Literatura

Acerca de Tomás Carrasquilla y el costumbrismo colombiano

Paula Andrea Marín

01/06/2020 - 04:35

 

Acerca de Tomás Carrasquilla y el costumbrismo colombiano
El escritor colombiano Tomás Carrasquilla (1858-1940)

 

Ya desde el libro de Roberto Cortázar, La novela en Colombia (1908), la novela escrita por autores antioqueños tuvo su lugar propio dentro de la novelística del país. El período 1934-1957 (fechas de la publicación de Historia de la literatura colombiana, de José Ortega, y de Evolución de la novela en Colombia, de Antonio Curcio Altamar, respectivamente) constituye la ratificación de este tipo de novela y de su representante más reconocido: Tomás Carrasquilla.

En 1936 le es otorgado a este escritor antioqueño el Premio Nacional de Literatura, creado por el Ministerio de Educación Nacional, cuyos jurados fueron representantes de la Academia Colombiana, el Ministerio y la prensa nacional (Antonio Gómez Restrepo, Jorge Zalamea y Baldomero Sanín Cano, respectivamente). En 1952 aparece su obra completa publicada en España y en 1958 en Colombia. En todos los textos revisados, hasta inicios de la década de 1960, Carrasquilla aparece como la figura por antonomasia del novelista colombiano. Estos hechos confrman que Carrasquilla había logrado legitimar su toma de posición en el campo literario y alcanzar una posición dominante en él; sin embargo, es necesario aclarar que esta toma de posición fue validada desde la estética costumbrista y su posición desde el regionalismo literario. En 1935, José Ortega Torres afrmaba sobre las nuevas novelas colombianas: “Lástima que las inFuencias del naturalismo quiten a veces mérito a nuestras obras, y que el prurito de seguir en todo las normas extranjeras nos vaya apartando del cuadro de costumbres y de la novela regional” (p. 1025). El naturalismo se veía como el culpable de que lo “feo”, lo “morboso”, lo “vulgar”, lo “pornográfco” (concerniente siempre a las clases populares) entrara a hacer parte de la obra literaria (Englekirk y Wade, 1950, p. 8); las normas extranjeras no eran bien recibidas por su posible influjo sobre el estilo del escritor, que podía producir un lenguaje demasiado complejo (incomprensible para el público lector).

A pesar de esto, en la misma época se empieza a hablar de una “desmonetización” del costumbrismo, que da un nuevo impulso a la novela colombiana, por inFuencia “del naturalismo y por las preocupaciones sociales y políticas que tiñen la inquietud de las generaciones más atrevidas que reaccionan contra el pasado” (Latcham, 1946, p. 201). Se debe tener en cuenta, sin embargo, que el autor de este artículo (al parecer, publicado simultáneamente en una revista chilena Atenea y en otra de la Universidad del Cauca) es chileno. La crítica literaria colombiana validará hasta la mitad del siglo XX la estética costumbrista-regionalista y esto solo empezará a cambiar gracias a comentarios como los de Antonio Curcio Altamar, quien amplía la perspectiva de análisis sobre este fenómeno, proponiendo el costumbrismo como una vertiente idealista de la novela a la que se empieza a contraponer una tendencia pesimista, en donde la realidad de las ciudades y de los campos se percibe como apabullante para el hombre.

Desde este punto de vista, es claro que es una nueva actitud ante la elaboración de la realidad en la novela la que impele a distanciarse de la estética costumbrista-regionalista. Esa nueva actitud ya estaba presente en La vorágine (1924), pero, en Colombia, hasta la década de 1940, la novela de José Eustasio Rivera no se empezará a considerar, verdaderamente, como tal y como parte de la tradición de la literatura colombiana. En la década de 1930, La Vorágine será “difícilmente catalogada como novela” por su alta carga poética y porque su intriga novelesca es casi nula (Otero, 1949, p. 227); hubo que esperar hasta los trabajos de Jorge Añez y Curcio Altamar para comprender la importancia de la novela de Rivera en el campo literario colombiano: “En ‘La Vorágine’ está el jalón definitivo con que nuestros países sacudieron el coloniaje espiritual en que habían colocado la novela americana los imitadores de los trillados modelos europeos”.

