Opinión

El gallo que se salvó por marica

Baldot

08/02/2021 - 08:40

 

El gallo que se salvó por marica
Obra del artista Baldot

 

Veinte pollos crecieron en el patio de mi casa, en el viejo Valledupar. Crecían y engordaban con maíz y desperdicios caseros. De repente, sin darme cuenta, el patio se convirtió rápidamente en un gallinero lleno de mierdas por todas partes, desaparecieron hasta los congolochos, las cucarachas y ratones que a veces salían de noche y de día, que solían salir en busca de migas de sobrante de comida. Todo había sido devorado por aquellos picos y cuarenta patas que escarbaban y se movían por todas partes. Mis pollos devoraban hasta las matas de las macetas y qué decir de las hormigas culonas que solían salir del patio y sus culones llenos de rica grasa. Decía mi madre: “Qué asco, cómo se pueden comer esos culos de hormigas que colonizan pocetas llenas de mierdas antiguas de excusados como se le llamaban". “¡Malditos pollos dentro de mis aposentos, sio sio sio!”.

Salían de la cocina a la sala y a veces sus flores de cacas llegaban a todas partes de la casa, sio sio... qué rabia cogía cuando pisaba la mierda en el piso de granito de mármol porque no la veía, me los comeré de uno en uno, ya están bastante pesados con sus culos grasos como las hormigas. Esos emplumados pollos crecieron tanto que en mi casa no cabían. Un día, el pintor Kajuma me sugirió que pintara con ellos, que le untara las patas de pintura para que salpicaran la tela. Le dije: “¡Ombe, Kajuma! Esos pollos ni enseñándoles a pintar dejarán de cagarse en casa, esos pollos no tienen cultura. !No, no aprenderán a pintar! Porque si aprenden me sacan de casa y la gente se daría cuenta que yo no soy el pintor , porque los trazos de sus patas se notarían en la pintura”. Como me gustaría que estuviera vivo el maestro Escalona, aquel que llamaban Rafa, ése que le gustaba visitar a su compadre Cicerón Maestre porque tenía un patio lleno de gallinas y llegaba Rafa bien de mañanita, dejándole a Chava la esposa de su compadre una pistola tipo escuadra, porque Rafa nunca entraba armado a una casa y le expresaba a Chave: ¡Buenos días, comadre guárdeme ésta pistolita! Luego, se sentaba en uno de los asientos con su compadre Cicerón, le ponía la mirada a una de las gallinas y feliz le decía: ¡Compadre, esa gallina de pluma ceniza se debería ver buena en un tremendo guiso! Y al instante Cicerón le gritaba a Chave: ¡Vee, Chave! Hácele esa gallina de pluma ceniza a mi compadre que le ha provocado en buen guiso! Así transcurría cada visita de Rafa a su compadre y cada visita era un guiso o un sancocho seguro, hasta que una mañanita, Chave parada en la puerta, sin que Cicerón su marido se diera cuenta, le respondió a Rafa cuando llegó, le dio los buenos días y le encargó su pistolita: ¡Buenos días, compadre! No le puedo guardar más la pistolita porque usted con sus visitas está acabando con mis gallinitas ... Como hubiese querido la visita en mi casa de ese gran compositor que compuso tantas canciones bonitas.

Reconozco que mis pollos se sentían parte de la familia, lo que mis hijas no entendían es que uno cría pollo no para que vivan echando flores en casa si no para alimentar a nuestra familia, pero bien dice una frase: “Animal que se cría en casa termina siendo parte de la familia“. Nunca entendí la frase de que tiene cerebro de gallina, porque años atrás tuvimos una gallina que llamábamos Magda de plumajes ocres, algunas blancas y otras café, y mi perra Sasha, de raza snauzer, correteaba detrás de la gallina y le ladraba todo el tiempo, hasta que un día se hicieron grandes amigas, tan amigas fueron que mi perrita un día estaba en su tiempo de calenturitas y llegó un perro negro de canillas largas, sin clase, sin educación, chandoso, callejero como lo llaman. Montó a la perra en un descuido, cuando salió a la calle, y mi perra pedigree murió unos días después por el embarazo que la llevó a gravedad de muerte. No me van a creer lo que les digo, que la gallina de plumajes de colores ocres, blanco y amarillo, se echó al lado de la perra que agonizaba, y ni un solo instante se separó de ella, con su pico le quitaba las moscas que se posaba sobre aquella moribunda perra, esa gallina pareciese que no se salvaría; aquella gallina después que murió mi perra, se creía aún más parte de la familia, imitaba todo lo que hacía Sasha, lo único que no podía hacer era ladrar, se acostaba debajo de la cama del mismo lado donde dormía mi mujer, dueña de aquella perra, no ladraba como lo hacía Sasha, pero esa gallina pasó a ser la mascota querida de aquella casa y no quería que con esos pollos me fuese a pasar lo mismo. Claro, éstos eran más activos, locos diría yo, maquiavélicos.

