Patrimonio
Las lavanderas de mi pueblo: recuerdos de Santa Marta
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No hace mucho tiempo, nuestro rÃo era lugar de tablas, jabón y ropa que lavar. El agua de las casas era para beber. Para lavar habÃa que ir al rÃo y esa función la desempeñaban admirables mujeres que frotando entre puños morados del frÃo, tablas y manduco, sacaban las manchas de sudor y polvo de nuestras ropas.
Hoy deseo recordar y hacerle un pequeño homenaje a las Lavanderas de mi pueblo, aquellas que antes de que la tecnologÃa llegara y que el acueducto existiera nos hicieron nuestra niñez tan feliz.
Recuerdo que las lavanderas más famosas eran las samarias que vivÃan en el barrio San Fernando, como Toña Pérez abuela de los Eguiz, asà como mi tÃa polÃtica Carmen Avendaño.Â
Ellas en compañÃa de sus hijas salÃan de casa en casa todos los fines de semana a recoger la ropa sucia de nuestras viviendas, que se les entregaba previo recuento, las envolvÃan en sábanas y armaban un lÃo de ropa que colocaban sobre sus cabezas. Para su traslado enroscaban, generalmente, un trapo o una toalla sobre la cabeza con el objeto de equilibrar la carga, encima la ropa de lavar envuelta previamente en una sábana generalmente blanca, en otras ocasiones se valÃan de carretillas de palo y años más tarde se empezaron a utilizar las poncheras de aluminio.
Los lunes las veÃamos pasar con sus lÃos de ropa en la cabeza -o en carretilla- camino a algún puerto de nuestro hermoso rÃo, que por aquella época no estaba sedimentado, era hondo y caudaloso, nunca inundó barrio alguno.Â
Las lavanderas llevaban debajo el brazo la tabla, que ponÃan sobre piedras ya dispuestas en nuestros puertos, portaban igualmente el popular manduco, con el que batÃan la ropa para despercudirla.Â
No faltaba el inmortal jabón Oro, quien en la tienda adquirÃan en forma de barra, pero que ellas convertÃan en bola para su mejor desempeño. Como no existÃan los cepillos de lavar, en su reemplazo tomaban una mazorca de maÃz y la desgranaban, el desperdicio de la tuza era quemada.
A la llegada al puerto las lavanderas solÃan contar con la ayuda de algún familiar, habitualmente alguna de sus hijas, para bajar la ropa junto a la piedra o al fogón para las debÃan ser hervidas. Cada lavandera tenÃa un puerto fijo y delimitado, ubicado debajo de un frondoso árbol o guadua, para que el sol no las maltratara.
Las tareas básicas del lavado consistÃan generalmente en hacer fogones a la orilla del rÃo donde montaban una lata para en ella hervir la ropa, luego la enjuagaban, enseguida la jabonaban, otra vez a enjuagar, y siempre restregar, valiéndose para ello del popular manduco y sin la ayuda de detergentes, ni lÃmpido, tan solo un poco de azulÃn, para acabar retorciéndola hasta quitarle toda el agua posible.
Los potreros aledaños tenÃan sus cercas de alambre pua, donde ellas tendÃan la ropa, y donde cada lavandera tenÃa su espacio. El sol secaba la ropa y la remataba de blanco ayudado tan solo por el azulÃn, todo era todo tan natural y sencillo.
Tras el estirado y su doblado, se colocaba volvÃan a empacar y a transportar tal y como habÃa llegado, para su posterior planchada en sus casas. Cuando todavÃa no habÃa luz se utilizaban planchas de carbón, algunas de estas piezas, sobre todo las domingueras para ir a misa eran almidonadas.Â
La ropa era recontada y entregada, cobraban por pieza y según la calidad de la misma, el valor era fijado por los demandantes del servicio o por acuerdo y sólo permitÃa obtener una retribución muy escasa, propia de la época
Las lavanderas desempeñaron una tarea ardua y rutinaria, mujeres legendarias que enriquecieron nuestra cultura. El rÃo era su punto de encuentro, de habladurÃas y cantos, de comunión pasada de ropa, agua y jabón, de mujeres lavando sudor y arena, de ropa limpia, de esperanza y vidas por vivir.
Ya quedan pocos lavaderos y lavanderas, y menos, orillas y rÃos donde lavar. Aún se observan algunas cuando pasamos por el puente. El acueducto y los adelantos tecnológicos las desplazaron, las lavadoras eléctricas liberaron a las lavanderas, pero los detergentes y el lÃmpido condenaron a nuestros rÃos.
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Fioralisa Castiblanco EguisÂ
1 Comentarios
Extraordinaria, investigación, en México, nos remonta a 1960, dónde podemos decir las últimas lavanderas, del rÃo. Cada una tenÃa su piedra rosa labrada, especial para lavar y con sus bateas (cuenco de madera) o bien algunas con cubetas galvanizadas. Cada una tenÃa su lugar apartado y el dÃa, para que otras vecinas pudieran lavar.
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