Opinión
Editorial: la anhelada internacionalización del Vallenato
El deseo de ver el Vallenato convertirse en un género conocido a nivel internacional ha sido expresado por muchos cantantes y compositores. Es también una fuente de motivación para gestores culturales y representantes de cantantes que ambicionan un posicionamiento más visible de sus respectivos proyectos.
Gracias a cantantes como Carlos Vives, Jorge Celedón o Silvestre Dangond, la música vallenata goza de reconocimiento en muchos países del continente americano y en otros muchos de Europa. Sin embargo, esta internacionalización sigue estando muy ligada a la diáspora colombiana instalada en cada uno de estos destinos y sujeta a invitaciones o giras muy puntuales.
Es cierto que las recientes producciones de Silvestre Dangond y Carlos Vives han reiniciado ese discurso hacia el exterior y visibilizado nuevamente los ritmos locales. Es indudable que las giras de cada uno permiten ubicar a Colombia y Valledupar en el mapa musical mundial, cada uno con su estilo es decir la jovialidad por un lado y la irreverencia por otro.
No obstante, falta todavía que la música vallenata dé unos pasos claves para que esta internacionalización penetre profundamente el tejido musical (y social) de otros países como ha ocurrido recientemente con la música cubana (el son y la timba), el merengue o la bachata dominicana.
La internacionalización incluye también un proceso de seducción con el cual se va formando el oído de nuevos seguidores extranjeros. Dicho de otro modo, hay que saber llegar a personas que no escuchan habitualmente el vallenato y para eso existen diversos modos.
El primero es participar en proyectos de intercambio e interactuar de manera didáctica con los foráneos. Las giras de las Escuelas locales de música vallenata (del Turco Gil o de la Fundación Vallenato) responden a ese criterio ya que participan en eventos culturales y políticos, y contribuyen paulatinamente al (re)conocimiento de la música vallenata.
El segundo modo consiste en atraer proyectos de compañías extranjeras audiovisuales o colaborar con ellas para que se realicen grandes documentales, películas o álbumes que visibilicen la música vallenata. Recuerden el famoso documental dedicado al “Buenavista Social Club” de Cuba y su impacto directo en el mundo de la música cubana. De ahí salieron viejos y nuevos talentos de la isla caribeña invitados a todos los escenarios del mundo para que compartan su sabor y alegría. Los nombres de Compay Segundo, Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo son conocidos de una gran parte del público europeo por este motivo. ¿Y por qué los juglares vallenatos no podrían beneficiarse de algo similar? Algunas iniciativas –como la reciente película Los viajes del acordeón– son un ejemplo a seguir.
Finalmente, y quizás la más delicada de todas las alternativas (porque conlleva un serio cuestionamiento), es que la música vallenata adopte también un formato “exportable” o “entendible” –sin dejar atrás la originalidad y la riqueza musical– para ganarse con más facilidad el aprecio o la curiosidad de personas que habitualmente no escuchan el vallenato. En esa vertiente cae la fusión de Carlos Vives o el blues de Iván David Villazón. Ritmos que tienen mucho carácter vallenato pero que se han abierto completamente al mundo.
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