Opinión

Derecho a la siesta

Eduardo Posada Carbó

13/11/2012 - 12:20

 

Crecí en un ambiente donde hacer la siesta era de rigor. Con sus rituales, incluida la piyama. Y al mediodía, la hora histórica de la siesta. Conservé la sana costumbre hasta bien entrados mis años de estudiante en Inglaterra. La perdí por algún tiempo, influenciado tal vez por el ritmo febril de la vida moderna en un país tan alejado del trópico, frente a reproches puritanos que buscan motivar vergüenza. No más.

El arte de la siesta es un pequeño libro del filósofo francés Thierry Paquot, quien nos invita a reivindicar la costumbre para liberarnos, la siesta como "el antídoto contra los asaltos destructivos de la modernidad".

Paquot nos dice que la palabra se introdujo al francés del español en 1681. Pero en su narrativa, deja de estar exclusivamente asociada con un comportamiento hispánico para adquirir dimensiones universales.

León Tolstói y André Gide gozaban sus siestas. Otros novelistas, poetas y artistas han hecho en sus obras el elogio de la siesta, ese "momento preciso para la meditación, la reflexión, los sueños". Paquot encuentra en las pinturas de Seurat argumentos para defender el "derecho a la siesta". Me parecen aún más expresivos los magníficos cuadros que el estadounidense John Singer Sargent dedicó a ella, hombres y mujeres retratados en reposo encantador.

En China, dicho derecho está garantizado por la Constitución de 1949. Paquot lamenta que los franceses estén a la zaga de tal conquista social, aunque diseñaron el méridienne, un mueble especial para la siesta.

Paquot va más allá de su reivindicación. Se queja de los arquitectos, quienes siguen diseñando viviendas sin imaginar espacios para la siesta. ¿Por qué no conciben fábricas y oficinas con "siesterías", al lado de sus cafeterías? Regularizarla así, sin embargo, sería negar su misma naturaleza.

En contraste con las atenciones literarias y artísticas a la siesta, las ciencias sociales parecen despreciarla. La queja de Paquot aquí se amplifica: ni los antropólogos ni los sociólogos se interesan en el tema, a pesar de que forma parte del modo de vivir de las comunidades que estudian. Tampoco hay "una geografía de la siesta". Ni hablar de los economistas.

A primera vista, el asunto parece bastante trivial. Paquot considera que debería ser tratada con mayor respeto por el mundo académico. Una pregunta para sociólogos: "¿Qué lugar ocupa la siesta en la vida humana, no solo para el individuo, sino en el profundo tejido de las relaciones sociales y arreglos colectivos?". Y para los economistas: "¿Es el tiempo de siesta costoso, o no serviría más bien para elevar los niveles de productividad trabajadora?".

Los interrogantes de Paquot son recibidos con risas burlonas o el silencio de sus interlocutores académicos. A diferencia de la siesta, el insomnio atrae cada vez más atención científica. Pero mientras que el insomnio agrava la vida, la siesta la prolonga.
Plantear el interrogante de la siesta, dice Paquot, es "cuestionar, a su turno, el tiempo que pasamos trabajando".

La urbanización creciente, sobre todo, le ha dado golpes mortales a la siesta. Prisionera de la metrópoli y del reloj, anda en búsqueda de nuevos espacios.

La hora tradicional de tal costumbre ha sido históricamente temida, vinculada a los "demonios del mediodía", tiempo de sacrificios para los aztecas, hora prohibida para rezarle al profeta. Habría que liberar a la siesta de su hora. En la propuesta subversiva de Paquot, tendría que adaptarse a las distintas temporalidades del mundo contemporáneo, en horas electivas.

Basta reclinar la silla y buscar el acomodo caprichoso del momento: "no dejes para mañana la siesta que puedes hacer hoy".

 

Eduardo Posada Carbó


Acerca de esta publicación: Esta artículo de opinión del escritor y profesor Eduardo Posada Carbó fue publicado con anterioridad en el periódico nacional El Tiempo.

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