Música y folclor

De paseo por San Pelayo: porro, fandango y algo más

Carlos Meneses Reyes

11/07/2016 - 06:55

 

Del 29 de junio al 3 de Julio se celebró la Cuadragésima versión del Festival Nacional del Porro, en el municipio de San Pelayo, Departamento de Córdoba, Colombia. Ubicado en la categoría sexta de los municipios más pobres de Colombia, en embrujado paisaje del río Sinú. Junto con dos automóviles y ocho etarios arribé desde la ciudad de Bogotá.

Al Festival se va a aprender y escuchar porro, a tocarlo como a bailarlo. Las parejas alrededor de las bandas y con mechones de velas danzan el Fandango, que es el nombre del baile del  Porro. Así como una sinfonía tiene cuatro movimientos; el Porro contiene, dos: el Porro Tapao o Sabanero: en el que el músico del bombo al golpear, con la palma de la otra mano tapa el ojo de la otra cara, disminuyendo las ondas de resonancia. El Porro Paliatiao o Pelayero, en el que el músico del bombo golpea a una tablilla (o cencerro), instalada en su parte superior; fase  llamada de la bozá, en la que el bombo no suena y en dialogo de las flautas con el bombardino, sin partituras, ni letras y genialidad interpretativa, trascurre sin igual pasaje autóctono. A una Banda de Porro la integran dieciocho músicos, caracterizándose el solo de bombardino, trompeta, flauta.

La variada programación del Festival comprendía talleres pedagógicos; concurso de obras inéditas; concurso de porros vocalizados; encuentros de escuelas de formación musical; muestras coreográficas de grupos infantiles; muestras de grupos de gaitas,  Bandas de Hojita- en las que el músico-campesino entona al silbar sobre la hoja de laurel, gritos de monte y vaquería; concursos de Bandas de Reina de Reinas, ante jurados calificadores; de donde salen las bandas finalistas para el gran acto de clausura y premiación. A todo asistimos.

El entorno municipal

Tras dieciocho horas de motivante viaje, arribamos al casco urbano de San Pelayo, de unos veinte mil habitantes y censo electoral de  treinta y cinco mil (!). El chasquido azul ferino de los rayos, retumbar de truenos y apocalíptica lluvia, afectando el fluido eléctrico, anegaron las empolvadas calles pueblerinas, atollando una camioneta doble cabina, bajo el engorroso recibimiento a unos turistas del interior. Las escasas vías pavimentadas demuestran que fueron revestidas más con arena que con cemento. Destacan algunas casas bien diseñadas, con pisos de cerámica y asombroso: otras recubiertas con pisos de mármol, cuyo origen no escapan al comentario crítico de la picaresca popular.

En San Pelayo no hay acueducto, ni hotel, ni puesto de salud. Ya ni en un Camú existente las parteras atienden. En pleno siglo XXI, no  hay pelayeros nacidos en su suelo. Por previa gestión, nos hospedamos en una casa del pueblo. Los ocho huéspedes compartimos con los cuatro habitantes de la casa, un solo baño.

Los hombres, seguimos el ejemplo del jefe del hogar, orinando en un rincón del solar trasero. Una cama para pareja e individuales para el resto. El ranchón, con techo de paja y canaletas de bajantes de agua, fue el lugar de reunión social, comedor con sillas plásticas y alrededor, cuatro hamacas. El baño diario fue con totuma, con agua almacenada en un recipiente, que era llenada a baldados transportados por el dueño de la casa y tomada de recipientes en cemento donde vierte el agua lluvia y el escaso chorro de una manguera por el que llega agua “pura” de 6 am a 9 am.

Sin consideración a la decantación de detritus en el recipiente del baño nuestros cuerpos de citadinos recibían el chapuzón de la totuma, con el riesgo mínimo de una micosis a adquirir. El todo era secarnos y ya empapados de sudor bajo unos cuarenta grados mínimos de temperatura. Degustamos los platos de cocina autóctona preparados solícitos por la voluntariosa anfitriona.

El lugar del festival

Hasta el año pasado, se celebraba el Festival en la Antigua Tarima María Varilla, en honor a la mítica campesina bailarina que con la gracilidad de su baile lo dio a conocer. Hoy cuenta con un amplio terreno y magnifico escenario, en las afueras del pueblo, que con un costo de diecisiete mil millones de pesos, fue inaugurado en el año 2015. Se denomina Complejo Cultural Nacional e Internacional del Porro María Varilla.

A  fuera del majestuoso escenario exterior; en el edificio de siete pisos, sin ascensor, donde funciona lo administrativo, se distribuyen aulas, salones y ubica un limitado teatro. Fue entregado en obra gris y así quedó. Las paredes de block de ladrillos gris, escuetas, sin repello ni pintura. Los pisos con cemento liso, sin asomo de cerámica alguna. Una instalación de  iluminación normal, sin resalto para el lugar. No se observa ni un mural. Brilla por su ausencia el legado del arte y lo lúdico de la región caribe.

