Literatura

Monólogo de una tarde de lluvia, de Berta Lucía Estrada

Jorge Eliécer Pardo

09/11/2017 - 06:40

 

 

Monólogo de una tarde de lluvia, de Berta Lucía Estrada: una sola voz para la búsqueda. Si la poesía no detiene el tiempo, carece de sentido. Por eso, leer este poemario, dividido en dos partes, frenó mi ímpetu de voyerista del lenguaje para pensar en mi padre. En todos los padres del mundo, intelectuales o no.  Convoca a la reflexión. Hace el viaje por los sitios de la poeta, pero también por los míos, o mejor, los de mi padre. El mío no jugó ajedrez pero tuvo adversarios invisibles, como los personajes del portugués, el de El libro del desasosiego y sus ambientes solitarios. “… a la sombra tutelar de Pessoa, /reía con un jaque mate /dado a algún adversario invisible…”. Sí, tuve a mi padre en mis brazos cuando se volvió pequeño, lo levanté, ¡Cómo es de frágil la existencia! “… se transformó en Úrsula Iguarán, /tan seco y diminuto /que podía esconderlo /en los cajones de la cómoda…”. Homenaje de viejo y sabio, como la gran matriarca.

“[…] con esa sapiencia de hombre antiguo, /de caminante milenario … de hombre sabio…”. Mi padre también miraba hacia el negro de la noche. Como el tuyo, como muchos, siempre unido al cosmos y todo lo que hay en él, en el misterio y la luminosidad. Así son los padres de la eternidad, los que jamás salen del recuerdo, porque poseen esa sabiduría de la mirada, del tiempo y la nunca ausencia. Va creciendo, tu padre, en el poema, vuela, lo veo, lo admiro en tu palabra.

“[…] todos los caminos eran un laberinto…”. Ahh presiento que perdió la visión, la de los ojos, pero no la del mundo y de los seres humanos.

Ocultos en los pensamientos del mundo tu padre, el mío “ … se escondía (n)  /detrás del aroma de una taza de café…”. Viajabas en las volutas grises. “… era la hora /en la que mi padre /buceaba en las profundidades  /de un poema azul…”. Este verso me hizo cerrar los ojos y vi la profundidad y, al fondo de la nada, él. “… su presencia /habita /en mi memoria…”. Las referencias van deshilvanadas, por toda la conversación, por ese monólogo aprehendido en la lectura compacta y ondulante.

Recuerdo el poema de Borges en las alusiones y la quietud de las piezas de un juego de ajedrez: “No saben que la mano /señalada /del jugador gobierna su destino, /no saben que un rigor adamantino /sujeta su albedrío y su jornada/... “.

Y el sumun de esa evocación de Berta Lucía Estrada:

“Envuelta en el quitón de Eurídice

descendí al Hades

en busca de mi padre

Recorrí sus laberintos de sombras

cada una de ellas lo ocultaba

debajo de su croquis

 

En un grito,

                -gestado en la noche de los tiempos-

sin voz y sin ruido,

me escuché a mí misma diciendo

-Padre, te busco…

No hubo respuesta

Trato de recordar el sonido de su voz

¡Ilusa!

Entablo un diálogo

con las sombras mudas

-resbalo en un monólogo sordo-“

 

“[…] Poseo una sola certeza:

El silencio secuestró la voz amada de mi padre…”.

 

“[…] Sigo su huella,

guía que me conduce

al túmulo donde él reposa para siempre…” .

Anoche seguía pensando en tu padre y en el mío, en los padres del mundo. En los buenos padres de esta efímera existencia. Antes de dormir, mirándolo en su silla, reposado, me di cuenta de que me gustaría ser buscado por mi hija, o evocado, que me hiciera un Monólogo bajo la lluvia. Porque también pertenezco a movimientos de las fichas de ajedrez, viajes, libros, amaneceres, cielos estrellados y tormentas.

 

Jorge Eliécer Pardo

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