Literatura

Terapia con ladrillos

Edgar Arcos Palma

04/12/2023 - 01:15

 

Terapia con ladrillos

 

-Busco dos ladrillos.

-Sí, señor.

-Igualitos, mejor dicho, de dimensiones semejantes.

-Ajá, ¿y los quiere compactos o acanalados?

-Ahí me mató… Bueno, yo diría que compactos.

-Dígame, señor ¿puedo saber para que los quiere?

-Son para el reflujo del estómago.

-¿Cómo dijo?

-Tal y como lo oyó, para un mal de estómago.

-Creí haber escuchado mal, bueno eso me deja atónito, digo, es la primera vez que oigo de esa receta, carajo. Y, ¿Por qué deben ser igualitos? Eso no lo entiendo. Si acaso se deben moler, raspar, no sé… Porque para tragárselos enteros… Bueno. Mejor dicho, eso se sale de toda lógica. Son quinientos pesos.

Los pies por delante ha contado ocho lámparas mortecinas, cada una con un halo flaco de luz blanca, desde cielos rasos blancos, paredes blancas, sábanas blancas, una de ellas cubre su cuerpo delgado mientras el frío del largo pasillo hace cuerpo con los hierros de la camilla cuyas ruedas emiten un lastimero chirrido. Ese día, lunes (lo tuvo presente por aquello de madrugar con la nítida sensación de un malestar crónico de la incertidumbre inveterada, de no saber cómo va a transcurrir la semana, de tareas pendientes dejadas al garete en un domingo también anodino) se llenó de un entusiasmo inusitado, de un optimismo desbordado por la confianza del efecto de los ladrillos en su mal, de ñapa por no tener que ir a la oficina del altillo mezcla de palomar y mezanine en una esquina del gran patio por donde debían pronto correr los cientos de estudiantes de la jornada de la mañana, ah y también de la tarde. Levantó la cabeza para cerciorarse de la placidez de dejarse llevar con los pies por delante para luego volverla pronto a su lugar ante una orden perentoria de su camillero. No importaba el regaño, se sintió feliz de haber roto la rutina de décadas, de sentirse enfermo sí bien esa impresión no lo seducía pues había recobrado la altivez, el garbo en el caminar que camuflaba con arte al llegar a casa y enfrentarse a la mirada acusadora de su mujer siempre negando sus males. El frío del pasillo fue ignorado en su mente por el cambalache de cuentas de meses de terapias de ladrillos que surtieron un asentimiento de buen paciente, de cumplir a rajatabla las órdenes de su médico, de su cara de idiota mirando al galeno cuando éste le sugirió aquel día un par de ladrillos para mitigar su enfermedad.

Aquella tarde regresó furtivo a casa, a su alcoba con el paquete de ladrillos, su mujer no estaba. Mejor. Desempacó los ladrillos y con una bendición los colocó en su sitio no sin gran esfuerzo. El tratamiento había comenzado.

El camillero en todo caso se muestra amable después del llamado de atención, recomienda cuidado de las manos, no se las vaya a lastimar con el marco de la puerta al ingresar al salón de espera desde donde pasaría a la sala de procedimientos; retira los documentos de la historia clínica del paciente, de una esquina de la camilla con el simple acto de levantar la delgada colchoneta, los lee, mira a su pasajero y confirma la coincidencia de nombres, estimulando la espera con el premio de una buena madrugada y de ser el primero de una larga fila detrás de sí. El paciente asiente mirando hacia atrás y constata ocho o diez camillas detrás suyo. De nuevo el regaño condescendiente del camillero y la cabeza en su sitio, pegada a la colchoneta. Mente ágil desplazada a la Plaza de la ciudad, las largas filas de taxis, uno tras de otro, pulcros, amarillos, llantas pulidas y aseadas con aceite quemado, brillan generosas en sus rines de diferentes formas y adornos; todos de la Empresa Galena esperando por viajeros al aeropuerto. Seré el primero en volar. Se arrellana cómodo en su camilla y certifica su primer lugar, así la espera no será tediosa. Un ligero parpadeo, quizá un micro sueño nunca permitido a los taxistas de la Empresa Galena, un leve murmullo de voces bajas y despierta con las amables palabras del camillero. Llegó la hora. No, unas melosas disculpas, explicación de un paciente prioritario, de pronto cedió su envidiable posición pasando al segundo lugar. ¿Prioritario? ¿Eso dijo? No aventuró devanarse los sesos con terminología médica o argot de hospitales o clínicas, la leve nausea le recordó el olor a límpido desinfectante generosamente esparcido en todos los pasillos y salas por empleadas acuciosas. Mi casa no huele así.

