Opinión

La Ópera del mondongo

Alberto Muñoz Peñaloza

30/09/2015 - 05:20

 

Anuncio de la obra de teatro

En aquellos tiempos, cuando ir a Bogotá era una hazaña, don Francis, vallenato rancio, con ínfulas remotas, perorataba hasta bien entrada la noche con su sabiduría musical y el conocimiento profundo de las distintas vertientes. Se sentaba en la pronunciación y palabra a palabra, edificaba castillos mentales en quienes conformábamos su auditorio tropical.

Al regresar de uno de sus viajes, don Francis nos convocó a la más apasionante de sus enseñanzas: esta vez, conocerán algo nuevo, que por aquí no tiene cuando llegar, corresponde a las zonas desarrolladas. Al decir que el tema era cuasi musical y llegar –sin vacilaciones- a lo que denominó la ópera, comprendimos la seriedad de su interés y lo valioso de prestarle atención. Entendida como un género de música teatral en el que una acción escénica es armonizada, cantada y tiene acompañamiento instrumental, la ópera forma parte de la tradición de la música clásica europea u occidental. Leerlo ahora en Wikipedia, es pan al alcance de la mano pero conocerlo de parte de nuestro queridísimo interlocutor, en esa época lejana, es proeza con vigencia eterna.

Era la Valledupar hecha pueblo, nos reconocíamos en sus calles polvorientas, en los acordeones trasnochados del mercado y la cálida relación diaria que superaba con creces las adversidades del tiempo aquel. Mi pueblo, era la comarca de siempre, convertido ya en ciudad, alentada por siempre para acoger al que llega y congraciar a quien se queda.

La presentan algunos como  un arte total en el que confluye la música, el canto, la poesía, las artes plásticas y, en ocasiones, la danza. En cada obra todos los componentes de la ópera combinan su expresividad y  belleza. La ópera aglutina el libreto, el canto y la música. Esta compleja alquimia hace que cada función sea un espectáculo extraordinario, monopolizando la vista, el oído, la imaginación y la sensibilidad del público, en el que todas las pasiones humanas están en juego.  Parecía un juego de recuerdos, porque se antepone el concierto proveniente de la pajarera del señor Gilberto, en la que mirlas, azulejos, canarios, pericos criollos y de los australianos, mochuelos, turpiales, toches, cardenales, sangre é toro y chupa huevos, extasiaban la vida con la sonoridad de su fuerza cantarina. Es mi ópera diaria, para el mundo, solía decir.

Durante el sepelio de don Francis, el sobrecogimiento fue general y sus muchachos lo despedimos con un canto silencioso anudado en la espesura de nuestro afecto agradecido. Lo recordamos por años y seguimos firmes en la recreación de encuentros desprovistos de interés alguno, salvo el regalo maravilloso de compartir gratis lo que sabía.

Poco tiempo después nos llegó la antítesis de lo aprendido: José María Peñaranda, llevó al disco “la ópera del mondongo”, cargado de términos vulgares, y abundante en frases indecentes. Se hizo famosa en la circulación clandestina como sonsonete bailable y preciso para reír cuando no había otra alternativa. Se le trae a colación para mostrar la connotación opuesta que, con la picaresca y la sapiencia jocosa, el propio Peñaranda armó su ópera prohibida.

José María Peñaranda, nació en Barranquilla el 6 de marzo de 1907 y partió de este mundo el 6 de febrero de 2006. Fue un compositor de música popular: cumbias, porros, merengues, paseos. Autor de El hombre caimán y de Me voy pa´ Cataca, que en su momento fue grabada por La Sonora Matancera como Me voy pa´la Habana. Se distinguió por lo picante de sus letras de doble sentido humorístico, que en esa época constituía una osadía pero dejaba a la libertad del oyente la continuidad del “mensaje”. Fue guitarrista, tiplero y acordeonero luego, en el encuentro con la fama, gracias a El Hombre Caimán, que luego tendría fama mundial como “Se va el Caimán”.