De los propios se escuchaba la inconformidad por la desorganización durante el desarrollo del festival.  Bajo el nombre de  “fundación”, existe una Junta del Festival designada bajo directo control de la Alcaldía, lo cual la contaminó de politiquería, clientelismo y corrupción.

La inauguración del festival fue desplazada por un multimillonario concierto que incluía, además de la presentación de Peter Manjarrés, a otros cotizados grupos musicales dentro del mercadeo consumista. Resultó escandalosa la decisión. Si se trataba de un Festival del Porro, porqué ese protagonismo a otros aires musicales?. Los organizadores alegaron que de lo contrario “no se llenaría el escenario”; otros expresaron que de esa inversión “se recoja algo para el pueblo”.

La Mesa Principal fue  presidida por la Alcaldesa, representantes del sector privado y el Gobernador del Departamento de Córdoba Edwin Besaile Fayad. Este, pese a leer el discurso inaugural, al referirse al pueblo de San Pelayo, mencionó  al municipio de San Antero, lo cual generó ensordecedora rechifla.

El sinsabor para la opinión popular local redundó con el desconcierto que genera el que la ciudad de Sincelejo y su clase politiquera plutocrática, organizan una nueva sede del festival nacional del porro; como si lo autóctono y consagrado de la cultura vernácula en Colombia pudiere estar circunscrito a la competencia desleal y a indecibles juegos de corrupción. El efecto fue que la esperada programación, para propios y extraños, de la Alborada Musical Palayera, programada para las 4 am, del sábado 2 de julio de 2016, prácticamente no se llevó a cabo, puesto que su programada salida desde el parque Central- Carrera 7ª- hacia el Complejo Cultural, fue cambiada en su recorrido  a última hora,  para beneficiar a los contratistas del complejo, manteniendo concentrada a la población, luego de la terminación del concierto, con el consiguiente consumo de licor y demás ofertas.

A las bandas criollas de porros no se les permitió el acceso a la tarima por la presencia de Peter Manjarrés que llegó tardísimo a la cita y su manager inversionista expresó: “que se rompa la tradición” musical. Se formó un zafarrancho del que los medios han dado registro. Personalmente no pude integrarme a la romería musical y me quedé esperando el paso de  cuatrocientos músicos y de miles de acompañantes al son de los pitos, tambores, bandas de hojita, recorriendo las calles del pueblo, como es la usanza del Gran Desfile de Alborada.

La danza de los millones

Este año el festival tuvo un costo de un mil millones de pesos a las arcas del municipio. No se conoce de mecanismos de veeduría popular sobre cuánto le correspondió al municipio de San Pelayo por la “venta” de la tarima del Complejo Cultural, incluida la amplísima capacidad del  parqueadero, con sobre costo de cobro al usuario. Ojos de  buen cubero estiman en diez mil el número de personas concentradas en el Complejo esa noche, llegadas de Montería, Cereté  y toda la población circundante,  teniendo como vía de acceso la troncal del caribe. Calculan en treinta mil los turistas nacionales que visitaron a San Pelayo durante el Festival.

Desazón generó entre la población el cobro de parqueo y de sillas tanto en la Antigua Tarima como en el nuevo Complejo Cultural, por particulares “con las mismas caras y en los mismos sitios”. Esto común en un municipio donde bajo el lema “OPORTUNIDAD PARA TODOS”, para acceder a la cancha de futbol, los equipos reúnen veinticinco mil pesos para que el guarda municipal les abra las canchas durante dos horas.

Del cierre del festival

Durante el Acto de Clausura y Premiación la naturaleza se portó inclemente en San Pelayo. El vendaval desatado impidió conocer la Banda de Porro ganadora y entrega de trofeos. El amplio salón del pasillo en el primer nivel de la edificación concentró un grueso de la población asistente.

De pronto un espontaneo de origen ocañero, sobre una silla, llamó a un clarinetista y éste aun trompetista, uniéndose un bombardino junto con el bombo y se armó una banda y al son de esos aires disfrutamos de una improvisada parranda, bajo el trepidar armoniosos de la lluvia y la escena de parejas empapadas en el baile del fandango, con el incandescente ritmo de los cuerpos reemplazando las teas apagadas.  Una anécdota relatada hacía referencia a un turista que luego de cinco días escuchando trompetas, cobres, flautas, tambores, silbidos de hojas de laurel, resonando en su cabeza,  acudió al médico para solicitarle : “por favor doctor, haga algo, para que esa sensación de música, jamás me pase”. Un llamado a visitar y participar en el próximo Festival Nacional del Porro en San Pelayo.

 

Carlos Meneses Reyes

 

1 Comentarios


Jonathan Arias Gamarra 10-03-2022 01:19 PM

¡AyDios Mío! Me estremecen las entrañas con cada palabra, gracias gran escritor, notas etnográficas sentidas con este maravilloso pueblo. ¡Viva la cultura, viva el porro, viva el fandango, viva San Pelayo, viva Colombia, viva la Paz! Un abrazo fraterno, latinoamericano, pacífico.

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