Opinión
Entre el bullicio y la serenidad
Hay dÃas en los que quiero escribir y no puedo y por más que lo intento no fluye, las palabras se esconden. Las ideas se hacen nudos ciegos en mi cabeza y no las puedo desenredar. Enciendo incienso, humo mi habitación, me preparo un té, realizo algunos ejercicios para estirar los músculos, respiro profunda y lentamente. Lo vuelvo a intentar.  Y pasan los minutos y las tres lÃneas en la hoja en blanco no avanzan, entonces sé que no es dÃa para escribir. El vaso está vacÃo, no debo escribir cuando el bullicio no me permite expresarme. Necesito el silencio.Â
Por esa razón mis textos los publico un dÃa cualquiera a cualquier hora, porque es escribiéndolos y publicándolos, si guardo un texto lo más probable es que no lo publique. Tampoco puedo releerlos, si los vuelvo a leer después de escritos ya no me gusta lo que escribà y pierdo el interés por completo, que ni tocarlo quiero. Yo misma no puedo decidir sobre qué escribir, nunca sé lo que escribiré hasta que fluye en esa hoja en blanco, mi escritura es del alma no del cerebro.  Tampoco puedo escribir por encargo, me bloqueo completamente y porque también no me gusta que la gente me diga sobre qué escribir. Defiendo completamente el derecho de mi escritura a ser ella misma.
Ese tiempo de silencio puede durar un dÃa, tres dÃas, semanas, (aunque hace unos años duraba meses) en los que me alejo de la computadora. Y cuando la vuelvo a encender puede ser un relato o un artÃculo de opinión lo que escriba. Porque la poesÃa, la poesÃa solo viene a mà cuando ella quiere. DÃas en la madrugada, me despierta a deshoras solo para que la escriba, dÃas al atardecer, en la noche, por eso siempre tengo una libretita y un lapicero conmigo, porque llega de un pasón y se va. Como un chaparrón, como el ventarrón, como una pasada de nube, como niebla de alborada, como el rocÃo de las flores de las diez que al medio dÃas comienzan a doblar sus pétalos.  Pero para que ella llegue yo debo estar en completo silencio, no me visita si el vaso está lleno o a medio llenar, debe estar completamente vacÃo. Y llega pasa saciarme, para calmar mi sed, para cobijarme, para llenar de flores los tiestos vacÃos.Â
No puedo escribir mecánicamente, decir tal dÃa a tal hora escribiré un texto sobre tal cosa. No puedo. Mis letras son como yo. No importa si es relato, poesÃa o artÃculo de opinión, todas tienen mi personalidad, mi carácter. Son toscas como yo. Rudas y ariscas. Honestas eso sÃ.  Quien quiera conocerme solo tiene que leer mis letras, ni en persona podrÃa ser tan real como lo soy escribiendo.Â
Hay dÃas en los que no puedo escribir, las palabras no danzan, no hay armonÃa. Y poco a poco voy aprendiendo a ser paciente, a esperar, a respirar pausado para darles su espacio y no ahogarlas, para que no se aburran de mÃ. Y guardo distancia y las dejo solas, libres para que vuelvan a mà cuando sientan que necesitan de mi compañÃa. Antes cuando ellas se iban yo agonizaba, no podÃa respirar, me sentÃa encarcelada, abandonada, relegada y sufrÃa mucho por la inexpresión porque ya sé lo que es estar ahÃ. Pero escribiendo he ido aprendiendo a esperar, a vivir cuando ellas no están, aunque las extrañe. A entender que el vaso vacÃo y el silencio son necesarios para vivir porque ponen pausa, bajan el ritmo y forman un equilibrio entre el bullicio y la serenidad.
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Ilka Oliva CoradoÂ
@ilkaolivacoradoÂ
Sobre el autor
Ilka Oliva Corado
Crónicas de una inquilina
Escritora y poetisa. Ilka Oliva Corado nació en Comapa, Jutiapa, Guatemala, el 8 de agosto de 1979. Hizo estudios de psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora en el estado de Arizona. Es autora de dos libros: Historia de una indocumentada travesía en el desierto Sonora-Arizona, y Post Frontera.
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