Opinión

El Apocalipsis

Wladimir Pino

24/03/2016 - 07:20

 

El domingo quise refugiarme en la lectura, entre libros de Gabo y poesías de Neruda, me topé con un libro grande y pesado, no lo identifiqué con su pasta, era tan vieja que no descifré su nombre.

Al ojearlo pude darme cuenta que se trataba de la Sagrada Biblia, me acordé de mi abuela, que a sus 80 y tantos años la leía sin gafas recostada en la troja en un taburete, en la casa aquella de los mil misterios. Del Génesis salté al libro de la revelación, recordé al evangélico que predica en el mercado, quien recuerda todos los días que la segunda llegada está cerca y que el fin de los tiempos ha llegado, leyendo sus apartes me fui identificando la realidad de este mundo y más exactamente la de mi país. 

Por pasajes no reconocí el texto sagrado, juro que me sentí entre las páginas políticas de El Tiempo o El Espectador, confundí a Moisés con Bolívar, ambos liberando su pueblo de la esclavitud y la discriminación. De hecho, sentí que Colombia salía del dominio  español así como los israelitas de Egipto, pensé en la patria boba y la relacioné con los 40 años del pueblo judío divagando en el desierto. Reconocí en muchos de nuestros años de republica becerros de oro  que posteriormente fueron rechazados por el mismo pueblo que los adoró “Santander, Tadeo Lozano, Ospina Pérez y otros”. Han llegado mesías, que cautivan al pueblo y luego son crucificados por la violencia “Gaitán, Galán, Jaramillo y Pizarro”.

Hemos tenido vacas gordas, tales como la bonanza del café en el siglo XIX, la minería de finales del siglo XX y principios del Siglo XXI.Pero también vacas flacas como el racionamiento de los años 90 y el que se avecina en estos tiempos, la crisis de la educación, la corrupción pública y la grave situación del campo Colombiano. A diferencia de los textos bíblicos en Colombia no existen videntes como José, por lo contrario pitonisos como Rudolf Hommes guiaron las ovejas hacia el abismo.

Entre más leo la Biblia, más confundo a Babilonia con Colombia, veo falsos profetas que se proclaman salvadores, un Uribe rodeado de apóstoles como Santiago y José (Obdulio), el pueblo hechizado claman al salvador por su tercera venida, una Paloma (Valencia) se posa sobre su cabeza, ungiéndolo desde lo alto, un pueblo ciego que quiere empuñar las armas, esta vez no contra el imperio romano como los Israelitas, sino contra las FARC, como si en las primeras venidas no hubiera sido suficiente.

Del viejo testamento se lee el rapto de Elías quien fue arrebata en medio de un torbellino y se desapareció, en Colombia es habitual este tipo de misterios, como la desaparición del alto comisionado de paz quien desapareció al ojo de la justicia.

En el trono se ve al Santo encendiendo velas temiéndole a la oscuridad.En la mesa principal Roy Barrera, Serpa, German Vargas, en total 12 vertientes de diferentes colores, la ultima cena servida, mientras el presidente luciendo la sotana del poder, cual el rey Herodes reparte la mermelada a sus comensales.

El Santo sabe que luego de ese banquete presupuestal será entregado, uno de ellos, un hijo de las doce vertientes lo entregará, las monedas del soborno suenan como campanas en el templo del Uribismo, ante la pregunta Serpa interroga “Seré yo señor”, mientras que German Vargas introduce su mano con el Santo al tiempo en la bandeja del pan.

La sodomía en el Cantón Norte y en la Escuela General Santander de la Policía da visos de Gomorra a la guardia presidencial. Con la autoridad en dudas el pueblo tendrá que decidir en un plebiscito entre la Paz con la Izquierda o la Guerra con la Derecha, muchos gritan “Barrabas, Barrabas” sin importar que él sea el de los falsos positivos, las chuzadas del DAS, agro ingreso seguro y muchas canalladas más. Ellos, el pueblo sabe que solo una sublevación armada guiada por Barrabas puede lograr la derrota de las Farc.

Los de la izquierda apelan al amor, a la solidiradidad, el perdón y el olvido, que un gobierno mesiánico dirija los destinos de una nación reconciliada. 

Todo esto ocurre mientras crucifican la Constitución Nacional, que, moribunda, recuerda los derechos fundamentales a la vida y la libertad como postulados perennes del pueblo Colombiano y al final promete resucitar en 3 décadas dentro de los muertos.

Entre capítulos y versículos cierro el gran libro bajo la duda si los sellos de la verdad de justicia y paz se han abierto o no, si Mancuso tiene razón al envolver a Uribe en sus enredos bélicos. Me pregunto cuál será el cordero, cuál será el anticristo, si habrá salvación o por lo contrario, si ya estamos en el infierno. 

 

Wladimir Pino

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