Tiempo adicional para lamentar la escasa o nula participación de su mujer en la terapia, no valieron las explicaciones, los comentarios médicos, la circunstancia de verse enfermo, la receta que duraría algunos meses y sobre todo ésta última mención fue zanjada con un no rotundo de su mujer, que no iba a aguantar ni un segundo esos ladrillos en su casa.

Los sacaba de su lugar ayudándose de la empleada de la casa, sola no hubiera podido; los equiparaba en otras ocasiones con sendos tacos de madera; los escondía en el jardín, los pintó de un color indefinible para despistar a su marido. Cuan pequeña era, se sorprendió un día haciendo un esfuerzo inusual para calzarse los zapatos y anudarlos. Hasta llegó a suponer que la cama había crecido o que ella había perdido algunos centímetros, eso oyó decir a alguna de sus amigas, que a su vez lo escuchó de su médico acerca de que el avance de la edad va acompañado de empequeñecimiento. Palideció y corrió a mirarse al espejo. Una vez se despertó aterrada y sudorosa, el marido se despertó a su vez e indagó por la causa del pánico. Ella contó entrecortada su sueño o mejor pesadilla, la cama se había convertido en resbaladero y ella sin poderse asir a nada caía a un vacío descomunal. El marido guardián de su secreto la consoló como pudo y enseguida se durmieron, él con una sonrisa maliciosa y de pilatuna no acabada y ella con un rictus en sus labios y las manos crispadas sosteniéndose en las sábanas no sea que volviera a resbalar. Luego maldeciría a su marido por la broma jugada y no se lo perdonó aún con la súplica de que lo que estaba haciendo no era ninguna broma, todo eso era para mejorar su salud.

Las terribles arcadas y nauseas del paciente “prioritario” en la sala de procedimientos desplazó los ojos ya aterrados del paciente desde la puerta desde donde procedían esos angustiosos sonidos a los ojos del camillero amable e interrogó. El amable camillero volvió a leer la orden de su ansioso paciente y lo consoló diciendo que el paciente prioritario es eso, prioritario y antes de que el paciente volviera a interrogar, es sin sedación, sin anestesia, es subsidiado; seguido de un usted es bajo sedación, no va a sentir nada de lo que está escuchando allá adentro. Tranquilo.

Entró mirando la cara del paciente prioritario que salía, estaba vivo, dijo y sintió un enorme alivio; luego se acomodó para sentir un leve pinchazo en el dorso de la mano, es para la aplicación del sedante, es por algunos minutos mientras hacemos el examen. Un saludo del especialista, una inmensa manguera, y todo eso me van a meter, que los dioses del cielo me protejan. Luego en la sala alterna despertó con el reclamo de a qué horas finalmente le iban a hacer el procedimiento y la respuesta del camillero, otro camillero no tan amable de que el procedimiento fue realizado sin complicaciones, se obtuvo un par de biopsias que deben ser llevadas a Patología y según el especialista lo encuentra muy bien. El paciente entonces supo que la sedación no le permitió sentir el suplicio del paciente prioritario. Dioses protectores. Y quien vino con usted, mi hijo, cómo se llama él, Andrés, ya lo llamo para que le colabore con la salida. Puede marcharse. El paciente salió llevado del brazo de su hijo por si acaso, un tanto taciturno ante la prescripción del especialista de que debería seguir usando los ladrillos por una temporada más. Miró a su hijo, aventuró una tímida sonrisa y dibujando el paisaje del espaldar de la cama apoyando sus patas en los ladrillos en sus tristes ojos espetó: “Huelo a divorcio”.

 

Edgar Arcos Palma

Médico y escritor nariñense. Sus cuentos han sido publicados, entre otros medios, en la Revista Estafeta (San Juan de Pasto-Nariño). En 2021 publicó su celebrada novela, Yaguargo.

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