Música y folclor

José de los Santos Reyes Campo, el león de San Pablo

Álvaro Rojano Osorio

08/06/2023 - 00:10

 

José de los Santos Reyes Campo, el león de San Pablo
José de los Santos Reyes Campo tocando el acordeón / Foto: cortesía

 

José de los Santos Reyes Campo es un acordeonero habitante de San Pablo, lugar ubicado en el piedemonte de los Montes de María, que es una zona no mencionada entre aquellas en las que los cultores del vallenato han hecho importantes aportes a este género musical. Lo digo porque en ella nacieron músicos como Alejo Banques, Francisco y Miguel Polo, Osvaldo Ramos y Enrique Díaz, entre los más conocidos.

Se trata de un musico, como la mayoría de ellos, que antes de nacer ya estaba vencido por la pobreza, la que, pese a ser determinante en su vida, enfrenta con dignidad. Lo digo por algunas frases que le escuché: “La riqueza me la mandaron en ciencia, porque no todo es dinero, aunque lo tengan como el rey”. “Lo que Dios le manda a quienes somos pobres, aunque sea poco es bastante”.

Sus penurias son las mismas de todos los habitantes de la antigua pista de aterrizaje donde habita y que, tras invadirla, convirtieron en vía pública. Su casa está entre las pocas cuyas paredes no están construidas con madera y barro, sino con cemento y bloques, lo que es producto de la inversión que hizo del dinero que por concepto de la indemnización recibió como víctima del desplazamiento forzado en los Montes de María.

Contar la vida de José de los Santos, es como narrar la de otras personas nacidas en el Caribe colombiano, porque es la de vivir en medio de limitaciones económicas. Limitaciones que lo llevaron a abandonar, a los doce años, la finca de su padre, se marchó para Cartagena donde se empleó en una casa de familia haciendo oficios varios. Trabajaba en la mañana e iba por la tarde a una escuela cercana, pero el faltar a la primera jornada diaria de clase le traía consecuencias: era arrodillado sobre granos de maíz a manera de castigo, por lo que abandonó los estudios.

“Cuando iba por la cartilla número tres no fui más a la escuela. No supe hasta qué curso llegué, pero si que quedé todo sopeteado, sin estudios de servicios. Lo que hago es ayudarme con la mente para que no me engañen, no me jodan.”

Entonces, tras el fracaso educativo, decidió regresar a la finca de su padre donde asumió la responsabilidad que éste le asignó: alcanzar guamas, aguacates, y cortar palma para hacer techos. Esto coincidió con un anuncio que le hizo a su progenitor: quería ser acordeonero.

Su padre rechazó el anuncio argumentando que iba a ser un flojo, porque el músico era sinónimo de ello, además de bebedor y mujeriego. Después le ordenó: agarra el machetico ese que te afilé para que saques la tarea de limpiar el arroz y, además, dedícate a matar las culebras que encuentres por ahí.

“Es que los viejos decían que los músicos, los abogados y los médicos eran flojos porque no se sacaban dos tareas todos los días tirando machete. Entonces, yo le dije: iré a ser uno de ellos, porque lo mío es el acordeón. Así que no le toqué más el tema hasta que me escuchó tocándolo. Yo le agradezco a un tío porque me enseñó a tirar machete. De eso fue lo que me aproveché, ya siendo un muchachón, para comprar uno con la plata que ahorré siendo jornalero.

Lo compró en Cartagena, era de dos teclados, y con él se enfrentó a la indiferencia de su padre, con quien coincidía todas las mañanas tomando café cerrero y humeante. Y mientras él tocaba el acordeón, su progenitor les echaba comida a las gallinas, a los pavos, para con el bullicio de las aves evitar escuchar el acordeón. O simplemente miraba, con mirada de desentendido, hacia las matas de plátanos que verdosas alumbraba el sol de las primeras horas del día, y en algunas ocasiones silbaba rancheras de Antonio Aguilar.

Pero, José de los Santos se enfrentaba a otro obstáculo: aunque le sacaba notas al instrumento, carecía de un profesor o guía que lo llevara a conocer sus secretos. Entonces ideó un método para aprender, los fines de semana iba de la finca a San Pablo y se acercaba donde los picot programaban música vallenata especialmente la de sus ídolos: Alejandro Durán y Andrés Landero; escuchaba las canciones y luego las repetía con su acordeón.

“Fue tanto lo que me gustó la música de Landero que una vez fui a grabar y me dijeron que no, porque dos Landero no podían existir, lo que me obligó a buscar mi estilo. Aprendí mucho de él porque lo seguía, lo reparaba, hasta perdía una noche, de pie, escuchándolo, viéndolo tocar en un baile.”

