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Un piano Blüthner: vertical rito salonero del carnaval vallenato

Álvaro Calderón Calderón

17/02/2022 - 07:50

 

Un piano Blüthner: vertical rito salonero del carnaval vallenato

 

“¿Por qué no he de llorar?“ Es el título segundo por donde transitaba Fernando Valadez el menú, una disposición-índice en parrilla clasificatoria de los temas acopiados selectivamente para distraerme en esta noche de silencio mundano, neblina vespertina en la ibarreñidad conventual de siempre.

Encuentro en la pantalla una bella imagen sepiada, videoicónica, exquisita y sensitiva recientemente envejecida por efectos de edición que evoca alejados recuerdos y puede llevarme a uno en particular ya ajado por los años… la vida del piano de mi casa: “Piano” quizás hoy resida en Chía, población vecina a la de Bogotá que vio tocar y también desaparecer al gran pianista patillalero Armando Manrique Daza, invitado a la Colombia All Stars reunida por Jimmy Salcedo y Joe Madrid.

Fue el sonido del piano que, sumado al hermoso género de música de esta romántica composición, diamante melódico de Valadez, creado en los días de duelo por su madre y que hace pensar estaba destinada a un amor perdido, me dio la suficiente motivación para devolver la cinta del recuerdo hasta el día cuando tocaron la puerta.

Abrí y por el zaguán de la casa avanzó acompañado de Marcos y Chelo, Fernando Valadez, el bolerista mexicano de gira artística por pueblos del viejo Magdalena. Él mismo quería verificar y dar su aprobación a la capacidad de ”Piano” y ahora, sentado al frente del sonoro mueble, le levanta la tapa a su teclado y seguido del arpegio provocado por aquellos dedos de extrema delgadez, improvisa ”El Diccionario”, ésta y otras de su repertorio las brindaría al público cinco horas después en el teatro-cine Caribe.

Esa noche –comentado por el pintor Jaime Molina a quienes en la esquina de los Zequeira estaban quemando tiempo junto a él para entrar a la función del ”Caribe”– oí que al flaco artista de Sinaloa lo dejó con secuelas de movilidad en sus piernas un tetero preparado por confusión con polvo matahormigas cuando todavía era pequeño.

”Piano” recorrió la cuadra desde la casa saludando a vecinos que quizás nunca lo habían visto. La novelería de su traslado al Caribe movió de sus penumbrosas celdas a los presos de ”El Mamón”, sacados por Arístides, en la gran reja frontal lamentaban la imposibilidad de estar en aquella función histórica que entregó el pianista y cantautor manito a la audiencia vallenata.

El periplo generoso y sonoro comenzó para ”Piano” en Alemania, era 1889 año de su fabricación según se lee en la talla de relieve grabada como medallas alusivas, una a la casa matriz y la otra al sello de la casa-imperial, esto lo descifró Chelo cuando orgulloso mostraba tal joya instrumental cargada de historia.

Debió llegar al entarimado del Salón Central la tarde del 16 de Diciembre de 1952, con las patas cansadas, el arpa sudada y el teclado mareado por el fatigante viaje en compañía incómoda de cien bultos arrumados en el camión cebollero, al cual fue subido por seis braseros en el patio de la salida emergente, oculta y a la vez temporal estación de orquídeas y rosas desde donde partió el día anterior cuando abandonó la Catedral de La Sagrada Familia en Bucaramanga.

”Piano” fue adquirido en compra intermediada por un miembro de la curia vallenata. Aquí algo no está claro: ¿cómo se desprendió de semejante hermosura aquella casa de Dios, sin sufrir la censura de la feligresía bumanguesa?

Aventuro la hipótesis que una decisión de los curas búcaros complaciendo deseos de renovar la instrumentalidad musical en su iglesia, consideraran a” Piano” jubilable a sus cincuenta y cinco años y necesitado de una licencia temporal con la venia sacerdotal para venir a los carnavales vallenatos, lo que nunca imaginaron fue el papel que por las dos décadas desempeñaría llenando los oídos de bailadores saloneros en el ”Central” con sus solos en los dulces danzones de la época, con sus brillos en romances de las pausas a bellos boleros, arrebatando en florituras a las lindas guarachas.

