Literatura

Los murciélagos que parecen mariposas

Carlos César Silva

10/10/2012 - 11:30

 

Tomás González / foto: El Comercio En un pequeño pueblo del centro de Colombia, cuyo nombre es La Mesa de Juan Díaz, David, un pintor de setenta y ocho años de edad, que está perdiendo la vista, decide por esta razón no valerse más de su arte para expresar lo que siente, y opta, entonces, por escribir con una tinta de color mora que prepara él mismo y con unas letras grandes, acerca de los hechos que rodearon los últimos días de la vida de Jacobo, su hijo.

Sin embargo, David, mientras cuenta las dolorosas emociones surgidas al interior de su familia, con la decisión de Jacobo de quitarse la vida por vía médica, no deja de pintar, pues lo sigue haciendo a través de las palabras, a pesar de que se aleja de los pinceles y los lienzos.

De algún modo, creo que David lo advierte cuando se refiere a unas líneas en las que describe el paisaje que vio en un recorrido que hizo cerca de la casa de Ángela, su empleada doméstica, a quien él termina convirtiendo en su lectora y su escribiente:

“Lo escribo en forma de poema, más parecido a la pintura, pues eran notas para un trabajo que ya los ojos no me dejaron pintar”.

Aunque David no lo dice puntualmente, las demás líneas del libro, más allá de que están escritas en prosa, tienen un fuerte contenido poético y, por ello, así como lo destaca su propia sentencia, se parecen más a la pintura.

Por ejemplo, David pinta el dolor físico de Jacobo, que queda parapléjico en un accidente de tránsito, cuando dice:

“… debíamos entrar con mucho cuidado a su cuarto y hablar en voz muy baja, para evitar que el ruido lo hiciera gemir y temblar”.

O también pinta su problema de ceguera cuando expresa:

“En todo caso me espera un futuro en el que solo voy a gozar de la luz de los sonidos, y de la luz de la memoria, y de la luz sin formas, pues mi vista se está yendo sin remedio”.

Las palabras de David son pinceladas que muestran el sufrimiento, el amor, y la soledad que discurren por su vida y la de su familia. Son también imágenes y música, naturaleza y cotidianidad. Leerlas es como ver una pintura que de manera sencilla expone lo complejo, como ver que en La Mesa de Juan Díaz se desploma el cielo y sentir que el aire huele a agua y a polvo.

David, el que pinta con sus palabras lo feo al lado de lo bello, es el narrador de La luz difícil, la última obra del escritor colombiano Tomás González.

Esta novela refiere con un lenguaje sencillo una historia verosímil, humana, y profunda.

David vive en los Estados Unidos con su mujer y sus tres hijos, uno de los cuales, Jacobo, sufre un accidente automovilístico, queda parapléjico, y resuelve practicarse la eutanasia.

Varios años después, tras la muerte de su mujer y de su hijo Jacabo, David, que vive ahora en La Mesa de Juan Díaz, empieza a contar lo que pasó.

Tomás González es David, un escritor que pinta con imágenes y reflexiones poéticas, un escritor que nos hace llorar con la tragedia de Jacobo, que nos hace reír con la ortografía de Ángela, que nos ruboriza con los murciélagos de La Mesa de Juan Díaz, los cuales tienen una manera inocente de volar como las mariposas y se alimentan de bananos y mandarinas.

David es un personaje creado por Tomás González para esbozar su ternura poética ante la muerte, la angustia, y el amor. Tomás González es en realidad ese pintor que con las palabras nos muestra colores y luces, que nos advierte que el tiempo pasa como una rueda que aprieta cada vez más los huesos, que nos indica que en el mismo dolor está la liberación:

No penetré en ella, sino que Sara se abrió y me guardó en ella y con la mano me empujó las nalgas para que avanzara hacia el interior de ella, y así confortarme, confortarse, y encontrar la compañía de nuestro amor en el dolor”.

La luz difícil fue publicada por Alfaguara en septiembre de 2011. Tiene 132 páginas. Se puede leer sin apuros en uno o dos días.

Yo considero que el adjetivo justo para definirla es: “bella”. Pintar en pocas páginas con un lenguaje sencillo, intenso, y poético, la vida profunda que surge de nuestros actos y de la naturaleza, solo puede conseguirse por medio de una obra así, “bella”, como La luz difícil que dibujó Tomás González.

 

Carlos César Silva

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