Quise comérmelos de uno en uno y mis hijas, las tres mulatas que le engendré a María, me dijeron: “Vea, papá, no nos comeremos esos pollos ni si muriéramos de hambre, hasta les hemos puesto nombres y viven con nosotros desde que hacían pio, pio, pio. Se los comerá usted solo”. Esos pollos que llamamos Juancho, Pío quinto y las gallinas sio sio linda, no, no las comeremos aunque morimos de hambre como decía aquel escritor que le llaman Gabo. Cuando me di cuenta que mis hijas le colocaban nombres a aquellos pollos, empecé a sentir su carne de mal sabor, porque el pollo que come mucho desperdicio su carne sabe a comida sobrante... ¡Qué vaina! ¿Ahora qué hago con los benditos pollos? Bueno, seguí preparándolos uno que otro en coco, a veces cuando venía de parranda hacia a escondidas de mis hijas un rico sancocho, tenía que sacrificarlos escondido, de todas maneras ellas se daban cuenta porque al llegar del colegio llamaban a sus pollos, pero lo que ellas no entendían que en esos días no había más nada que poner en la mesa , algunos los vendí para comprarles el pollo congelado en la tienda del cachaco de la esquina, porque ese pollo era el único que comían, cómo es la vida...

Un día me marché para Bogotá a una de mis exposiciones de arte y de 20 pollos que tenía solo tres en ese enorme patio quedaron, no sin antes pasarlos a un segundo patio que tenía en la misma casa separado por una gran malla gris. Estando en Bogotá llamaba a mi mujer para preguntar por las niñas, pero ella, en vez de hablarme de las niñas, me hablaba de los bellacos pollos. Decía que de los tres pollos uno era una gallina, que talvez había sobrevivido Sio-Sio linda, Juancho y Pío quinto, que los gallos montaban a sio sio linda y que, después de montarla, cacareaba y se adentraba en el follaje del patio poniendo huevos, y que se estarían perdiendo porque no había forma de pasar la malla. Bueno, mija, le respondí a mi mujer, talvez pondrá muchísimos huevos en el nidal para que, cuando yo regrese de Bogotá, me encuentre polluelos. Pasó el tiempo y, cuando regresé, los tres pollos ya eran unos gallos y una gallina. Me puse feliz y ya no quería comérmelos porque no molestarían más, ya que le separaba una gran malla gris.

Un día llegó mi hermano Juancho -de casualidad tenía el mismo nombre que uno de los gallos- y le dije que saltara la malla gris para buscar los supuestos huevos de la gallina. Él me contestó:¡Bueno, Baldot! ¿te estás volviendo loco? ¿Qué huevo puede haber si son tres gallos los que veo yo en ese patio? ¿Cómo así? Mi mujer me aseguró que uno de esos pollos cacaraquea y se deja montar de los gallos esos que tú ves que son más grandes… ¡Por lo mismo, pendejo!, se expresó mi hermano. No ves tú que ese otro que tu mujer creyó que era gallina, como es el más chico lo han convertido en gallina para montarlo y él se lo ha tomado en serio por ser el más débil, porque si se resiste lo matan los dos más grandes. Expresé impresionado: ¡Hijos de puta, gallos degenerados! Vamos a hacer un sancocho de bienvenida con esos depravados gallos, y mi hermano, que les tenía ganas, de inmediato le hizo un hueco a la malla y arrojó maíz del lado del patio de mi casa. Los gallos, que se sentían los jefes, uno a uno fueron entrado a picotear los granos de maíz y mi hermano enseguida los atrapaba y el ordinario les torcía el pescuezo. Los dos gallos se retorcían del tremendo pescuezón y el gallo maricón a una distancia prudente al ver semejante barbarie de inmediato salió cacareando y desapareció en el follaje como solía hacerlo después de que lo montaban. Mi hermano quiso treparse para buscarlo pero lo detuve y le dije que por marica ese gallo merecía salvarse.

El gallo maricón, en los días siguientes, se convirtió en todo un gran gallón, se creció un poco más sacudiéndose la maricada y olvidándose la vida de maricón. Talvez le daría gracias a Juancho de haberle torcido el pescuezo a sus violadores, se escuchaba por las mañanas su canto y despertaba a los vecinos que trabajaban temprano. Era su reloj, lo apreciaban tanto que le llevaban suculentas comidas, convirtiéndose así en el tremendo gallo despertador. Años más tarde, una noche sin luna, de esas noches oscuras, alguien entró al patio y se lo llevó, no sé cómo lo vieron, cuentan los vecinos que dormía alejado, desconfiado desde aquel día que vio los torcidos cuellos de sus compañeros. Dormía echado en la otra esquina, en el patio encerrado de la malla gris.

Éste es el cuento del gallo marica que por ser marica se salvó…

 

Baldot

Sobre el autor

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Fintas literarias

Uvaldo Torres Rodríguez. “Baldot”. Artista que expresa su vida, su historia, sus sueños a través del lienzo, plasmando su raza, lo tribal, lo ancestral, y deformando la forma en la búsqueda de un nuevo concepto. Redacta su vida a través de la pintura, sus fintas literarias las escribe con guantes de boxeo. Con amor al arte y a la literatura desde niño.

1 Comentarios


Karynar ritz 02-12-2021 11:32 PM

Fascinada con este relato me.encanto de principio a fin .

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