Patrimonio

La defensa de la cultura vernácula no es odio a otra cultura

Diógenes Armando Pino Ávila

08/08/2022 - 05:20

 

La defensa de la cultura vernácula no es odio a otra cultura
Monumento a la Tambora en Tamalameque / Foto: archivo PanoramaCultural.com.co

 

Hoy, mi hijo mayor me envió por WhatsApp un texto publicado en una revista digital, donde su autor hace una apasionada defensa de la música de acordeón, situándola como una especie de victima de parte de las personas que le gustan otros géneros musicales. Me parece bien que se defienda lo propio, que se defienda los valores culturales de cada territorio, pero de ahí a pensar que quien no esté de acuerdo con determinada corriente musical o que no le guste, o que no la escuche, es enemigo o que la odie, hay un trecho demasiado largo.

Mis hijos, mi familia y yo, muy a pesar de que no sabemos bailar Tambora, no tocamos ningún instrumento de esta música, y que, además, no la sabemos cantar, hemos tomado como tarea familiar y personal defenderla, documentarla, promocionarla y difundirla, en una labor callada, paciente y persistente, llevamos más de cuarenta años empeñados en no dejarla morir la Tambora, dispuestos a que no sea borrada de la memoria colectiva de nuestros coterráneos.

Lo anterior no quiere decir que odiemos la música de acordeón, no quiere decir que denostemos de ello, ni de los que la hacen, ejecutan y disfrutan, no señor, en ningún momento. ¿Saben una cosa? Nos gusta el buen vallenato. ¿A quién no? Otra cosa es que seamos selectivos con la música de acordeón que escuchamos, entre otros me encantan los cantos de Escalona porque, igual que los Mester de juglería cantan historias reales, narran un cuento con algunos visos de literatura. Me encantan algunas canciones del Pibe Escalona, tales como “Reminiscencias”, en fin, canciones con mensajes, como “Noches sin luceros”, “Cadenas”, algunas de Diomedes, del Maestro Zuleta, a quién le podría disgustar “Matilde Lina” del maestro Leandro, o “Alicia Adorada” de Juancho Polo, cantos sencillos como los de Alejo, o la canción social de Máximo Movil Mendoza, solo por mencionar algunos.

Pero ello no quiere decir que no tengamos una visión crítica del género vallenato, ello no nos exime de pensar que como cultura dominante la quieren imponer y no pueden satanizarnos por defender lo propio, por escribir artículos y documentar la cultura del territorio, por salir en defensa de esa heredad cultural. Sabemos que les molestó que, desde Tamalameque, nos hayamos atravesado a ese intento de lapidar la cultura vernácula de los municipios del río y de la ciénaga y la de los municipios santandereanos y comunidades indígenas, negritudes, en fin, la cultura raizal, sabemos que les tiene molesto el que ante la Corte Constitucional hayamos frenado la “obligatoriedad de La catedra vallenata en las escuelas y colegios del Cesar

Entendemos que nos miren como la piedra en el zapato ante esas pretensiones de implantar a la fuerza la cultura vallenata por encima de las culturas raizales, pero allá también tienen que entender que es nuestro derecho defender lo que consideramos nuestro, la herencia cultural que nos legaron los mayores, esa cultura de tantos siglos que ha sido preservada por la tradición oral y que con celo y denuedo mantuvieron viva los ancianos de La Depresión Momposina, esa cultura que nos identifica como territorio y que nos hermana en la misma forma que lo hace el río Grande de la Magdalena que a pesar de ser un río que nos divide es el mismo que nos une.

No pueden privarnos del sagrado derecho de amar lo propio, de defender esos valores terrígenos que desde siempre nos han identificado, no nos vengan con ese cuento de la departamentalización de la cultura, con el sofisma de que porque la escuchemos en Gamarra, o en La Gloría, Tamalameque o Chiriguana, eso sea el motivo para implantarla, desterritorializando la cultura propia.

En el Cesar se debe propender por mostrar al mundo que somos: un territorio diverso. Mostrar con orgullo que somos un departamento pluriétnico y multicultural, formado por territorio o municipalidad con su propia historia, con su propia cultura. Así y solo así, podremos defendernos de ese proceso de globalización que, como una vorágine, nos quiere arrebatar las formas identitarias, para hacernos parte de un mundo que no es el nuestro, que no es el del vallenato, ni el de Tamalameque, sino una cultura foránea dominante que con fuerza ya comienza a cubrirnos, mientras distraídos nos enfrascamos a señalar a quienes defienden su propia cultura como agresores de la otra.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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