Cuando estudiamos en el glorioso Ateneo el Rosario, tuvimos en tercero de primaria, al profesor Gustavo Peroza, quien dictaba matemáticas pero también música. Conservé, durante gran parte de la vida, aquel cuaderno “titán” en el que escribí, lo mismo “La Sal de fruta” del gran Tijito Carrillo, que “El Cuervo”, “Torquemada”, “Horizonte de la Gloria” y “Oscuro Amanecer”, de la ópera Magna, al igual que Mi Pueblo, del maestro Leandro Díaz, “Paraguachón” y “La Creciente del Cesar”, del maestro Escalona. Ah tiempos, que bueno es recordar esa época en el causaba furor el raspao´ de tamarindo y más el de Kola con leche condensada.

Dolió muchísimo que el esfuerzo, la creatividad, la originalidad, la determinación, la paciencia hecha obra y la innovación, del profesor Diego Rivero –con el apoyo del incansable Boris Serrano, al crear “La ópera Vallenata”, un proyecto importante y determinante para la preservación y el avance de nuestra música, no haya sido estimulada por el Ministerio de Cultura, ante quien la presentó. Tampoco puede atribuírsele falla alguna al Ministerio toda vez que lo que se somete a concurso ha de atenerse a lo fallado. Gracias a Dios, eso no queda ahí. La obra será presentada en España, en Monachil, en la Provincia de Granada, en el marco del evento poético-musical (Música Vallenata) en el Teatro Príncipe Felipe de la Casa de la Cultura, con un aforo de 400 personas. Alcaldía de Valledupar los apoya y trabaja en el montaje de la presentación musical que aglutine la riqueza musical en nuestro territorio para el mes de diciembre de 2015. Con razón, hay quien afirme que, somos territorio musical, ciudad cultural, epicentro del noviazgo eterno de la inspiración y el talento. Incluida la música de la paz, esa paz esquiva durante tantos años de lucha intestina, de desigualdades irredentas y amaneceres de llanto y dolor.

Con esos recuerdos, volvimos, como cada viernes y sábado desde el 31 de julio, al Auditorio del Gimnasio del Norte. Un dejo de nostalgia y una brisita esperanzadora se entremezclaban en la primera última sesión de la Escuela Vallenata de Paz, esa abertura social para el encuentro de quejas, perdones, recomendaciones, ideas y aprendizajes para hacer en este tiempo de paz, gracias a los resultados que se avecinan desde La Habana. La noche fue más oscura de lo normal, con el presagio de que nunca fue más oscuro que antes del amanecer. Tocaron los Juglares Vallenatos, nuestro Alcalde se dirigió a los asistentes, intervino la gestora Natalia Springer, luego la graduación y la obra de teatro después. Le hice caso al añejo Fello Calderón: con la esperanza de la paz celebramos en la avenida Simón Bolívar, con medio mondongo cada uno y media carne asada compartida. Por la ópera, por Peñaranda, por la paz, por el perdón a quienes mancillan el alma ajena sin parar de reír, por el abrazo fraterno y poder marchar unidos a concretar lo que se quiere.

 

Alberto Muñoz Peñaloza

@AlbertoMunozPen

Sobre el autor

Alberto Muñoz Peñaloza

Alberto Muñoz Peñaloza

Cosas del Valle

Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.

@albertomunozpen

1 Comentarios


Jairo Tapia Tietjen 30-09-2015 09:56 AM

Un magnífico ejercicio de reminiscencias, dr. Muñoz P.; así mismo desearíamos muchos volver a la nostalgia cultural de aquella Valledupar en que íbamos a la finca Argentina a hacer pinitos de locutor en programas cívico culturales como "Codazzi en Marcha", y pudimos conocer y apreciar la extensa trayectoria -a través de varios años-, del portento intelectual incomprendido Adolfo Acuña Porras (q.d.p.); quien dejó para el recuerdo de vallenatos y cesarenses sus cualidades de inquieto e incansable creador y verdadero promotor cultural, sin una mano oficial que lo socorriera de sus extensas penurias... ¡Bon Sort!!

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