Opinión
Un costeño en Bogotá (segunda parte)
Mi día inició como planeé, a las 5:30 am con el estómago vacío y sin haber comido nada desde la tarde del día anterior. Luego de vestirme y pasear a mi perro, estaba preparado para mi nueva travesía, y el día, como toda historia épica, daba señalas de ser una odisea. El frío era brutal y la ruta me había dejado dos veces porque no lograba ubicarme en el paradero correcto, resulta que alguien se tomó literal lo de bienes públicos y se llevó la señalización.
Al fin dentro de la universidad, y luego de una hora de recorrido para llegar, me encontré con que la clase de la mañana fue infernal, solo podía pensar en dos cosas: comer y esconderme para que mis compañeros no se percatarán de que no tenía para mi almuerzo. A eso de las 11:00 am ya estábamos libres por lo que aproveché la oportunidad para ocultarme en una zona alejada. La universidad se dividía en dos grandes grupos de salones, los de posgrados generalmente dábamos clases en los edificios H e I y pregrado en los edificios de la A hasta la G. El plan consistió en fingir una llamada y previamente ir anunciando que tenía una reunión de trabajo para que mi ausencia no tomará a nadie por sorpresa.
Hasta ese punto, 12:50 pm, me arrepentía de no haberle contado mi situación a dos amigos del grupo: el quillero y el pastuso. Al primero, quizás por la cercanía propia de ser costeños, le tenía confianza, y con el pastuso se creó una especie de hermandad. No obstante, la vergüenza de contarlo era más grande que el hambre. Era más de la 1:00 pm, estuve casi dos horas moviéndome por toda la universidad y solo tenía que seguir evitando las llamadas de mis compañeros y aparecer a eso de las 2:00pm.
No sé si es cierto que “Dios aprieta, pero no ahorca”, sin embargo, una conocida, amiga de mi roomie, apareció donando a la causa. De inmediato exigí a mi compañero de vivienda, quien tampoco había comido, la mitad del dinero, y una vez en mi cuenta, y siendo la 1:15 pm (entraba a las 2:00 pm), colgué y corrí hasta el otro bloque en donde estaba el cajero, mis amigos y los restaurantes. Crucé agitado la carretera, subí con la respiración entrecortada las escaleras, revisé el código de Nequi, llegué al cajero y justo cuando estaba a punto de iniciar la transacción pasó lo que pasa cuando mezclas a Nequi con una necesidad urgente…
Diego Torres
Sobre el autor
Diego Torres
El cronista de Loperena
Diego Torres, abogado, activista político y líder joven nacido en la musical tierra de Valledupar. Escritor y poeta, amante del estudio del folclor vallenato. En "El cronista de Loperena" pretendo hacer reflexiones acerca de la cultura vallenata, algo de política, anotaciones con tinte poético y narrativas que nos hunden en el acontecer caribeño.
0 Comentarios
Le puede interesar
Los procesos de paz: decisiones históricas de los pueblos
Los procesos de paz son decisiones históricas de los pueblos y no de los gobiernos de turno, son una apuesta desde la misma necesida...
Diez años después de la despenalización del aborto en Colombia
Cuando se habla de despenalización del aborto en nuestro país, hay que hacer mención a la abogada colombiana Mónica Roa, acti...
Editorial: Bellas Artes en el olvido
El pasado miércoles 17 de junio, docentes y estudiantes de Bellas Artes en Valledupar salieron a la calle para manifestar un descont...
El ultimo juglar afrodescendiente: Naferito
Luego de este breve receso obligado, por navidad y año nuevo, y no sin antes desearles a mis lectores un 2021 lleno de salud y pro...
¿El Valle de Upar Vs La Sabana?
El pasado nueve de Julio, Jacobo Solano Cerchiaro volvió a compartir en su cuenta de twitter una vieja columna suya, publicada en el...