Música y folclor

Salvaguardar las tamboras

Diógenes Armando Pino Ávila

13/01/2017 - 06:30

 

En una remota noche de mi niñez apacible, en ese pueblo entrañable de San Miguel de las Palmas de Tamalameque, donde tuve la fortuna de nacer, acompañé a mis hermanas mayores a ver una guacherna en el barrio de los pescadores, el barrio Palmira. Este fue el primer momento de acercamiento a las tamboras. A partir de esa noche quedé prendado por el embrujo hipnótico del retumbar de los cueros, de la cadencia de la danza y de la voz de las cantadoras. Desde la ronda de curiosos observaba extasiado el espectáculo de las parejas bailadoras que iluminados por la luna se deslizaban como levitando del suelo y con movimientos suaves, casi sensuales, vivían el sortilegio de la música ancestral que heredaron de sus mayores. Para mí fue un momento único y, desde entonces, creo que recibí el embrujo del cimarrón y el chimila emparentado con el blanco en esa relación sincrética donde se fraguó nuestra cultura riana.

Más adelante redescubrí las tamboras cuando tenía doce o quince años, pues en mi pueblo las familias ancestrales tenían santos patronos particulares a más de los dos patronos de Tamalameque, aquí festejaban con solemnidades al Santo Cristo y días después a San Miguel Arcángel, además los Gómez Cadena-Miranda festejaban a Santa Bárbara, una santa aparecida en una tabla de arrollar pescado. En el barrio Palmira los pescadores festejan La Cruz de mayo, una cruz aparecida y venerada por algunas familias. Ana María Vides festejaba a San Martín de Porra y los Pedraza festejaban a San Martín de Loba. Todas estas celebraciones las hacían tocando tamboras desde la víspera hasta el día del festejo. También celebraban con tamboras el día de La Inmaculada Concepción (noche de las velitas), La Natividad, Año Nuevo y Santos Reyes. En estas celebraciones los jóvenes asistíamos como observadores a divertirnos viendo ésta cultura que se negaba a morir a pesar de los embates de otros aires musicales muy en boga por esa época.

Más adelante en los años 70, por una curiosidad intelectual y búsqueda de nuestras raíces, acompañado de otros jóvenes iniciamos la búsqueda de las tamboras como manifestación cultural de arraigo tradicional de  San Miguel de las Palmas deTamalameque, y en el año 1976 realizamos el primer Festival de la Tambora y la Guacherna, de ahí en adelante con la ayuda de mucha gente realizamos 17 festivales, en los que se proponía revitalizar las tamboras ya casi extinguidas. A partir de esos festivales logramos que Tamalameque y los pueblos de la depresión momposina tuvieran un reencuentro con su tradición, con su oralidad y su cultura. Eso propició el reconocimiento nacional de su folclor y de su oralidad.

En dichos festivales se venía a mostrar la cultura, se participaba para lucir el acervo cultural de nuestros pueblos. A los directivos y participantes no les interesaba lucirse ellos. La reina era la cultura. De toda la depresión momposina llegaban los grupos de tambora a representar sus pueblos y a decir con esa música ancestral: ¡Estamos aquí, somos hermanos! En los festivales se hacía gala de riqueza folclórica, los tamboreros mostraban lo que sus mayores le habían legado. En ningún momento se dejaban influenciar por música y bailes foráneos, aun cuando en el marco del festival, venían las Universidades con sus grupos folclóricos a investigar y hacían presentaciones en tarima. Había un respeto acendrado por la tradición.

A pesar de todos los festejos religiosos que se acompañaban de tamboras, ningún grupo intentó ligar la religiosidad con nuestro folclor en las presentaciones. Imaginemos por un momento que cada grupo participante hubiera subido a la tarima sus creencias religiosas, seguro que el festival se hubiera convertido en un ritual de santería y nuestro folclore se habría acabado o desvirtuado. Yo respeto profundamente las creencias religiosas de todos, pero pienso que una cosa es el folclor y el festival, y otra cosa la religiosidad de los participantes, por tanto pienso que en las presentaciones dentro del marco del festival no debe darse esta dualidad, fuera de él, en otros escenarios vaya y venga.

