Periodismo

Conversaciones entre Enrique Luis Muñoz Vélez y Gabriel García Márquez

Álvaro Rojano Osorio

07/03/2024 - 04:15

 

Conversaciones entre Enrique Luis Muñoz Vélez y Gabriel García Márquez
Enrique Luis Muñoz Vélez y Gabriel García Márquez / Foto: créditos a sus autores

 

El filósofo Enrique Luis Muñoz Vélez sonrió incrédulo cuando Antonio Liñán García le informó que Gabriel García Márquez deseaba comunicarse con él, y asumiendo la información como una tomadera de pelo, continuó con la visita a la madre de éste en el barrio Getsemaní, que vivía en una casa ubicada en el segundo piso de un vetusto edificio en cuya entrada se ubicaba un zapatero remendón que parecía hacer parte de la estructura del inmueble.

Sin embargo, tres días después del comentario, Fidel Leottau Hernández, le dijo que Jaime García Márquez era quien le había dejado la razón, así como su número de teléfono para que se comunicaran. Inmediatamente, Fidel, dueño del bar “Donde Fidel”, y Luis Lambis pusieron a su disposición dos botellas de güisqui. Enrique, que estaba en ese establecimiento público, se comunicó con Antonio Liñán y Alberto “el merengue” Barrios, y los invitó a festejar, hasta el día siguiente, el importante hecho.

En esa y en las demás celebraciones -indica Enrique- Toño Liñán, con su latigante labia, con la que podía convencer hasta una estatua, comenzó a destacar la importancia de mis conversaciones con García Márquez y su redundancia en nuestro grupo de amigos. Lo hacía con tanta vehemencia y seguridad, echando mano de su desbordante inventiva, que yo estaba perdiendo el hilo conductor de la realidad.

Jaime y Enrique se pusieron de acuerdo para encontrarse en el hoy desaparecido hotel España, ubicado en Crespo, donde ocuparon un espacio en el corredor que daba al mar, aprovechando la imposibilidad de que los interrumpiera. Lugar desde el que llamaron al Nobel de literatura a su residencia en México.

Para entonces, Jaime y Enrique compartían una vieja amistad producto de la participación del primero en las conferencias que dictaba Muñoz, además, era un asiduo asistente a las presentaciones de la orquesta Kalamay big band, de la que este último, además de cofundador, se encargaba de explicar el contexto histórico y la letra de cada canción que el grupo presentaba. Igualmente, concurrían al bar del poeta Gustavo Tatis donde hacían una tertulia sobre literatura y música. 

Jaime, antes de llamar a su hermano, me explicó el interés de Gabo en conversar conmigo: quería, con mis aportes, llenar ciertos vacíos históricos que tenía sobre asuntos como los gaiteros negros, especialmente de Silvestre Julio, quien grabó gaitas, en 1946, para Discos Fuentes, mucho antes de que lo hicieran los Gaiteros de San Jacinto. También lo motivaba, desde el punto de vista histórico y cultural, una época de los años 20 del siglo XX, periodo del que Jaime le había comentado que yo sabía mucha letra menuda.

Las relaciones entre el Nobel y Enrique estaban cimentadas por razones como los temas culturales e históricos del Caribe colombiano, la literatura; por la amistad de este último con los hermanos Jorge y Rafael Osorio, con Jorge Núñez Hernández, primos de García Márquez. Pero, sobre todo, el interés de ambos por la vida y obra del maestro Adolfo Mejía. Gabo lo conocía por la cercanía de éste con su padre Gabriel Eligio, eran amigos y paisanos. Relación que llevó a Gustavo García Márquez a afirmar que el importante músico había sido su segundo padre. Mientras que Muñoz sabía de él, inicialmente a través de su progenitor, el matador Muñoz, luego, mediante la investigación sobre su vida, lo que lo convirtió en su biógrafo.

