Opinión

Un Kajuma: tres momentos

Yarime Lobo Baute

11/07/2023 - 00:08

 

Un Kajuma: tres momentos
El pintor Kajuma junto a Yarime Lobo / Foto: archivo personal de la artista Yarime Lobo

 

Corría el año 1997 y me hallaba en una esquina del Centro Histórico del Valle del Cacique Upar, motivada por las voces que pintaban oportunidades de retorno que en su momento me contagiara mi padre terrenal para hacerme venir de la capital al terruño ancestral mejor conocido como Valledupar.

Mi madre terrenal me ofrecía un renacer desde su casa materna ubicada en una esquina de la carrera 4 con calle 15 a una cuadra de la plaza Alfonso López. Desde mis formas y maneras, literalmente lo tomé como un llamado a florecer desde el árbol originario.

Me afianzaba desde lo que mi alma creía afirmando como raíz y anhelo desde allí ensanchar las alas, entonces entre latas, chatarras y carpintería metálica como hito y simbolismos de alas de metal emerge una flor esquinera, la cual se erigía cual preludio y presagio de un ejercicito de voces invisibles, en este caso la voz que se transforma en mujer, esa obra fue instalada un domingo como hoy y se llamó y llama en el mundo externo e interno: La Era del Florecimiento.

Primer momento

Atraído por esa flor, o porque las casualidades causales juegan con todos así, a la esquina una tarde de Macondo a esa puerta esquinera tocó él, Carlos Julio, aunque me hallaba inmersa en una obra en proceso, suspendí y la puerta abrí, ¡oh sorpresa! Porque literalmente así lo fue, nuestros ojos se toparon y reconocieron semejantes en aquellos orígenes de mi parte paternos y de la suya maternos en esos misterios y magia propia de los adentros de la Serranía del Perijá, pero este paisano de terruños ancestrales tenía algo especial y afín: la irreverencia y la osadía.

La visita no fue nunca acordada, tampoco esperada, pero en el mundo de la osadía y la irreverencia eso no se encuentra en el menú de protocolos, los protocolos en los mundos del realismo mágico tienen otro manual que se está escribiendo día a día con la pluma de la Dama Luque. 

Lo hice pasar con una sonrisa radiante cual, si mi alma supiese que esa visita iba a hacerse presente, e iniciamos una conversación que generó en el compartir más y más material de conversación, el fondo musical eran las canciones de Mercedes Sosa, la cual hacia coro con la danza rítmica de las uvas que procesan y añejan para devolvérnosla en líquidos que se hacen eternos si se conversa contemplando la Espiritualidad en las Artes.

Era un domingo, así como hoy, día que recuerda el cumpleaños de la Negra Sosa, aquella que deleitó con su canto nuestro primer momento. Kajuma conversaba y me observaba en mis trazos, la geometría y lógicas propias del que se forma en arquitectura e irrumpe en el proceso pidiéndome participar en la obra, me pareció genial la propuesta y al son de vinos y pinceles juntamos pareceres.

Hicimos de esa tarde una tarde de tintos, tintos que emergen de esas tardes de verano para juntar en un coctel la “NO Escuela” que derriba esos muros coercitivos y limitados de saberes más por la ausencia que por la presencia de buenos conocimientos.

Nuestros temas fueron el poder que yace en lo masculino y femenino, la naturaleza, su diseño geométrico sagrado y su estrecha relación con la voz que se hace llamar arte mezclándola con las “Nociones” de la Escuela que te enseña a levantar los muros con cemento, pero con un alma que persigue la simiente de las letras que dan la estructura a punta de trazos y pincelazos para dejar huellas.

Música, vino, risas y trazos hicieron de la tarde magia y vida, a lo que Kajuma en un arranque propio de esos de él, arrancó del periódico dominical de ese día un pedazo que contenía algo especial, decía “Vida”, lo sustrae y siluetea en forma de circulo con sus manos para luego pegar cual brillo a una de las frutas de la obra en proceso.

Irrumpe en las lógicas de la forma literal y le impregna las venas de ese mundo sideral que se aprecia agudizando los sentidos al “sentipensar” a la Madre Naturaleza con sus puntos, líneas y planos.  La obra la culminamos caída la tarde y llegando la noche, la bautizamos “Vida: fusión frutal”. Sellamos el encuentro cantando a coro: gracias a la vida que nos ha dado tanto.

De la misma forma como llegó, también se fue, prometiendo después volver un día sin hora y fecha.

Segundo momento

Era el día, ese que, sin fecha y hora, vuelve a aparecer Carlos Julio, los ojos le brillaban más que la primera vez, quizás porque esta vez el centro de nuestras conversaciones fue la Flor y la Mujer, en especial una cuyo nombre significa territorio y gobierno, era alguien conocido y especial, la que habitaba y hacia parte en el gobierno y motivaciones de su corazón, la madre de su hija, grandiosa alma de niña con rostro de mujer, mejor conocida como Lida.