En los primeros diez festivales los grupos participantes eran dirigidos por “Maestros de maestros”, eran grupos vivenciales que habían nacido dentro de la oralidad y las tamboras, a esos festivales asistían ancianos venerables de la cultura riana: Agripina Echeverri y los Epalza como tamboreros de Altos del Rosario,  Casildo Gil, Ana Regina Ardila Matos de San Martín de Loba. Ángel María Villafañe, Luís F. Campo, Ipérides Meléndez de Barranco de Loba. Venancia Barriosnuevo, Diluína Muñoz, Gumercindo Palencia de Hatillo de Loba. Ana Matilde Alvarado de Sajonero, Victoria Sajonero de Ríoviejo. Estebana Sereno, Emilia Sánchez, Hernán Martínez, Irlene Villarreal, Julia Pretel de Chimichagua. Julián Ramírez, Brígida Robles, Demetria Carmona, Eliécer Romero, Agustín Ramírez, Vicente Miranda, Clemente Carmona, Casimiro Galván de Tamalameque. Ramona Ruiz Quevedo de Talaigua y tantos otros ancianos que mi flaca memoria no recuerda en el momento.

Estos ancianos no tenían pretensiones diferentes a las de mostrar su cultura y darla a conocer a las nuevas generaciones que asistían extasiados a ver ésta, para ellos, fenómeno cultural que se abría mágicamente ante su presencia y que había estado por largo tiempo escondido y a punto de fenecer. Su baile era tradición pura, sus pasos y sus poses eran heredadas de sus ancestros, sus cantos tenían ese sabor nostálgico y añejo del pasado, sus conversaciones y dichos eran un libro abierto para  la juventud que ávidos de saber bebían de esa cantera pura de la oralidad.

En los tres días del festival solo se escuchaba tamboras y los asistentes parrandeaban hasta el amanecer con los grupos de tambora en la plaza. Los directivos hacían apagar los “pickup” como una condición para que fluyera la tambora. Los tamboreros eran los amos y señores del espectáculo, eran los artistas populares, las estrellas de la cultura y la tradición y a ellos se les rendía reverencia y atención. De un tiempo para acá realizan apresuradamente las presentaciones de tambora y casi que a sombrerazos los bajan de tarima para subir a los conjuntos vallenatos de moda, mientras el animador da vivas al alcalde de turno y le agradece “a nombre del pueblo” por el detalle de regalarnos la música vallenata.

Hoy por hoy, las cosas han cambiado, hay innovaciones en el baile. La estructura de los versos han cambiado, el toque de la tamboras y el currulao suena diferente, es acompañado de repique extraños al río. Los cantadores y cantadoras copian tonadas de otros aires y la acoplan a las tamboras, las parejas tocan palmas soltando las faldas (eso antes no se hacía), sin darse cuenta involucran aires, ritmos, sones, pases y poses de otros aires musicales pervirtiendo y corrompiendo la tradición.

Creo que cada generación le aporta algo nuevo al folclor, pero ese algo nuevo debe salir del crisol de la tradición. No podemos opacar el saber de nuestros mayores en la creencia de que de oídas escuché algo y debo involucrarlo en mis tamboras, pensando tal vez que los ancianos de mi pueblo la pasaron por alto.  Siempre he dicho que en cada pueblo donde se asentó la tambora le ha agregado sus propios ingredientes y los ha mantenido presentes en su forma de hacer el baile cantao nuestro, lo que no comprendo es el apresuramiento con que se pretende hacer ahora.

Por último, estas reflexiones son meramente evocaciones de lo que he visto en estos 42 años que he estado observando, indagando, investigando, tomando notas sobre este baile cantao que me apasiona. Aclaro soy un elemento exógeno de la tambora, no la bailo, no la toco, no la canto, nunca he pertenecido a grupo folclórico alguno, tal vez por esto mi visión solo tenga el apasionamiento de llevarla escrita en mi piel, de sentirla en el alma, por ello no lleva segundas intenciones, no disfrazan ataques a grupo alguno ni demeritan el trabajo de nadie, es solo una voz de alerta y unas recomendaciones a los nuevos tamboreros, para el que quiera escucharlas y seguirlas, todo para que la tambora perviva ya que:

¡La tambora está en peligro y hay que salvaguardarla!

 

Diógenes Armando Pino Ávila 

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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