Literatura

“Valledupar es un vino que sufre un efecto inverso”: Andrés Cuadro, autor de La avenida de los vencidos

Redacción

12/09/2022 - 05:05

 

“Valledupar es un vino que sufre un efecto inverso”: Andrés Cuadro, autor de La avenida de los vencidos
El escritor Andrés Cuadro habla de Valledupar y de su obra La avenida de los vencidos / Foto: cortesía

 

Más allá de lo fantástico y maravilloso, de lo realmente mágico, existe en el Caribe colombiano una literatura que bebe del realismo más sincero y auténtico. Un realismo que usa las figuras más transparentes y directas para describir los rasgos menos aceptables del día a día.

En esa literatura que mira de frente las grandes problemáticas sociales de Colombia, recae el libro de cuentos de Andrés Cuadro, “La avenida de los vencidos”, una obra publicada en 2022 que ofrece la cara más amarga de la Valledupar olvidada, aquella que se aleja de los publicitados días del Festival de la Leyenda Vallenata o de los barrios en donde pululan los todoterrenos.

La ciudad de Valledupar que describe Andrés Cuadro es la urbe que multiplica sin escrúpulos el desempleo, que deja que se seque y deteriore el río Guatapuri, que mira la violencia como algo tan normal como la parranda de fin de semana.

El escritor nos hace ver la otra cara de una capital de departamento que se ahoga en sus problemáticas y que, pese a ser mencionada en algunos de los más bellos versos de la música vallenata, se vuelve cada día más inhumana. Una lectura muy recomendada para todo aquel que quiera entender la ciudad desde sus vísceras.   

El libro de relatos “La avenida de los vencidos” recoge 12 textos que hablan de la vida cotidiana de Valledupar y de lugares aledaños o parecidos. ¿Cómo fue escrito?

La avenida de los vencidos es un libro que se escribió con hambre, con incomodidades, con limitaciones, con la ayuda de personajes y refranes populares, con mucha calle y un poco de incertidumbre, producto del descubrimiento de la creación. El proceso de redacción general duró alrededor de ocho años para terminarse (escribir y seleccionar las piezas que harían parte de la antología oficial), tiempo en el cual asistí a una serie de eventos históricos, económicos y culturales (principalmente en Valledupar) que me inspiraron de forma fehaciente para escribir las doce piezas que lo componen. Mi intención siempre fue hacer una antología narrativa, quizá inspirada por aquellas antologías de cuento latinoamericano donde se encontraban nombres como Borges, Rulfo, Bioy Casares, García Márquez, Sábato, Cortázar, Benedetti y hasta Cepeda Samudio; siempre tuve la intención de crear una antología que diera un testimonio más o menos fidedigno de la realidad valduparense (que ya empezaba a experimentar en carne propia desde mi condición de caminante itin-errante). De alguna forma quise retratar cómo fue la experiencia de transición de un contexto rural a uno urbano (me crié en zonas rurales del centro del Departamento del Cesar).

En términos generales también es el ensayo de un joven crítico, confundido, inseguro, iconoclasta, sobre la ciudad que se alimenta constantemente de campo. En el contexto particular de Valledupar.

En muchas ocasiones, encontramos conflictos o contrastes sociales enormes (como el de la riqueza/pobreza, ruralidad/urbanidad o tradiciones/modernidad). ¿Era su intención exponer una ciudad o una región partida en dos?

Desde luego. Siempre he sido analista de los contrastes y de los conflictos sociales, culturales, económicos, etc., que presenta la sociedad moderna. El “alter” de la realidad es siempre un lugar rico para conocer y buscar historias que retraten de manera más objetiva (en este caso más subjetiva) la vida tal cual la conocemos hoy, en nuestros territorios y desde nuestra experiencia creativa. En algunos casos reconozco que el resultado superó la ideación.

Ilustra en sus textos unos tiempos de violencia que se eternizaron en el campo y que siguen irresueltos. En su cuento “La última lágrima” describe que “los animales tienen miedo de esos señores de verde”. ¿Qué le suscitan esos tiempos?

De aquellos tiempos, afortunadamente, sólo conservo recuerdos pasajeros y anécdotas de terceros. Aquellos tiempos, luego de estudiarlos de manera crítica a través de la academia y la historia, me generan un rechazo increíble: condeno todo tipo de violencia (ya sea simbólica o física) que provenga de cualquier lado o grupo armado; considero que la época de la violencia que ha vivido de forma generalizada el país y el Departamento es de alguna forma un hecho aberrante del cual todos los colombianos deberíamos avergonzarnos.

