Cine
El regreso del vampiro en el cine de los 80 y 90: viejos temas, nuevas perspectivas
El personaje del vampiro, abandonado (con algunas excepciones) en el cine norteamericano durante años, recuperó su protagonismo a mediados de los ochenta. Los motivos que crean el caldo de cultivo ideal para el retorno de estos señores de la noche, que tanto éxito tuvieron en los años treinta, son diversos: desde un punto de vista sociológico, la epidemia del SIDA, que renovó el temor a una infección letal a través del contacto con la sangre. Ninguna otra figura de ficción personifica mejor esa condena a muerte que el vampiro. A este componente social se sumó la corriente neorromántica que afectó a determinados sectores.
Mientras el público adulto solicitaba nuevo melodramas estilizados, los adolescentes se sintieron fascinados por una estética decadente, inequívocamente gótica. Jóvenes ocultos (1987), de Joel Schumacher, explora la vida en grupo de unos vampiros bohemios, modernizados en su atuendo, pero clásicos en sus comportamiento. Drácula de Bram Stoker (1992), de Francis Ford Coppola, ofrece un planteamiento más clásico, resaltando la historia de amor entre el aristócrata transilvano y la bella Mina Harker. Por su parte, Entrevista con el vampiro (1994), de Neil Jordan, convierte a los vampiros en atractivos galanes que, pese a la fatalidad que pesa sobre sus vidas, conservan de buen grado el encanto que los hace deseables.
Asimismo fueron recuperados para el cine los licántropos, otro mito del cine clásico. Los efectos especiales hicieron mucho más explícita la transformación de estos hombres lobos, como dejaba de manifiesto Aullidos (1980), de Joe Dante. El cuento de "Caperucita Roja", reinterpretado en En compañía de lobos (1984), de Neil Jordan, era así objeto de una nueva lectura: el licántropo simbolizaba las esencias masculinas menos civilizadas. Es éste un estereotipo instintivo y pasional que, en tiempo de progresos feministas, todavía encuentra su acomodo en el imaginario colectivo. El largometraje Lobo (1994), de Mike Nichols, refuerza esa masculinidad agresiva e identifica un cliché que conserva su actualidad. Por otra parte, el filme Frankenstein de Mary Shelley (1994), de Kenneth Branagh, probó a resucitar al viejo monstruo de laboratorio hecho a retazos. Pese a la menor resonancia de esta película, el modelo está del todo vigente, aunque transformado en los distintos entes cibernéticos que, como Terminator, aparecen en la ciencia-ficción de los ochenta y noventa.
La vida artificial, a diferencia de lo que ocurría en los años treinta, no es ya una aberración, antes al contrario, la ciencia parece observarla dentro del campo de la posibilidad. Durante los noventa la estética gótica presente en el cine de vampiros ha dado lugar a otras derivaciones dentro del género. Un ejemplo muy interesante al respecto es El cuervo (1993), de Alex Proyas. El personaje central de esta producción tiene una estética siniestra, no muy diferente de la que lucen en los noventa numerosos jóvenes de Europa y Estados Unidos. La única gran diferencia de este filme con los melodramas sobrenaturales de los años treinta y cuarenta es la violencia. En cierto sentido, ése es el componente que ha marcado decisivamente la evolución del género.
Norma Cabrera Macías y María Carmen Iribarren Gil
Acerca de esta publicación: El artículo “El regreso del vampiro en el cine de los 80 y 90: viejos temas, nuevas perspectivas ” hace parte de un estudio más amplio titulado “Evolución del género de terror en el cine”, escrito por Norma Cabrera Macías y María Carmen Iribarren Gil.
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