Opinión

Ausencia del Estado y la violencia

Eber Patiño Ruiz

22/05/2017 - 05:55

 

 

La ausencia del Estado en ciertos lugares del territorio colombiano obedece a muchos factores, entre ellos el geográfico, tomando como punto de partida esta reflexión.

El centralismo del poder no facilita esa presencia, ya que en la capital se aprueban las leyes destinadas a un territorio tan diverso y heterogéneo como nuestro país que reúne cinco regiones como la región Caribe, Andina, Pacífica, Orinoquia y Amazonia, sumándole la región insular (San Andrés y providencia y Santa Catalina).

Cada una de estas regiones son mundos aislados uno del otro, cada región tiene sus propios imaginarios y costumbres, que no se comparten una a la otra. Por el contrario, se desconocen, y, desde esta perspectiva de querer gobernar a un país tan dividido culturalmente, se explica necesariamente el vacío del estado.

No es sino preguntarle a un nativo de San Andrés si conoce la legitimidad del estado colombiano, para escuchar como el mismo Estado los ha ido arrinconando poco a poco, y al mismo tiempo les ha restado gran parte de su identidad como nativos isleños, aún así esté escrito en la constitución del 91 que se conservará su legado cultural. Otras cosas piensan y ven los palenqueros de Cartagena y las negritudes de Tumaco.

Las grandes hoteles y Resort de la isla de San Andrés no son de los isleños, y son explotados en su propia tierra, la riqueza turística no les beneficia, siguen en un estado de marginación silenciosa, y con la llegada del narcotráfico, la isla se convirtió en un paso obligado para la mercancía hacia Centroamérica y EEUU y con el arribo de un nuevo negocio altamente lucrativo, los balseros -que son los mismos nativos- aprovecharon sus conocimientos para lucrarse, trayendo consigo violencia y competencia por dominar las rutas.

Ahora, la región Caribe, conformada por siete departamentos, bien podría ser un país independiente, tiene: carbón para cien años, gas, plátano, dos puertos, zonas francas, turismo internacional, ganadería intensiva, empresas de cultivo de palma, un dialecto que los identifica, una comida en común, un folclore que los caracteriza, etc.

Esta región tiene sus propios problemas sociales que son muy diferentes de la región andina y las demás regiones, y el escándalo por desnutrición en algunas rancherías de la Guajira pone en evidencia el grado de olvido del Estado y la corrupción como madre de todos los males. Violencia desbordada y desarraigo sufre esta inmensa región de la costa norte colombiana.

Ni hablar de la sufrida región del Pacifico, que lo único pacífico que tiene es el nombre, ya que sufre el mismo mal que las demás regiones: olvido inmisericorde del Estado. Basta con ver el departamento del Chocó, para entender y dimensionar su abandono, dominado por la presencia de la guerrilla, grupos paramilitares y milicia urbana quienes controlan el negocio de la minería, y la tala indiscriminada de la selva chocoana y los cultivos ilícitos de coca y marihuana. El rio Atrato, uno de los ríos más caudalosos del mundo, cruza el departamento de Sur a Norte, y es testigo silencioso de su contaminación de cianuro, de lodo, pérdida de su lecho navegable por las miles de toneladas que llegan a su lecho, fruto de la minería irresponsable. Parece que al Estado solo le interesa su oro y madera. Lo mismo se puede decir del puerto de Buenaventura, donde llega la mayoría de las importaciones del mundo, y paradójicamente, Buenaventura se mece en la miseria, dominada por grupos armados de todos los bandos. De ahí surge una gran paradoja: regiones tan ricas en recursos, que son explotadas al límite y terminan en departamentos pobres y violentos.

Las regiones de la Orinoquía y la Amazonía son las cenicientas del país. Su única riqueza es tener selva, ríos caudalosos, grupos indígenas que conservan sus costumbres ancestrales, es un pulmón verde del mundo que está amenazado por la tala de bosques para el pastoreo y la siembra de coca y marihuana, su flora y fauna solo les interesa a otros países para estudiar sus plantas medicinales, sus aves y reptiles, mientras que en su interior la guerrilla creó su propio país independiente, autónomo y libre de la mirada del Estado.

Es la otra Colombia no reconocida, donde la violencia es de allá y solo le interesa a los de allá. Esa indiferencia del Estado, se traduce en una indiferencia social, donde a muy poca gente le interesa lo que allí pasa día a día. Ni los medios de comunicación documentan el otro país olvidado, pobre y temeroso de las amenazas de la única autoridad que conocen, que es la guerrilla y el silencio sepulcral que expresan sus ojos.

Sin embargo, no sucede lo mismo con la gran región Andina, que va de Sur a norte, entre los ríos Cauca y Magdalena, y se enclava en la serranía de la Macarena. Es aquí donde está el grueso de la población, su industria, sus instituciones insignes, el poder político y económico, las grandes empresas y corporaciones internacionales tienen un espacio en esta zona del territorio y donde se visualiza el país, pero aun así, la violencia es su mayor enemiga.

La región Andina genera su propia violencia, tan mordaz como la del campo, pero con una diferencia, aquí está presente el Estado y las instituciones, pero parece no importar, salvo cuando se arresta o dan de baja a un cabecilla importante de una banda o grupo miliciano.

El olvido del estado no se puede desligar de la violencia, como no se puede desligar pobreza de violencia, porque la violencia entendida como la manera de coartar la libertar del otro, genera pasiones y desencantos, que un cuerpo con hambre y fatigado no reacciona pacíficamente, y surge como es de esperarse la confrontación traducida en ira, y esa ira desmesurada descargada en el otro, por medio de la agresión física, trae muertos..

Hay violencia cuando se desconocen los derechos de los trabajadores, de los niños, de los ancianos, de las madres cabezas de familia; hay violencia social cuando vemos al otro como un enemigo potencial, cuando no se tolera al otro, cuando el hambre acecha y el dinero escasea en los bolsillos; hay violencia en la mirada acusadora del otro, cuando nos negamos la posibilidad de abrazar a los seres queridos.

El Estado es y seguirá siendo injusto, odiado, repudiado, incongruente, represivo, acusador e indolente. Nos toca como sociedad afrontar esta realidad, y ser nosotros la solución, aceptando al otro, respetándonos en la diferencia, aportando desde nuestras capacidades y conocimiento. Como el Estado soy yo, la paz nace de mis acciones y decisiones.

 

Eber Patiño

@Eber01 

Sobre el autor

Eber Patiño Ruiz

Eber Patiño Ruiz

Hablemos de…

Eber Alonso Patiño Ruiz es comunicador social, periodista de la Universidad Católica del Norte Sede Medellin, Antioquia. Su gran pasión es la radio y la escritura. Tiene dos novelas terminadas y una en camino, un libro de cuentos y otro de historias fantásticas; tres libros de poesía: Huellas, Tiempos y Expresión del alma.

@Eber01

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