Opinión

Chebo, el sobador

Diógenes Armando Pino Ávila

28/08/2020 - 04:15

 

Chebo, el sobador
El río Magdalena a la altura de Tamalameque (Cesar) / Foto: archivo PanoramaCultural.com.co

 

Esta historia la situaré inicialmente en Italia, en la zona sur probablemente, en la región de Campanía o en la región de Cosenza, donde se originó el apellido Pisciotti. Uno de ellos huyendo de los estragos económicos que vivía su natal Italia vino con los migrantes italianos a la costa Caribe, por allá a finales del siglo XIX o comienzos del XX, concretamente a Barranquilla, donde otro italiano apellido Volpe, que, en el acendrado sentimiento de familia, le tendía la mano amiga y el negocio a sus compatriotas, haciéndoles pequeños préstamos y créditos en mercadería para que ellos se desplazaran por los pueblos del río buscando fortuna.

Ése fue el comienzo, cuando Carmine Pisciotti Posedenti pisó tierra colombiana, el cual con su mercadería recorría los pueblos de lado y lado del río grande de la Magdalena, en una travesía que llegaba hasta el caño de Ávila en Simaña, para llevar sus productos a la región de Norte Santander. El viejo Carmine, según palabras de Francisco Pisciotti, su nieto, era el «Viejo chuchador de la comarca», por ello dejó sus vástagos en la región de El Banco, Simaña, Salao y Zapatosa.

Uno de sus hijos, de profesión carpintero, se aposentó en Tamalameque, donde en la época del Magdalena Grande alcanzó a ostentar el cargo de Juez Municipal cumpliendo el único requisito que se les exigía, ser honorable, y él lo era. Sobre don Eusebio se dice que fungiendo como juez, tuvo que posesionar al alcalde que reemplazaría a uno de apellido Valle que se enloqueció en el cargo y le metió candela a los archivos municipales, en esa posesión, cuentan con gracejo, que al momento de tomar el juramento, la página donde estaba escrito el texto oficial para juramentar estaba chamuscada e incompleta en la parte final, por tanto, don Eusebio recitó con voz aguardentosa el “jura usted cumplir…..” pero cuando llegó a la parte de “si así lo hicieres que Dios y la patria os premie y sino…”, ahí precisamente estaba quemada, incompleta e ilegible, por lo que decidió terminar el juramento de una manera singular diciendo «y si no…. Que el diablo… te escupa el culo».

Don Eusebio tuvo su descendencia, entre ellos Vicente, dos mellos, Clara y Eusebio, a este último desde niño le llamaban por el apodo de Chebo, una especie de diminutivo en el habla local para llamar a los Eusebio. Chebo, creció en Tamalameque y se dedicó al futbol local, ganando gran prestigio en la localidad y en los pueblos vecinos donde le admiraban por su forma de jugar, sus gambetas, por cabecear la pelota lanzándose en lo que los futboleros llaman “la palomita”.

Me cuenta mi hermano Humberto, mostrándome los dedos de sus manos, algunos algo torcidos, pues fue portero, que Chebo era temido por el fuerte chut que tenía con su pierna izquierda, y que los porteros de los equipos que competían con el Independiente Tamalameque, oraban para que Chebo no pateara directo al arco o para que no le cometieran ninguna falta dentro del área, pues de seguro podían pasar una de dos cosas: que fuera un tiro imparable de gol o que el arquero osara taparlo pues le fracturaría o descompondría los dedos.

Otro aspecto digno de contar, dice mi hermano, era la costumbre de Chebo de patear los tiros de esquina, quitándose el botín izquierdo, su patada era tan poderosa y magistral que alcanzó a hacer varios goles olímpicos que festejaron sus hinchas sacándolo de la cancha en hombros. Esusebio dedicó toda su vida al futbol, alternándola con algunos empleos de carcelero o inspector de policía de nuestros corregimientos. Ahora dedica su vida de abuelo a preparar a algunos muchachos para formar equipos en estas competencias y también prepara a algunas muchachas en el futbol femenino.

En el futbol sufrió varias lesiones y tuvo que pasar por las manos de algunos sobadores que arreglaban descomposturas de dedos, manos y brazos y esguinces de tobillos, fueron tan recurrentes sus lesiones que aprendió a sobar, y en la actualidad, pasa su vejez de abuelo hablando de futbol, resolviendo sopas de letras, vendiendo periódicos, chance y boletas de rifas y, de vez en cuando lo busca algún futbolista local lesionado, para que le sobe alguna descompostura de tobillos, manos o brazos, labor que realiza untando vela de sebo en el miembro descompuesto y sobando con fuerza, mientras el afectado llora, grita y se contorsiona de dolor, ante el regaño impasible de Chebo que le reprende con «¿Qué te pasa? No aguantas nada, eso no duele tanto, a mí me sobaban más fuerte y no lloraba», y emite una gran carcajada.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

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Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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