Artes escénicas

El ballet Vallenato, en pleno ensayo

Redacción

15/02/2012 - 10:39

 

El Ballet VallenatoEn el Jardín Nacional del barrio Dangond se encuentran cada semana los bailarines del Ballet Vallenato. Tres veces a la semana, de las 7 a las 9 de la noche, los jóvenes artistas comparten su afición por las danzas folklóricas y acuden al entrenamiento con un entusiasmo indoblegable.  Son jóvenes adolescentes, estudiantes y apasionados, que dedican horas y horas a perfeccionar su noción del ritmo.

El director, Carlos Calderón, es quien impone la disciplina y la constancia. Lleva más de doce años dirigiendo esta agrupación y, cuando lo expresa, el orgullo se percibe en su semblante. Su voz tronante y empática le permite comunicar sus consignas y, sobre todo, impedir que los bailarines se dispersen. No resulta fácil mantener la disciplina de un grupo de cincuenta personas.

Al lado de la banda musical ––encargada de marcar el compás y alegrar la velada con sus melodías––, Carlos observa como los alumnos se calientan. Durante una hora se preparan, trotan y hacen flexiones antes de lanzarse en lo que tanto les anima: el baile. Esta fase es importante ––por no decir imprescindible–– para evitar posibles lesiones y contusiones. La danza es, antes de todo, una actividad que exige una condición física intachable y mucha elasticidad.

Con nuestra llegada, Carlos Calderón se alegra. Su orgullo vuelve a surgir. A punto estamos de conocer el talento del grupo que lleva años perfeccionando y, como mensaje anunciador,  Carlos convoca a los alumnos. “¡Atención!”.  Su voz se esparce por los cuatro costados y todos se colocan en su lugar: como un ejército acostumbrado a combatir.

El primer ensayo se centra en un baile típico de Ciénaga: la Danza del Caimán. El mes de febrero impone su calendario. Carlos quiere mostrarnos una de las danzas más representativas de esa festividad y preparar la entrada en escena de su agrupación. Nos explica la historia de Tomadita, la protagonista de este baile: una niña robada por un caimán.

Hombres y mujeres se ubican en la pista después de que unos guerreros traten de matar al famoso caimán. Esperan el ritmo de los tambores antes de danzar alineados y, luego, en círculos. El caimán acecha. Observa a los bailarines, se pasea entre los demás participantes y, después de unas escenas teatrales, desaparece con su víctima. El baile se prolonga pero la trama ya es conocida.

La expresividad de las mujeres, el bamboleo de sus caderas, se alterna con la firmeza de las siluetas masculinas. El ritmo del tambor da vida y significado al baile. Los bailarines se dejan guiar por su contundencia y en la cara de cada uno de los protagonistas se impone esa sonrisa que hace del folklor algo tan ameno.

Tras esta exhibición de calidad, Carlos Calderón nos anuncia otros bailes más habituales: la cumbia, la puya y el mapalé. Enseguida se animan los alumnos y se posicionan en línea. Empiezan los bailes más típicos de Colombia, con su mezcla étnica y sus compases inconfundibles. La alegría africana, la dulzura indígena y la elegancia europea se entrelazan en un festival de coreografías.

El espectáculo del Ballet vallenato es maravilloso… y esto sólo es un ensayo.

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