Haría de marcante rítmico orquestal para cubrir la orfandad que en este puesto afectaba a todas las agrupaciones musicales contratadas por Chelo para las fiestas carnestolendicas.

El quince de Enero de 1900 fue embalado y perfilado cual perfecto paralelepípedo de cristal. ¡Qué figura! Así fue vestido para subirlo al vapor “Argos”, anclado en  el puerto Bremen en la Alemania del emperador Maximiliano Jabugo.

Era un empaque lujoso de metro y cuarenta centímetros cúbicos, embalsamado además con los agradables aromas del pino, cual arca sagrada, ”Piano” así, con cariño entrecomillado por el afecto despertado a los años entre los carnavalearos del salón central, acaballado en olas del mar del Norte y las horas también en el Atlántico que besa a Barranquilla, llegó después de un mes para enrutarse  desde la pequeña Curramba al destino coral de la Catedral  bumanguesa.

Allí disfrutó como alma armónica de todas las celebraciones eucarísticas y sacramentales durante media centuria.

Julius Blüthner supervisó la construcción en 1898 allá en Leipzig para que ”Piano” adquiriera su apariencia elegante que lo haría miembro distinguido de la raza ”Blüthner-Vertical”, en madera marrón oscuro, con su arpa, cuerdas y martillos perpendiculares al piso y parado sobre hermosas patas labradas.

En su honorifica oficialidad como proveedor de pianos al emperador germano, a la reina Victoria, Julius Blüthner acostumbraba sellar con medallones testimoniales tallados en alto relieve a sus piezas mejor logradas, aquí justifico la charla introductoria que Chelo hacía al presentar en sociedad a,” Piano” cuando algún  visitante llegaba a casa.

Esperar el paso del tiempo entre una y otra temporada carnavalera durante sus primeros años en Valledupar lo aburrían, pues quedaba depositado en la Tarima del Central donde debía dormir llevando su pesada naturaleza sedentaria y tullida aun  sabiéndose un mueble mágico de gran reservorio musical emitible.

En esas trascurría 1964 y ahí fue amenazada su existencia con el incendio iniciado pero afortunadamente sofocado en acción riesgosa por el” Rey Pepito”, jefe de los botelleros del Central acompañado en su hazaña y arrojo por el enigmático” Polo”, querido viejo residente y celador de confianza en el extenso patio salonero convertido durante diez meses en parqueo para Baudilio Murgas.

Entra en estos avatares Evaristo Gutiérrez invitado por su amigo Chelo y tendría el honor de producir las primera notas en el arpa de” Piano”, por ahí, bajo la sombra del Tamarindo en el patio de Billo Murgas, quizás donde hoy esculturales mujeres pisan tierra antes de pasear sus figuras por Kankurua.

Impresionado gratamente, Evaristo exalta la calidad sonora de “Piano”, y cuando salía de la misa dominical en la iglesia de la Concepción se dirigía hasta nuestra casa para audicionar en un concierto donde  interpretaba las inéditas creaciones de su hijo Gustavo. Libando fino whisky tocaba y tocaba  hasta que la exigencia de fortalezas para dar el martilleo al arpa de” Piano” ya no  le asistía.

Al techar el Central con hojas de la palma de cera se alcahueteaba a la vez que” Piano” colara a  través de filtros oscilantes y venas de vegetación verde, la sonoridad alemana, pianística encantada  viajera con su sabrosura melódica por las rutas de la voluntad salonera celebrada en el Cerezo, el Centro y la Garita,  así prendida quedaba durante dos meses la alegría, haciendo las fiestas  que trascenderían en la historia carnavalera vallenata hasta el primer año de los 70´s.

 

Álvaro Calderón Calderón

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