La conversación telefónica entre García Márquez y Enrique Luis inició con los saludos protocolarios, y como sucedió en las restantes pláticas, el Nobel hizo un recuento de algunas charlas, anécdotas y hechos trascendentales de su familia. Sin lugar a duda -anota Enrique Luis- no he conocido a personas más interesadas en tertuliar, que Gabo, Gustavo y Jaime García Márquez, teniendo como argumento la membresía familiar, escarbando en los socavones del pasado y matizándolo con anécdotas.

Además, abordaron los temas de Clemente Manuel Zabala y del periodismo, del que dijo que fue su calentamiento para lanzar una bola a cien millas al escribir literatura.  Y, por supuesto, el maestro Adolfo Mejía fue tema de conversación.

De la segunda llamada telefónica, hecha desde el mismo hotel, Enrique Luis refiere que Gabo le dijo: “Te voy a grabar porque cuando hablas eres como un cañón que produce un vasto viaje de aguas, que en tu caso son ideas. Eres como un río que, aunque salido de madre, jamás pierde su hilo conductor.”

Debió ser en el 2008 o 2009 cuando García Márquez y Muñoz Vélez se encontraron en Cartagena. Era la primera vez que se veían. Lo que pudo suceder en 1994 en el marco de la Semana Sinceana, donde el primero, pese a confirmar su presencia, no asistió. Celebración realizada en Sincé, en la que ambos fueron declarados hijos adoptivos de esa localidad, y en la que Muñoz lanzó su libro Adolfo Mejía, La Musicalia de Cartagena.

El encuentro, al que también concurrió Jaime, fue en un restaurante ubicado en la calle cuarta, en Bocagrande, donde servían comida italiana. Establecimiento de cuyo nombre Enrique no recuerda, argumentando que no estaba entre las querencias de su memoria, porque en ella quedó registrada la historia de la reunión y lo que conversaron.

Él, que era apegado a la comida italiana desde que estudió cine en Italia, pidió una especie de lasaña. Yo, espaguetis con camarones. Él bebió limonada y yo cervezas. Jaime solicitó lo mismo que su hermano, además, guardó silencio durante todo el tiempo, como si hubiera sido convenido entre ellos.

La conversación comenzó con una referencia al Rincón Guapo familiar. Yo le expresé que, de esa forma, por lo bulliciosa, era llamada una calle del barrio El Espinal, próximo a Torices. Después abordamos la estructura narrativa de Cien Años de Soledad, le dije que estaba relacionada con la Biblia, especialmente con ese simbolismo genésico del que todo comienza. Mencioné la similitud en algunos aspectos de esta novela con la obra de Borges, en la que el libro sagrado aparece más como una guianza de vida espiritual que como una construcción espiritual. Expuse mis ideas sobre la edificación de la estructura, de la que sostuve que había iniciado con la narrativa de sus cuentos y la enfatiza en la novela Del Amor y Otros Demonios.

Continuando con el hilo conductor sobre la simbología de su obra, afirmé que, en Cien Años de Soledad, también encontramos la de la cruz, que es el de la muerte y de lo divino, la misma de Caín y Abel, que desarrolla en esa obra a través de la narración de las múltiples guerras fratricidas reales de Colombia y de las ficticias de Macondo.

Lo que más llamó la atención de Gabo fue mi planteamiento sobre el inicio de Cien Años de Soledad, donde menciona que al principio las cosas no tenían nombre, por lo que, debían indicarse con el dedo. Especialmente, cuando le dije que consistía en un nacimiento sémico, en un signo que señala y sirve de símbolo y clave con el dedo índice. Él festejó ese apunte riendo a carcajadas.

En la conversación, Enrique se refirió a dos personajes de Cien Años de Soledad: Pietro Crespi que representa en la obra a Nicolás Crispi, un italiano que llegó a Cartagena como profesor de clases de piano, órgano y afinación. La noticia de su llegada, y de los servicios que ofrecía, fue publicada en el Diario de la Costa, en 1917.

El otro es Visitación, la india que llegó de La Guajira a la casa de los Buendía, huyendo, junto a un hermano, de una peste de insomnio. De ella señaló que había tomado su nombre de Visitación Miranda, la prostituta que, en los años 20, se destacó en Cartagena como escandalosa, vulgar, y repartidora de cuchilladas a dos manos. García Márquez volvió a reír alborozado cuando Muñoz le dijo que ese era el nombre más bello que puta alguna podía tener en el Caribe colombiano. 

