Música y folclor

El mago de la China

Álvaro Rojano Osorio

18/01/2024 - 01:20

 

El mago de la China
El botánico y nigromante Agustín Perea

 

Una de las canciones del amplio repertorio de Luis Enrique Martínez, es El mago de La China, en la que, como autor, menciona que, en esta localidad ubicada en la jurisdicción del municipio de Chibolo, se ubicó un brujo que fue llevado por un libanés que era conocido por el apodo del turco mocho con el interés, según Luis Enrique, citando las lenguas chiboleras, de que le diera la vista en un ojo y le pusiera la oreja nuevecita. 

De esa historia supo Luis Enrique a través de Vicente Madero, quien era comerciante en Chibolo, de Hernán Orozco, que ocupaba el cargo de docente en Piedras de Moler.  Así lo señala en la canción:

Hernán Orozco y Madero

A mí me dijeron que el turco mocho

Trajo un mago a La Chinita

Y de Guaquirí a Agustín Perea trajeron

Especialmente para que le diera la vista

Pero el tuco no solo lo hizo con el fin de curarse, sino también para que atendiera a otras personas, entre ellas a Agustín Perea, quien era un afamado botánico y nigromante ubicado en Guaquirí, que es una pequeña población ubicada en el Municipio de Pedraza. Fama de Agustín, que se extendía por parte del río Magdalena y más allá de la zona de influencia de esta artería, y la que cimentó, según la tradición oral, entre otras razones, por descubrir, de manera exacta, el lugar donde estaban enterradas las brujerías, donde se encontraban las ponzoñas, con las que causaban mal, así como las culebras cuando el ganado vacuno o caballar moría en un lugar a causa de las mordeduras de estas. La ubicación de los causantes del mal lo hacía desde su residencia en Guaquirí, ciego, y sin conocer el lugar donde sucedían los hechos. 

Un paisano de Perea, Juan González Rúa, asegura que fue el turco mocho quien llevó a Agustín hasta La China, producto de lazos de familiaridad que los unía, pues la mujer del turco era sobrina de Perea.

Tan viejo que era don Agustín Perea

Pa´ hacer ese viaje a La Chinita

El turco Mocho quiere que vea

El mago prometió darle la vista

Agustín accedió a ir hasta esa localidad convencido de que el mago le curaría la ceguera, la que le sobrevino mientras leía una carta, la que fue utilizada para hacerlo víctima de este maleficio. Hecho que sucedió, según la tradición oral, debido a que desatendió las instrucciones de su padre, quien le pidió, antes de morir, que jamás se mudara de la casa materna porque ella estaba asegurada. 

Sin embargo, los resultados para Perea, tras visitar al mago, no fueron los deseados, como se desprende del siguiente verso:

De regreso venía decepcionado

El pueblo de Chibolo bien lo sabe

La vista no le pudo dar el mago

En vez de mejorar, vino grave.

Como también se lo dijeron Ovidio Andrade Sierra y Adelmo Cortina al Pollo Vallenato, al mencionar que de los enfermos que llevaron a La China, solo Perea se había salvado. Lo que coincide con la información que al respecto da Juan Bautista González Rúa, al indicar que el brujo le suministraba a Perea brebajes en los que incluía trozos de grillos, por lo que casi se muere.

Al final de la canción, Luis Enrique indica que, si se quiere saber más de esta historia, se les debe preguntar a Ovidio y Adelmo, a Beltrán Orozco y Madero. Sin embargo, ellos quizá nunca supieron que la relación entre el mago y Agustín Perea continuó en Guaquirí, lugar donde surgió una nueva historia, en la que el actor principal fue el primero.

¿Pero qué sucedió con el mago?

Quien cuenta la historia de lo que sucedió con el mago es Juan González Rúa, quien acaba de cumplir ochenta años. Este asegura que el inicio de los males del visitante comenzó el día que llegó a Guaquirí, especialmente después de acusar de brujas malignas a dos de sus pobladoras. Estas, que guardaron silencio ante semejante acusación, fueron consideradas por el visitante como las causantes de su caída, esa misma noche. Sucedió después de que uno de los extremos de la hamaca se soltara, sin razón alguna, del trozo de cuerda que estaba atada, pese a que, como lo señalaba el afectado, la amarró de la misma forma que lo hacía desde los 17 años de edad.  Golpe al caer al suelo que produjo un ruido que se escuchó en parte del pueblo, seguida de una ensordecedora y burlona sonrisa.

El mago, esa misma noche, mientras se quejaba de un dolor en la cintura, le afirmó a Agustín Perea que la caída le traería graves consecuencias a su salud, además, que ni los dos, con todo el conocimiento sobre la botánica, podrían evitarlas. Le expresó, además, una frase que fue considerada lapidaria por Perea: “Solo si Cristo baja del cielo, me puedo salvar de la muerte.”

Al día siguiente, temprano, dispuso de sus pocos bienes, le entregó a Agustín un libro con dos mil trescientas cincuenta y siete recetas botánicas, trece oraciones para enfrentar algunos hechos fuera de la explicación racional, el que, según Eduardo Camargo González, lo conservan unos descendientes de Perea. Además, mandó a quemar la hamaca junto a las cuerdas para colgarlas, y desde entonces durmió en el suelo para evitar que lo volvieran a tumbar.

El mago, sabido de su pronta muerte, decidió esperarla en Guaquirí, donde un día cualquiera reunió a un grupo de pobladores y les pidió que seis meses después de su fallecimiento excavaran en su tumba, para comprobar que para entonces esta estaría vacía, porque ya había reencarnado. Pero nadie, por temor, atendió su petición. De lo que sí se percataron los guaquirisanos fue que, a partir del día siguiente de su sepelio, en su tumba comenzó a germinar, florecer y morir, de manera cíclica, un tipo de planta natural desconocida a lo largo del río Magdalena, a la que Agustín Perea recomendó no tocar. 

Tiempo después de su muerte, por la ciénaga de Zapayán se escuchaban voces de personas asegurando haber visto a un hombre delgado, de hablar cachaco, barbas tupidas, que usaba un sombrero de alas anchas, caminando por sus orillas, preguntando cuál era el camino hacia Chibolo, y aseverando que era el mago de la China. 

 

Álvaro Rojano Osorio

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

2 Comentarios


Raul Brugés Fuentes 18-01-2024 01:03 PM

Excelente relato, de una canción emblemática del gran " Pollo Vallenato". Mis felicitaciones al maestro Alvaro, de quién me gustaría mucho obtener su contacto telefónico...

Leonardo Castillo 19-01-2024 01:53 PM

Buena historia la del mago y de Agustin Perea Alvarito gracias por recordarla

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