Opinión

Un Amado Nervo criollo que vino de Guataca

Diógenes Armando Pino Ávila

01/03/2019 - 05:40

 

Un Amado Nervo criollo que vino de Guataca
Alejandro García, también conocido como Perolón / Foto: Diógenes Armando Pino Ávila

Con un salto ágil, de sus treinta y tantos años, se bajó del fuera de borda que acababa de anclar en Puerto Bocas, llegó con varios hijos, su mujer y un equipaje escaso, metido en costales, unas ollas, platos y totumas, sus humildes prendas de vestir venían dobladas dentro de las fundas de las almohadas, cubiertas por los petates de palma de esteras donde venían enrolladas junto con las almohadas suaves cargadas de lana de ceiba. Cuatro taburetes de cuero, una mesa de madera completaba el mobiliario de esta familia. Él era un hombre del río, de mediana estatura y risa franca, un «río grandero» —hubieran dicho mis tías abuelas—, así llamaban al hombre de las riberas del Magdalena. Se integró rápido a la gente del corregimiento de Puerto Bocas, su forma de ser, su mamadera de gallo, sus dichos le hicieron el ambiente para que nuestra gente le abriera los espacios, recibiéndolo como propio. De esto hace cincuenta y cinco años.

María Antonia, su mujer de siempre, la madre de sus hijos, le seguía dócilmente, con esa obediencia ciega y resignada que desde siempre acompaña a las esposas de la Depresión Momposina. Alejandro García, así fue bautizado en su pueblo Guataca, pequeño corregimiento de Mompox, de donde era oriundo igual que su mujer, su nombre de pila, le duró muy poco en ese puerto de río que los acogió, pues a través del tiempo, la mamadera de gallo de los boqueños le fue cambiando de nombre hasta llegar al de hoy.

De llamarse Alejandro, pasó a ser Alejo, la forma cariñosa como su entorno cercano y parentela lo llamaba desde niño, su nuevo oficio de revendón de pescado, el que compraba a los pescadores de Puerto Bocas para revenderlo en el municipio vecino, hizo que le cambiaran el nombre, todos los revendones de pescado que salían a las tres de la madrugada en un carro para Pailitas llevaban sus productos resguardados en enormes cavas de icopor, en cambio Alejandro llevaba su pescado en una enorme olla de aluminio, lo que llamamos los costeños perol, y de ahí una de las vendedoras de nombre Berta Robles le derivó el sobrenombre de «Perolón».

Todos sus amigos y conocidos lo llamaban «Perolón», más adelante en Pailitas le pusieron como remoquete cariñoso «Al ojo» porque los demás vendedores de pescado usaban balanzas rudimentarias para pesar la venta de sus pescados, generalmente eran una especie de cachiporra de madera graduada con algunas ranuras en la parte delgada, de donde colgaba una totuma donde metían los pescados para pesarlos, en cambio Alejandro no la usaba, el vendía “al ojo” ya que tenía en la mano y la vista una habilidad especial para calcular el peso de los bocachicos. En fin, tuvo muchos apodos y los seguirá teniendo hasta que se muera, pues eso hace parte de nuestra cultura y, además, hoy a ultimo día del mes de febrero de 2019, al cumplir sus noventa años, el los festeja con carcajadas.

Se podía decir que Alejandro García, «Perolón» o «Al Ojo», era un hombre feliz, hasta que un día, de eso hace once años, falleció María Antonia, su compañera de siempre, con la que dice tuvo veinte hijos (seis abortos y 14 nacidos vivos). La muerte de su mujer lo golpeó en lo más profundo de su alma, al punto de tener un cambio brusco en su comportamiento, primero de tristeza profunda y reclamos al Todopoderoso y luego andando el tiempo una aceptación sosegada sin renunciar a su amor.

Alejandro, al igual que el poeta mexicano Amado Nervo en su bello y triste poemario del libro «La Amada Inmóvil», pasó de la reflexión de la inutilidad de la plegaria a volcar ese inmenso amor hacia su amada muerta, «Perolón» no era poeta, entonces a su manera, manifestó y sigue manifestando ese desbordado amor por su señora con unas muestras claras de sentimientos necrofílicos, al punto de levantar una especie de rancho con  tejas de zinc en el cementerio principal de Tamalameque y en el centro del destartalado rancho, la bóveda de María Antonia. Alejandro duró alrededor de tres años durmiendo sobre la tumba de su amada, le llevaba vasos con agua y compraba galletas y panochas para que ella comiera, hasta que se dio cuenta que los muchachos traviesos del barrio El Colorao, se metían al cementerio cuando él no estaba y se comían el mecato que el llevaba a su amada.

Si «Perolón» hubiera sido poeta, de seguro habría escrito al igual que Amado Nervo:  Dios mío, yo te ofrezco mi dolor / ¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte! / Tú me diste un amor, un solo amor / ¡un gran amor! / Me lo robó la muerte / ...y no me queda más que mi dolor. / Acéptalo, Señor: / ¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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La tumba de la esposa de Alejandro García

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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