Por su parte, Curcio Altamar resalta en La vorágine no solo el hecho de haber empezado una tradición propiamente americana, sino también el de explorar temas velados hasta entonces para el novelista: “Apenas las pasiones políticas, los gustos refnados de la clase alta y la caracterización costumbrista de las gentes rústicas, habían merecido la atención de nuestros novelistas” (1957, p. 208). Los violentos hechos narrados por Rivera son legitimados por Añez y Curcio Altamar, por su grado de elaboración poética que, por un lado, los aleja de la crónica y, por otro, de la “procacidad” de la estética naturalista.

De la novela costumbrista-regionalista, pasamos a la americanista como Forma estética validada desde el punto de vista de lo autóctono por los agentes dominantes del campo literario nacional (Marín, 2013). Nótese, sin embargo, que ambas formas novelescas están más cerca de una estética realista que de un “artepurismo”. Tanto en el trabajo del chileno Latcham, como en el de los estadounidenses John Englekirk y Gerald Wade, aparecen la novela social, la de costumbres y la histórica como los tipos de novela colombiana más cultivados (Englekirk y Wade, 1950, p. 27), es decir, novelas en las cuales “el ambiente pesa decisivamente” (Latcham, 1946, p. 208).

Como una generalidad del funcionamiento del campo literario colombiano, encuentro el hecho de que la estética artepurista estuvo demonizada hasta muy entrada la década de 1960. Curcio Altamar afrma que, como el lenguaje poético cada vez se vuelve más difícil, el gusto del público lector cambia y se vuelca sobre la “prosa llana, desgarrada y popular de la novela actual” (1957, p. 220), “sin necesidad de técnica deslumbrante, de estilo ampuloso o de alardes psicológicos” (Englekirk y Wade, 1950, p. 15). La separación del campo intelectual del campo político ocasiona dos actitudes distintas en los escritores: en los poetas, una liberación de las formas verbales que los conecta más con una relativa “estética pura”, recordemos a los poetas de Piedra y Cielo y a los de la generación siguiente que gravitaron alrededor de la revista Mito; en los novelistas, un acercamiento más directo a su realidad inmediata y la traducción de esa experiencia en la narrativa. A través de esta actitud, los escritores colombianos adquieren una autonomía intelectual que la cercanía con los partidos políticos no les permitía.

En la poesía, se pasa de defender un “arte por el arte”, relacionado con la estética neoclásica del desinterés, a defender un “artepurismo” basado en la independencia del lenguaje artístico frente a todos los poderes externos; en la novela, se pasa de cumplir una función de afianzamiento del discurso nacionalista de las élites (a través de la novela histórica o costumbrista tradicionales) a asumir una actitud que encara la realidad desde una autonomía intelectual, desde la búsqueda de un pensamiento independiente de los poderes externos al campo de la producción simbólica. El “arte por el arte” defendido desde la estética neoclásica se apoyaba en el gusto de las “élites”, que se distanciaba de la cotidianidad para rendir culto a valores universales y eternos; el “arte por el arte” defendido desde la estética contemporánea se basa en la independencia del artista frente a los modos convencionales de presentar la realidad y en su poder para elaborarla desde perspectivas distintas.

La narrativa colombiana, por la cercanía de los letrados al campo político y religioso, siempre había cumplido una función social que la ataba a la búsqueda de fidelidad en la representación literaria de la realidad. Aunque esta búsqueda se mantiene en la novela de las décadas de 1930 a 1950, emerge una nueva actitud ante esa realidad y su función social ya no es congraciarse con partidos o con grupos de élite, sino con la sociedad, en general. El público proveniente de la élite letrada abandonará la lectura de la poesía por incapacidad de comprender el nuevo código estético y preferirá la lectura de narrativa que ellos catalogan como “nacionalista”, pero cuando la novela empiece a vincular otros discursos de nación, provenientes de las clases populares, este público excluirá este tipo de novela de su reducido círculo del “buen gusto”. La ampliación del público lector y la especialización del discurso sobre la literatura harán que (una década más adelante) la influencia de esta élite pase a un segundo lugar dentro de las luchas por el reconocimiento de una posición en el campo.

 

Paula Andrea Marín Colorado

Universidad de Antioquia, Colombia

Acerca de esta publicación: El artículo titulado “ 1934-1957: de Carrasquilla a la desmonetización paulatina del costumbrismo ”, de Paula Andrea Marín Colorado, corresponde a un capítulo del ensayo académico “ La novela colombiana ante la historia y la crítica literarias (1934-1975) ” de la misma autora.

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