Una vez Enrique terminó de identificar los personajes, García Márquez asintió con la cabeza y le dijo: “Has bateado hondo al jardín central. Es cierto lo que dices.”

La novela “El Amor en los Tiempos del Cólera” también fue materia de conversación, conceptué que toma de la obra de El Tuerto López la manera como pinta y colorea la atmósfera cartagenera de finales de siglo XIX y principios del XX. Le dije que utilizó el invento Lopezco para situar en el tránsito de la ciudad en sus momentos estelares, y el 11 de noviembre como punto neural. Que su personaje Florentino Ariza fue actor festivo en la celebración de la Independencia, tocada por la carnavalización de la ciudad.  Que, además, su poesía estaba presente en la textura narrativa de ella y mucho más en la parte del periodo de 1911.

Igualmente, le mencioné que uno de los personajes de la obra: el peluquero chino, a quien le cambió la nacionalidad, pertenece al universo narrativo del Tuerto López, porque se trataba de Antonio Guerra, un artesano y poeta de origen árabe, ganador de los Juegos Florales de 1911 en el primer centenario de la independencia de Cartagena. Certamen en el que el Tuerto fue jurado, aunque en el periódico La Época aseguraban que el poema ganador era de su autoría, y su participación era a través de un seudónimo. Sin embargo, la existencia del libanés fue cierta, tanto que el poeta de manera burlona le dio la condición de peluquero, sin que lo fuera.

Del Amor y Otros Demonios le hice conocer que encontré en ella el soporte cultural del sustrato afroamericano, así como aspectos relacionados con el sincretismo religioso presente en los cultos devocionales congos y anglocongos del complejo bantú. Además, destaqué que no se había ido por el facilismo de inventar tradiciones yorubas en Cartagena utilizando la santería.

También hablaron de la música de acordeón, por lo que trajeron a cuento a Manuel Zapata Olivella, afirmando que fue quien la identificó como vallenata en los tiempos en que prestó el servicio social obligatorio como médico en tierras del entonces Magdalena Grande. Enrique hizo un análisis sobre la narrativa que ha rodeado a este conjunto de géneros musicales, especialmente con sus supuestos orígenes valduparenses, planteamiento que desconoce las huellas musicales de lo que era el Magdalena Grande. También mencionó el preconcebido olvido de la impronta de Buitrago en el vallenato, como parte del discurso relacionado con el tema del origen.

Enrique destacó la importancia de la guitarra en la música universal, su presencia en el Caribe antes que el acordeón. Afirmando, también, que este instrumento traía como sello inequívoco el barrunto de diversas culturas, sonoridades e historias disímiles hasta forjar un tipo de música que, de cierta forma, es la misma historia de la humanidad. Gabo, que atento y silencioso lo había escuchado, exclamó: “Me acabas de joder, porque con lo que planteas tengo que desarmar y reescribir una ponencia que voy a presentar en Berlín”.

La reunión culminó al filo de las siete de la noche, tras el consumo de las últimas cervezas y las limonadas que pidieron en el restaurante Dolce e Salato. Gabo se levantó de la mesa junto a Jaime, y con el anuncio de que el médico Guillermo Valencia Abdala los esperaba en la puerta. Se despidieron y Enrique se quedó en las inmediaciones de la Residencia Bocagrande.

Regresé a mi casa a la una de la madrugada, me acosté y comencé a dar vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño, de digerir lo que había vivido al lado de mi autor favorito. En esas se hicieron las cuatro de la mañana. Mi mujer, que conocía de mi reunión con Gabo, tras darme un golpecito en la rodilla, me dijo: ¡Duerme, que tú también eres importante!

 

Álvaro Rojano Osorio

 

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

1 Comentarios


Luis g navas nemes 07-03-2024 07:02 PM

Hermoso.relato, muy importante...gracias.por publicarlo.

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