Opinión

La mochila

Diógenes Armando Pino Ávila

28/02/2020 - 04:45

 

La mochila
Vista aérea de Tamalameque / Foto: Panoramio

No voy a referirme a la bolsa de lona u otro material que se carga a la espalda, como lo describe la Real Academia de la lengua española, no, tampoco me referiré a esas de lana, tejidas a mano que se cuelgan al hombro y que son una obra de arte realizada por nuestros hermanos mayores, los Arhuacos y los Kankuamos que habitan en la Sierra Nevada, no. No me refiero a esas que las manos nervudas de nuestras indígenas tejen y a las cuales impregnan en sus tejidos las alegrías o tristezas que viven en esos momentos, no me refiero a aquellas que en sus dibujos muestran los caminos del pasado y presagian el futuro de su pueblo.

Hoy voy a referirme a un pequeño barrio de mi pueblo (una pequeña calle, una sola cuadra) que desde siempre la hemos llamado así: Calle de La Mochila. He indagado con los ancianos del entorno sobre el origen de su nombre y nadie me da razón de ello, todos le llamamos La mochila, así, sin más. Antes era un grupo apiñado de casas de bahareques y techo de palmas, con pisos de tierra apisonada con dos habitaciones (el aposento y la sala), en el patio una pequeña enramada donde se levantaba una troja encima de la cual había un fogón de barro, alimentado con trozos de mangle seco, donde se cocinaban los alimentos.

En el aposento, un catre de madera cuyo fondo era de cuero de buey y encima de este colgaba de unas cuerdas un toldo de gaza floreada, que protegía por las noches a quienes habitaban la casa, para que el zancudo no les martirizara. Al otro extremo del aposento, un baúl de madera donde guardaban las pocas prendas de vestir, aromatizadas con flores de resedá. En la sala, una mesa de madera sin mantel y cuatro taburetes también de madera y cuero, acompañaban un tinajero donde reposaba como una reina en su trono una tinaja llena del agua más fresca del pueblo. Así eran las casas de ese barrio en épocas pasadas.

Ahora hay casas de ladrillos sin revocar con pisos de cemento, en sus aposentos hay camas con colchón o colchonetas, en la sala hay televisores y equipos de sonido con grandes parlantes. Sus moradores siguen siendo como antes, pescadores, alfareros, amas de casa, trabajadoras domésticas, con una prole numerosa. Me ha llamado la atención desde siempre éste barrio, por la forma de ser de sus moradores, gente humilde honrada y buena que vive el día a día toreando las necesidades y capoteando los pagadiarios que les visitan en son de cobro.

Me llaman la atención, pues a pesar de sus penurias no son gentes tristes, ni proclives a hacer el mal a sus vecinos, son una especie de hermandad que a pesar de sus problemas y diferencias y peleas la resuelven al interior del barrio, problemas que no trascienden sus límites barriales. Son una hermandad que se permite la licencia de pelear entre ellos, pero su código interno no permite que personas de otros barrios lleguen a formarles problemas, pues en ese caso tienen tan acendrada la solidaridad y sentido de pertenencia que el problema de un vecino es el de todo el barrio, lo que indica que no puedes ir a tirar bravuconadas en La Mochila, no se lo permiten ni a la policía.

Otro dato curioso de este barrio es la práctica de la endogamia, pues sus muchachas se casan con gentes del mismo barrio, ya que no aceptan la unión con otras personas fuera de sus límites. Es un barrio de gentes alegres que disfrutan la vida, así como les llega. Los fines de semana, cada hogar es un hervidero de alegría, sus mujeres bailan champeta, mientras sus maridos e hijos se divierten jugando a las cartas y bebiendo licor. Los equipos de sonido lanzan al aire sus melodías, en un jolgorio permanente donde festejan la vida y toman con alegría el diario vivir sin resentimientos y sin malos pensamientos. Puedo decir que toman su pobreza con alegría, se les nota en sus ojos, en sus gestos, en sus andares, en sus expresiones joviales, en sus mamaderas de gallo, en los apodos con que se llaman.

Puedo aseverar que son unos pobres-pobres, pero unos pobres-pobres chéveres, bacanes que se gozan el mundo olvidando sus penurias. Unos pobres-pobres que exorcizan sus demonios y problemas a punta de alegría. Admiro a los pobres-pobres del barrio La Mochila de mi pueblo.

¿Hay en tu pueblo un barrio así?

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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