Opinión
Editorial: las viñetas de Mahoma y la libertad de expresión
En estos últimos días, la polémica causada por una película titulada “La inocencia de los musulmanes” y la publicación de unas viñetas satíricas sobre Mahoma en una revista francesa (Charlie Hebdo) ha sido el centro de atención de medio mundo.
Y es que, además de provocar manifestaciones masivas en la mayoría de los países árabes envueltos en una primavera sin verano, estos hechos también van directamente ligados con la muerte del embajador americano en Libia y otros diplomáticos.
El principio de libre expresión ha abierto la puerta a una serie de publicaciones que, si bien pueden pasar desapercibidas en nuestras sociedades cristianas –o laicas en el caso de Francia–, han herido la susceptibilidad de quienes veneran a ese profeta y dado argumentos a quienes consideran que existe un conflicto abierto entre el mundo occidental y el mundo árabe.
Estos hechos nos invitan ineluctablemente a reflexionar sobre el significado del concepto de libre expresión y ponerlo en el marco de las sociedades democráticas que siempre lo han defendido.
Es cierto que la libertad de expresión (u opinión) es un derecho fundamental contemplado en la Declaración Universal de los derechos humanos en 1948, pero también hay que reconocer que la actividad de los medios de comunicación, y todos aquellos actores que divulgan información de carácter masivo, está sujeta a un código Internacional de ética periodística establecido por la UNESCO.
Así pues, el periodismo obra en un campo donde los intereses se entrechocan. Mientras una línea (el principio de libertad de expresión) permite hablar de todo lo que queramos sin consideraciones de fronteras –ya sea oral o por escrito–, la otra (el código de ética) impone un marco de limitaciones y responsabilidades.
Y justamente en esa problemática cae el caso de las viñetas de Mahoma: en algunos países con una tradición democrática avanzada se tolerarán pero, en otros donde la tradición es eminentemente religiosa, se reprenderán ferozmente o estallarán en protestas de consecuencias inimaginables.
Por eso, si queremos enaltecer la democracia y exponerla como el sistema justo que decimos que es, los medios de comunicación –una de sus máximas expresiones– debemos, antes de todo, estar a la altura de sus principios de tolerancia y diálogo, evitar de enfrentar las culturas o crear situaciones que contribuyan al odio.
El periodismo reduce o multiplica la violencia según el lenguaje que se emplee. Por eso, nosotros, comunicadores en un país donde la paz es todavía un sueño, hemos de ser cautos, criticar y satirizar dentro de unos límites admisibles (es decir, que no ataquen los derechos y la identidad de otros colectivos o culturas).
El reto no sólo es de los países occidentales sino también de nosotros que anhelamos una relación pacifica con nuestros ciudadanos, los países vecinos y el mundo entero.
0 Comentarios
Le puede interesar
Romantizar, una palabreja de moda
Se ha puesto en boga el término “romantizar” y lo aplican en el sentido de satanizar algo, temas sensibles en la política col...
En blanco y negro
El paro contra la Reforma Tributaria, o por lo menos, ese fue el motivo visible, se hizo sentir en todo el país, en todos los pueb...
Llorando mi ausencia sentimental
Allí estaba yo, con la manguera en mi mano, regando el jardín que mi mamá tiene en el patio de su casa cuando entra un mensaje a mi ...
Consejos para Edna y Lisbeth (Parte I)
Ahora, cuando dos mujeres vallenatas emprenden un camino distinto –Una vía diferente diría Sergio Araujo–, es justo y necesario...
Hay que recuperar las orillas del rio Guatapurí
El río Guatapurí es patrimonio de los vallenatos y de todos los visitantes. El mayor encanto de la ciudad es la magia musical de lo...