Opinión

Qué buen mojón para exhibir

Baldot

07/09/2021 - 04:45

 

Qué buen mojón para exhibir
Obra del artista Uvaldo Torres (Baldot)

 

Bien, al menos se mueve, no hay trancón, es aburrido, pero bueno, qué más puedo hacer. Anoche, al subirme al autobús, pensé que me moriría sentado en ese maldito transporte. Sabes que estar en una sola posición, la espalda las benditas piernas largas, ¡qué incomodidad!

Lo único bueno, es que llevo una flaca mujer joven a mi lado, de ojos preciosos, negros como la noche, de pestañas tan largas que me tropiezan al mirarme. Claro, lo único malo es que su pecho es tan plano y huesudo como el mío, y su conversación por teléfono con su novio aburrida. Cuando terminan de hablar, discuten quien debería colgar primero, ¡qué hartera! Y recuerdo que, cuando era novio, entonces con tu madre hacíamos lo mismo, éramos mejores amigos. Cuando recién se comienza un romance, es la misma mierda, amor por allá, te quiero por acá... Y me hace falta hasta tu olor a mierda, pero te quiero. En fin, cuando lleguen a viejo espero que sigan con lo mismo.

Y me he parado a mear como 5 veces, ya desayuné un caldo de costilla, llené mi buche vacío por el hambre que traía. De repente, vi pasar unos caminantes, talvez venezolanos, cinco hombres, una o dos mujeres jóvenes con sus mochilas llenas de trapos apilados, porque se veían infladas, como que habían metido a la fuerza lo poco que alcanzaron a ganar, esos caminantes se les veía sus rostros desgarrados, se les veía el moho del asfalto en sus mejillas quemadas y curtidas por la brisa, el sol, sus vestidos aún mojados por la tenue lluvia que los acompañaba, tal vez mandada por el mismo Dios, y tal vez esa tenue lluvia a ellos los acompaña para refrescarlos, sus miradas pérdidas en el horizonte. De repente, quise gritarles:

––¡Hey, amigos! ¿Qué se toman? ¿qué comen? ––pero mi lado ávaro y cobarde no me dejó hablar, tuve la intención por segundos, ellos pasaron tan rápido, las mujeres que iban con ellos tenían el descaro de ir sonrientes, hablaban, no sé… 

Al montarme de nuevo al autobús para seguir con mi destino, mi teléfono sonó, era una llamada de un gran amigo de la ciudad. Hablamos, le conté de los caminantes fantasmas, de mi país hermano, y él me dijo:

 ––Olé, hermano. Sí sabe usted que yo muchas veces en mi carro los he recibido en el camino y los he traído hasta mi destino. El olor de sus cuerpos queda impregnado en mi carro, pero no me importa. Tal vez me dirán que estoy loco por darles un aventón, pero con mi carro que tiene tanto espacio, no puedo seguir sin darles un aventón.

Mientras hablo, recuerdo que talvez la vida me cambió cuando viví en Bogotá. Allá, cuando más pelao´, estaba sin plata y vivía en un apartamento del centro, esa ciudad tan fría como los que habitan en ella, que llamamos cachacos nosotros los costeños. Solía ser amigo de muchos indigentes en especial los de mi raza costeña que pocos deambulaban en ese entonces; les tenía tanto cariño -o lástima, como decimos cuando ayudamos a un ser humano-, llevaba a mi apartamento a bañar a cuánto loco costeño que conocía.  

––¡Es que, compadre, costeño mamá burra que se respete es más meloso en la fría capital con su paisano que su propio pueblo costeño! ––bueno, de mi parte es así.

Como te seguía contando, regalé mis cepillos de dientes muchas veces, me tocaba cambiarlos cada rato, y mis toallas regalar, mis chaquetas, mis zapatos, hasta mis calzoncillos, les di a estos costeños que, por una u otra razón, quedaban en la miseria o más aún en la drogadicción. Los subía a mi apartamento, se bañaban… ¡Ombe! A veces hasta los ayudaba a quitarse la mugre de la espalda, recuerdo gastarme un pote de champú en una sola lavada por el pelo pegado que tenían. Al final, pa´ economisa´ el champú, ¡nojoda!

Llegué a comprar una maquina afeitadora y los dejaba raspados, sin pelo. Se les veía las heridas que se habían hecho al vivir en las calles y dormir como perros callejeros en los suaves pisos de concreto. Sí, suaves, porque ni siquiera en mi colchón -que era de espuma más suave- se podía dormir más relajado y profundo que en un pedazo de cartón. Esos mismos que duermen en las calles, esos que veo y me dan ganas de vivir como ellos, ¡Echee! nunca se enferman, comen toda mierda habida y por haber, en los basureros que nunca me explico cómo mastican y tragan toda esa comida que desechamos los normales, como suele decirse, no les pasa nada, bueno, eso creo yo.

Vaya usted a saber si les da dolor en sus tripas, si las tienen, claro, y qué decir de sus heces, defecan kilos de mierda, mientras que yo, para ir al baño, demoro una eternidad para salir con un par de mojoncitos que me dan es rabia. Recuerdo los mojones que he visto por las calles de la avenida séptima y la décima de la Caracas del pleno centro de la capital -o nevera, como la llaman los costeños-, y, ahora que soy artista, me provoca recogerlas cuando ya están medio secas y que dan ese color café único de la mierda, o cuando el sol le pega por más de 4 días.

Las exhibiré en el mejor salón de esta sociedad hipócrita dónde me encuentro, y ahora les diría que, con tanto oro, nunca cagaremos como ellos. “Los fantasmas que deambulaban sin ser vistos”. Bueno, y seguía hablando con mi amigo, la llamada se entrecortaba por los cerros y le dije antes de despedirlo: “vea, mi hermano, cuando yo hacía esos favores de prestar mi casa para que se dieran un baño a aquellos caminantes, los porteros del edificio donde vivía, murmuraban y juraría que podían comer hasta moco, y decían que yo, ese boxeador, el que quería ser “future champion”, era marica”.

––¡Eche´, ese costeño que vive en el piso tal de allá arriba! Nojoda, como que es medio cacorro, porque sube mujeres lindas y bellas también, y a manes que huelen a maluco de vestiduras andrajosas. Sube con ellos y bajan orondos sorongos con buenas ropas, buen calzado, las cabezas peladas y con olores de perfumes finos…

Y así pasaba, mi llave. Así era aquel boxeador que se llegó a pensar que sería grande.

 

Baldot

Sobre el autor

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Fintas literarias

Uvaldo Torres Rodríguez. “Baldot”. Artista que expresa su vida, su historia, sus sueños a través del lienzo, plasmando su raza, lo tribal, lo ancestral, y deformando la forma en la búsqueda de un nuevo concepto. Redacta su vida a través de la pintura, sus fintas literarias las escribe con guantes de boxeo. Con amor al arte y a la literatura desde niño.

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