Ocio y sociedad

"Cógetelo, Segundo Peña"

Eddie José Dániels García

11/01/2021 - 05:05

 

Vista aérea de San Roque de Talaigua / Foto: archivo PanoramaCultural.com.co

 

Comenzaba el año 1971 y San Roque de Talaigua apenas empezaba a recuperarse de la tremenda creciente que lo había mantenido bajo las aguas durante más de dos meses. La inundación se había iniciado a finales de noviembre y lentamente fue apoderándose de todas las calles existentes, primero las del barrio arriba, después la plaza principal y, finalmente, las del barrio abajo. No hubo muro ni tupia ni poder humano que controlara el nivel de las aguas, que ese año alcanzaron a subir un metro y medio en las calles principales. La gente se las arregló como pudo: muchas familias construyeron sus tambos, otras buscaron albergue en los terrenos más altos y las más precavidas se trasladaron a algunos pueblos vecinos, indiferentes a las crecidas del río Magdalena.

Yo había llegado de Pasto, junto con Dona, mi mamá, y José Guillermo, un hermano mayor, a donde habíamos viajado, huyéndole a la inclemencia de las aguas, a comienzos de diciembre, para visitar a nuestra hermana Betty, quien llevaba varios años radicada en esa lejana ciudad, ubicada en el extremo sur de Colombia.  Mi papá, junto con Key y la Cuqui, mis hermanos menores, habían conseguido albergue en un cuarto que les facilitó nuestra querida amiga Evangelina Castro Soraca, cuya casona de la Calle Real del Medio había sido construida con una altura necesaria que superaba el nivel de las aguas. Sorteando las dificultades, allí lograron sobrevivir con otras familias que estaban alojadas en los cuartos contiguos y que, también, se habían resistido a abandonar el pueblo.

Nuestra intención era regresar de Pasto antes del 31 de diciembre, pero mi hermana Betty logró convencernos de que pasáramos en esa ciudad el fin de año y, lógicamente, accedimos a complacerla. De tal suerte que, cuando arribamos a Talaigua el 6 de enero, ya el nivel de las aguas había descendido bastante y solo quedaban algunos charcos en las calles. La gente había comenzado a recuperar y organizar sus viviendas y el pueblo, como es natural, ya empezaba a mostrar nuevamente el entusiasmo colectivo que siempre lo ha caracterizado. Mi papá y mis hermanos se habían trasladado a nuestra casa de la albarrada, la habían reacomodado y esperaban ansiosos nuestra llegada, la cual Dona les había anunciado con un telegrama, el eficiente sistema de comunicación en esos tiempos.

Por esa época, yo mantenía un fugaz noviazgo, que había iniciado hacía dos años, con una muchacha muy querida y estimada en el pueblo, perteneciente a una de las familias más distinguidas de Talaigua. Estaba recién graduada en la Normal de Señoritas de Mompós y se disponía a iniciar su profesión de maestra para la cual se había formado en los célebres claustros de esa institución. Asimismo, yo me disponía a cursar el último año de estudios en el prestigioso Colegio Pinillos, también de la "Ciudad Valerosa", donde cursaba mi bachillerato desde 1966 y me había caracterizado por ser un estudiante consagrado y un excelente pintor que había sabido ganarme el aprecio de todo el cuerpo docente de ese reputado plantel. 

Mis visitas a la novia, generalmente las hacía, entre las siete y diez de la noche. Siempre con la anuencia de los padres y el respeto de los pretendientes. Como en esos años no había luz eléctrica porque la planta del pueblo llevaba varios años archivada en mal estado, las familias alumbraban sus casas con mechones, linternas y caperuzas. Para apreciar las estrellas, jugar con ellas y hacer pronósticos ilusorios, nos sentábamos en el patio, vigilados por uno o dos mechones que nos brindaban un claroscuro romántico. Una noche platicamos más del tiempo debido, y cuando mi novia me despidió en el portón con la luminaria en la mano, la calle estaba convertida en una oscuridad absoluta. Recuerdo que sentí un miedo espantoso.

Apenas vi que mi media naranja cerró el portillo y se guardó con la lámpara, pegué un carrerón y unos metros más adelante me tropecé con un tubo del acueducto que se había pelado por efectos de la creciente. Me levanté sin prestarle atención al golpe y seguí corriendo, crucé la calle, cogí por el Callejón del Comercio, antigua calle de don Julio Gutiérrez, no atravesé por detrás de la iglesia, sino que pasé como bólido por la casa de doña Margarita Martínez, llegué a la plaza, cogí la Calle Real del Medio y seguí corriendo. Pasé por la casa de la niña Chon y, más adelante, oí una voz que gritaba: "Cógetelo, Segundo Peña, cógetelo Segundo Peña".  Me asusté mucho, corrí más de prisa y llegué al callejoncito que entraba para nuestra casa, atravesé la cocina y "pum" empujé la puerta de la sala. Mi papá pegó un grito ensordecedor: "¡Qué es la vaina, nojoda!".

 

Eddie José Daniels García

San Roque de Talaigua

Sobre el autor

Eddie José Dániels García

Eddie José Dániels García

Reflejos cotidianos

Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.

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