Entonces, cuando creyó que dominaba el instrumento, comenzó a salir, a andar de pueblo en pueblo, amenizando bailes y parrandas. Los primeros en escucharlo fueron los habitantes de las fincas cercanas a la de su padre, después fue a Cativas, Munguía, Matuya, Manpuján, incluso hasta María la Baja.

 “Me abrí en ópera y empecé a animar bailecitos, a conseguir noviecitas y a comer sancochos. Me cuadraban con mis diez, mis veinticinco centavos, tocando toda la santa noche. Me buscaban un taburete de esos nuevos y lo recostaba a un horcón y la gente bailando y dándome fama.”

Fue cuando se encontró con Alejandro Durán, con Andrés Landero, con Luis Enrique Martínez, con Pacho Rada. Entonces, no solo los escuchó, también observó los movimientos de sus manos, donde pisaban las teclas.

Sintiéndose apoyado por el acordeón, volvió a marcharse hacia Cartagena, donde se asoció con un grupo de músicos. De ese tiempo refiere una historia que debe ser producto de su imaginación, de su afán de mostrarse ante mí como un acordeonista triunfador:

“Me convertí en el acordeonista preferido de las reinas de belleza, por eso me bajaban en los mejores hoteles de Cartagena. Ahí comía comidas finas que jamás pensé que podía saborear. Me hice famoso, por eso Antonio Fuentes me llamó para que grabara con él, por lo que me dio una buena plata.”

Pero volviendo a la realidad de su vida, cuenta José de los Santos que durante el tiempo que estuvo en esa ciudad se rebuscaba en las playas tocando el acordeón.

Para entonces se casó con quien era su vecina en la región de la Bonga. Él tenía 17 y ella 16 años, se fueron a vivir a Cartagena y tras regresar al lugar de origen de ambos, retomó las actividades del campo, mientras que los domingos era acordeonista en los pueblos circunvecinos. Pero, hubo un hecho doloroso, en su vida:

“Ella se murió de parto y los pelaos quedaron pequeños, entonces mi suegra me dijo que se quedaba con ellos porque como yo estaba joven me iba a buscar otra mujer, la que seguro les iba a pegar y eso no lo iba a permitir. Ella decía que, si eso sucedía, afilaba un machete y le volaba la cabeza. Uno de mis hijos es cajero profesional, como lo fue mi hermano Andrés Campo, que tocó ese instrumento con Andrés Landero y Luis Enrique Martínez.”

Después, comenzó a componer. Él asegura tener más de cien canciones, la mayoría inéditas, salvo dos: San Pablo, que es un homenaje a su pueblo y en la que indica que tiene acordeonistas que con son buenos, la otras es El caballo alazán, que está rodeada de una historia que el compositor nos cuenta:

“Ese fue un caballo que compró Francisco Ledesma en Sincelejo que corría en las fiestas de San Juan, en San Pablo y las ganabas todas. Entonces él me dijo que, si le componía una canción y la grababa, me daba un toro reproductor o una vaca parida. Así lo hice, pero oiga lo que sucedió: su mujer era chocoana, con la que tenía sus hijos, pero resulta que Francisco vendió todo para tomárselo en ron y mujerear, entonces ella mandó a los hijos a que lo esperaran en una punta de monte, después del Limón, y le quitaran la plata que traía. Así fue. Además, le dieron una palera que tuvieron que llevárselo para una clínica en Cartagena donde se gastó un poco de plata. Resulta que cuando llegué con mi disco y lo busqué para dárselo y para pedirle que cumpliera con lo prometido, me respondió: ombe José, que te voy a dar, si yo estoy arruinado. Entonces dije: ñerda, se perdió mi trabajo, pero, bueno, me quedó el disco. A veces me lo piden por ahí y me dan mis cinco mil pesos cuando lo toco.”

Sin lugar a duda, Enrique Díaz es el acordeonero más importante de la parte de los Montes de María, donde se ubica el municipio de María la Baja. Su extensa obra musical así lo comprueba. De las relaciones de Díaz con José de los Reyes, éste último asegura que fueron buenos amigos, incluso cuenta que en varias oportunidades tocaron juntos y tuvieron algunos piques. “En uno de ellos Enrique me dijo que él era el tigre de María la Baja, entonces yo le respondí: si tú lo eres, yo soy el león de San Pablo.”

 

Álvaro Rojano Osorio

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

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