perdernos las ventajas que estas tecnologías puedan brindarnos.

 

Dr. Antonio Ureña

 

Sobre el autor

Antonio Ureña García

Antonio Ureña García

Contrapunteo cultural

Antonio Ureña García (Madrid, España). Doctor (PHD) en Filosofía y Ciencias de la Educación; Licenciado en Historia y Profesor de Música. Como Investigador en Ciencias Sociales es especialista en Latinoamérica, región donde ha realizado diversos trabajos de investigación así como actividades de Cooperación para el Desarrollo, siendo distinguido por este motivo con la Orden General José Antonio Páez en su Primera Categoría (Venezuela). En su columna “Contrapunteo Cultural” persigue hacer una reflexión sobre la cultura y la sociedad latinoamericanas desde una perspectiva antropológica.

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