Opinión

Las dos plagas

Diógenes Armando Pino Ávila

06/11/2015 - 06:20

 

Por estos días, después de la agitada contienda política que, gracias a Dios, acaba de pasar, una impresionante cantidad de sancudos ha llegado, por la ferocidad de su picada y por la forma de atacar a los pobladores, por la forma como nos chupan la sangre, pareciera que vinieron con la pretensión de reemplazar la horda de políticos que pulularon por nuestras calles buscando sacarnos el voto a como diera lugar.

Si, ya se acallaron los altoparlantes que portaban los carros de perifoneo político que perturbaban la paz de nuestras calles, ya se fueron los políticos foráneos que frecuentaban nuestras casas mendigando el favor de nuestro voto, ya se alejaron los amigos circunstanciales que nos palmeaban las espaldas en ese abrazo hipócrita de los políticos cuando necesitan el voto popular, ya se acabó el tema recurrente de tal o cual candidato en las esquinas, ya se cerraron los comandos políticos, vitrinas de milagrerías,  fábricas de sueños y nirvanas, foco de corrupción y compra de conciencias.

El pueblo se siente diferente, sin el peso de esa presión desmedida que por dos meses se cernió sobre su cuello como un dogal que amenazaba con estrangularnos. Por fin volvió la calma, por fin comienza la vida a ser lo que antes era nuestra población: un remano de paz. Por fin volvemos a saludarnos los vecinos, sin el pensamiento íntimo de “está torcido” o “es un copartidario” y “es de los buenos”. Por fin,  no encontramos segundas intenciones en las palabras de los contertulios de otro color político, volvemos a interpretar sin prevenciones las palabras de quienes nos hablan y de nuevo nos escuchan y atienden sin desconfianzas.

Ya están lejanos los políticos, están en ese proceso de hibernación como los osos, a la espera de que pasen estos dos años, para volver, por ahora se alimentaran con las sobras del hartazgo de los ganadores y de los perdedores, pues le han medrado a unos y a otros. Ahora merodearan alrededor de los ganadores tratando de apuntarse en la fronda burocrática que brotará el otro año. Por el momento frecuentará tertulias y corrillos del séquito cercano a los ganadores y contará anécdotas de su periplo por esos pueblos de Dios en busca del voto para el ganador y se cuidará mucho de mencionar a los líderes locales, los que verdaderamente hicieron la política, callará esos nombres y no contará las gestas de esos individuos anónimos, que en verdad hicieron posible el triunfo del ganador, no los mencionarán, sus nombres están proscritos en esos círculos, temen que el reconocimiento a éstos ponga en peligro su ascenso en la pirámide política y le niegue la opción a ser nombrado en cargo alguno.

Se fueron, se alejaron de nuestros pueblos, dentro de dos años volverán con sus mismas zalamerías y marrullas, en tanto son reemplazados por la rutina diaria, por el personaje típico de estos pueblos del Caribe colombiano, siempre tan creativos y divertidos, olvidaremos sus mentiras y sus promesas y el pueblo seguirá en las mismas y con los mismos de esa fauna local que conocemos y que toleramos y que alimentamos y que alcahueteamos todo el tiempo, pues al fin y al  cabo son nuestros y son de nuestra creación criolla, de nuestra hechura casera y por tanto atacamos, defendemos, vituperamos, maldecimos y en forma ambivalente amamos y odiamos.

 Se marcharon gracias a Dios, pero su presencia perniciosa y nociva, en los pueblos de orillas de río, fue reemplazada por una nube de mosquitos que igual que ellos nos chupan inmisericordemente la sangre, (ellos nos chuparon el voto), los zancudos ocupan los espacios desocupados por ellos, lo que cambia es el horario, los parlantes en los carros de perifoneo nos angustiaban con su ruido y sus mensajes mentirosos en las horas del día, la plaga nos agobian en horas de la noche. Los políticos nos visitaban con la luz del sol, los zancudos nos visitan con las sombras de la noche. Algunos políticos no respetaban nuestro descanso y se colaban en nuestras casas por las noches, los mosquitos desvergonzadamente han adquirido hábitos diurnos y nos agobian a plena luz del día. Vale decir que estos pueblos no tienen descanso y que políticos y mosquitos son iguales y lo mismo y que los servicios de salud deben implementar planes y programas de erradicación o control de los sancudos, y por otra parte, la democracia y la civilidad deben avanzar a formas menos traumáticas de hacer política para poder así controlar a los políticos, es decir controlar las dos plagas pues todas son iguales y lo mismo.

 

Dióigenes Armando Pino Ávila 

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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