Kajuma me decía que ella no comprendía el por qué y para qué el uso desmedido de materiales de pintura que había usado para hacer una obra que, entre otras cosas, no se reconocía así mismo en los motivos y razones de él por qué y para qué la hizo así, pues no era su habitual estilo, pero lo justificó agregando que su inspiración había sido la flor, ella le inspiraba vida y paz, eso era lo que había sentido. 

No me era comprensible nada de lo que decía hasta que me muestra la obra, un lienzo alargado con unos treinta centímetros de ancho y un poco menos de un metro de largo.

En efecto, los relieves que se formaban en el lienzo eran generados por los excesos de acrílicos, había que alejarse para verla en perspectiva y comprender los decires de su alma en ese momento. Al detenerme y observarla, lo vi todo más claro. Era la silueta de aquella flor de metal de la esquina, de su centro emergían palomas blancas. 

Lo traía como presente y sello simbólico de ese encuentro de domingo, al respaldo de la obra una nota de recuerdo con su puño y letra, que llegado su momento y cuando pueda retornar con mis alas a esa tierra de raíces, habré de compartir de manera personal con Lida y su hija.

Tercer momento

Los días se hacen meses y los meses años, los años suman décadas, un poco más de dos, aquella Flor Esquinera de Metal ya no está en el mismo lugar, fue arrancada una noche oscura por alguien que queriendo sentir esa vida y paz se la llevó con él a los Valles de la Macarena.

Una tarde de domingo, un amigo común propicia de manera casual, pero causal, un tercer momento de encuentro. Boris Serrano me llama un día dominical, de esos que forman parte de los antes de Pandemia, a decirme que hay un amigo en común con el que muy seguramente me gustaría compartir.

Acudo a la invitación y lo veo, era Carlos Julio con un dejo akajumado, al sentarnos a compartir percibo que aquel brillo radiante de sus ojos está tenue, con la conversación concluyo que la Flor le fue arrancada. Lida ya no está de la manera como lo estuvo en aquel segundo momento de nuestros encuentros.

Su obra sigue siendo única, con esa paleta propia de la Serranía del Perijá y la Sierra Nevada, con esos matices y geometría sagrada de la Madre Tierra que forma la gran Zazare de agua dulce que él sabe muy bien desentrañar pincelada a pincelada.

Sus trazos cada vez más surrealistas están bañados de una fijación que se hace más cíclica, cual manecillas del reloj que gira y gira sabiendo que las horas de los tiempos en esta tierra tienen una fecha que marcan las entradas y las salidas, la vida y la muerte: Kajuma ahora se concentra en mamarle gallo a la vida para ver si encuentra esa paz que sobrepasa todo entendimiento.

Esa Paz que auguro ahora con el interruptor de la vida marcando Off en el cuerpo donde moró su Alma.

Que se desplieguen esas alas de su esencia osada e irreverente y le siga arrancando pedazos de vida a esos periódicos que contabilizan los tiempos, a esas manecillas que marcan las horas.

Que sigan sus trazos dejando ver el poder telúrico de esos puntos, de esas líneas y esos planos que se hicieron lienzos que algunos dejan ver en sus salas y oficinas, obras que ahora son tesoros y con la partida del artista son profundas huellas.

Un hombre gustoso de los sellos y símbolos, esos que ahora dan fe del paso de esa alma a la que su madre Terrenal tuvo a bien llamar Carlos Julio y el muriendo a las lógicas y razones de nacer en el campo, muere, renace, florece más allá de este mundo de las sinrazones, se volvió a parir, esculpiéndose quizás en los propósitos eternos que rompen todo pronóstico y se bautizó Kajuma.

Buen viaje Carlos Julio, a Lida y su amada hija mi más sentido abrazo solidario, convencida por fe que esta historia no termina aquí y como comenzó nuestro encuentro te canto ahora aquella canción de la negra grande Mercedes Sosa hoy día de su cumpleaños para decirte con mi voz hecha letras: Gracias a la vida que dio y nos ha dado tanto, Kajuma.

 

Yarime Lobo

Sobre el autor

Yarime Lobo Baute

Yarime Lobo Baute

Obras son amores

Soy la que soy: Mujer, Artista desde mi esencia, Arquitecta de profesión, Fotógrafa aficionada, Escritora desde el corazón y Emprendedora por convicción. Una convencida de que la OBRA está más allá de los cementos, son cimientos que se estructuran desde el SER, se traducen en el HACER y traen como consecuencia un mejor TENER.

Las OBRAS son esos AMORES intangibles y tangibles que están por encima de las mil y una razones.

@YarimeLobo

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