La raíz política y económica de fondo debería resolverse a través de métodos más humanos, por ejemplo, el diálogo. La violencia y la guerra son hechos abominables.

En su cuento “La redención de las larvas”, resalta un programa de Radio Guatapurí (La Tribuna del Cesar) que nos recuerda que “la muerte trabaja siempre horas extras” en Valledupar. Es una interesante metáfora. ¿Cree que hay modo de rebajar su tiempo de trabajo a medio tiempo o incluso despedirla?”

El trabajo de la muerte en Valledupar de alguna forma está relacionado con las condiciones sociales y económicas generales de la ciudad. Una forma de “rebajar” su tiempo de trabajo, naturalmente, sería invertir y subsanar las causas que originan el actuar desaforado de la muerte: me refiero específicamente a realizar mejoras e inversiones importantes desde el Estado (y si se puede, los particulares) en temas clave como educación, empleo, salud, arte, deporte y en general en todos los ámbitos de la vida moderna que requieren cuidado, puesto que son el resultado y las consecuencias ignotas del capitalismo (que es el mal mayor: patrón de la muerte moderna).

En el relato “La avenida de los vencidos” describe un paisaje deprimente: “Nunca cae del cielo agua de vida; todo lo que cae está permeado por los estigmas, por el odio”. ¿Cree que esta cita es aplicable a la Valledupar de hoy? ¿Y qué puede ser lo que alimenta los estigmas?

La realidad social de Valledupar (y del país en general) es un fenómeno particular que a medida que pasa el tiempo se agrava en cuanto a sus consecuencias o “paisajes”. La Valledupar (la realidad social en general) de hoy es quizá más incierta que la que pretendí retratar en el libro: actualmente el escenario es, podríamos decir, muchísimo peor: más deprimente, más volátil, una ciudad más vencedora. Vencedora de humanos. Valledupar es un vino que sufre un efecto inverso: a medida que se envejece, se descompone. Los estigmas son el resultado de la exclusión. Me atrevería a decir la exclusión del consumo, del capital. La pobreza es el peor de los estigmas actuales: ella desencadena todos los problemas colaterales. En palabras de Adela Cortina: no le tememos al extranjero rico, sino al pobre; no hablamos a los demás sobre el familiar pobre, sino del rico: la aporofobia es un mal general que carcome el mundo. Hay un gran problema ético sobre la riqueza y su distribución.

Su obra nos ofrece también paisajes como el río Guatapurí, víctimas del abandono y de la ley del más fuerte. ¿Por qué cree que bajamos los brazos ante estas realidades?

Los bienes de uso público o colectivo tienden a pasar desapercibidos hasta que dejan de servir. Jaime Garzón diría: “es que como esto no es mío, entonces no me importa”. El río, a pesar de ser un territorio común, no tiene dolientes más allá de aquellos furibundos activistas ambientales, que serán temporales como la misma corriente; entonces, el río se convierte en una república independiente donde mandan los mandamases de la zona. El río es una mercancía para unos, para otros un lugar para una postal.

En su cuento “Los butifarreros ya no dan seis por mil” habla de una inflación desbocada que amenaza a todos los ciudadanos y termina diciendo “si no fuera porque me enamoré perdidamente de la ciudad, ya me hubiese ido…”. ¿Cómo nace ese amor? ¿Sobre qué base se mantiene o alimenta?

La ciudad de Valledupar que conocí cuando me mudé (alrededor del 2009) era idílica y mágica. Un lugar donde cualquiera podía ser leyenda, un lugar donde los cantos y música de acordeón son oasis en medio de tanta incertidumbre nacional; además de ser un escenario completamente distinto para un provinciano. Ese amor nace también en la belleza paisajística de la ciudad: sus cerros alcahuetas alrededor, el río ladino (que de vez en cuando convierte sus aguas en tierras para difuntos) que nos inspira a vivir eternamente, los cañahuates florecidos, la materialización del folclor en los hábitos y costumbres. Valledupar es un buen vallenato.

Finalmente, ¿dónde y cómo podemos conseguir su libro?   

De momento lo pueden encontrar principalmente a través de mi persona (hago envíos a todo el país), además de la tienda tradicional Compai Chipuco (ubicada en una de las esquinas de la Plaza Alfonso López de Valledupar).

Los datos de contacto para quienes puedan estar interesados en leer la obra son los siguientes: Celular 3004087277 y correo: afelipecuadro@unicesar.edu.co.  

 

PanoramaCultural.com.co

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