Opinión
Para Roko, que no sabe leer. O sí
Fue la noche del 31 de diciembre del 2016. Pienso –intento hacerlo– en ésta, en esa noche, en ese momento, mientras comienzo a escribir y no lo logro del todo. Recuerdo –trato– y todo es confuso, oscuro, como con un tono brumoso y gris. Gris como la imagen que miro ahora; gris como los ojos, mi ojo, el que se alcanza a ver en esa imagen. O negro, quizá. Sí, fue un momento negro. Y triste. Una noche triste, así, sin más matices distinto a eso.
Él, Roko, mi perro, debió oler de alguna manera todo esto. Debió percibir la presencia vacía de ese estrecho cubículo mental y emocional donde me encontraba; ese laberinto donde caminaba estático sin posibilidades de ver ninguna clase de luz y salida. Debió verlo, debió leerlo, como el más ágil y perspicaz de los lectores.
Debió hacerlo, digo, pues repentinamente, y sin duda alguna, con un movimiento rápido y decidido, hizo algo hasta ese día inédito en él: se encaramó casi encima de mi cabeza, rozando y haciendo sonar con las uñas de sus patas la madera falsa de la cabecera de la cama donde yo estaba vencido hacía un tiempo largo, días de días, y sin mayor inconveniente acomodó su cabeza en alguna parte de mi cuello y parte de mi hombro. Fue, aquella, una compenetración natural e inmediata: un encaje perfecto.
Supongo olió y se conmovió con ese panorama de aire desolado. Supongo lo notó en mi mirada, o en los latidos acelerados e incontenibles y arrítmicos de mi corazón, y supongo también decidió acompañarme. Eso, nada más que eso: acompañarme en mi oscuridad. Dudé en desacomodarlo y, por lo tanto, alterar la escena, pero al final lo hice: fotografié el instante. Afortunadamente, ésta –la escena amorosa– se postergó un rato más. No sé cuánto más: lo suficiente para que quedara grabada en mi mente y en mi alma para toda la vida.
Cuando la miro ahora, la foto, y siempre que lo he hecho, algo de luz se enciende. La mirada, su ojo, el que se alcanza a ver, me ilumina y me devuelve a esa noche, entonces algo se aclara en mi memoria y vuelvo a sentir su respiración, vuelvo a escuchar sus uñas en la cabecera de la cama, vuelvo a sorprenderme con su movimiento, vuelvo a ver nítidamente su gesto. Sólo eso. Todo eso: esa inmensidad.
También ahora, que he querido ponerle unas pocas palabras a esa imagen, hago un juego de interpretación y me atribuyo el atrevimiento inofensivo de nombrar lo que él quiso decirme con su abrazo, y sale esto: “Tranquilo. Contigo”. Gracias, animal bello y adorado. Te querré siempre.
Giancarlo Calderón
Sobre el autor
Giancarlo Calderón Morón
Perro en misa
Comunicador Social de la Pontificia Universidad Javeriana, de Bogotá (2003). Ha sido colaborador en temas relacionados con cultura y entretenimiento: pintura, música, cine y televisión, entre otros, del periódico El Espectador (2012-2021). Director de trabajos audiovisuales de corte institucional (Convenio Secretaría de Salud de Bogotá - Fondo de Población de las Naciones Unidas -UNFPA- 2007-2011). Guionista y director de la serie documental “II Laboratorio de Paz” (Acción Social - Unión Europea 2008). Realizador y asistente de dirección del programa del Ministerio de Cultura “La Cultura Viva” (Virtual T.V. - Señal Colombia 2005-2006).
0 Comentarios
Le puede interesar
El eco de la nostalgia
Mientras la tarde reinaba, el sol iba escabulléndose por entre los matorrales, la sonrisa tierna de la brisa retozaba sin parar co...
Una guerra solapada
“La paz no es la antítesis de la guerra. La paz lo abarca todo”. El ejemplo de algunos líderes mundiales como Nelson Mandela...
Territorio, identidad y cultura
Llevo varias semanas escribiendo sobre territorio, cultura e identidad, y, para ir cerrando el tema, creo necesario definir un poco...
En la Tierra de La Piragua
Esta semana estuve en la tierra de La Piragua, esa población llena de encanto a orillas de la Ciénaga Grande de La Zapatosa, en e...
El oficio de seducir
El principal instrumento de desarrollo económico que tiene Valledupar no es la ganadería, ni la agricultura, ni la construcción, ni ...