Artes plásticas
De Salta a Valledupar: el viaje místico de los espejos de América
A pocas horas de uno de los pueblos más auténticos del continente americano, el artista Francisco Ruiz reflexiona sobre los pilares en los que se eleva su obra pictórica. Hace tiempo que Nabusimake le invita a soñar, se inmiscuye y se impone en esa búsqueda identitaria sobre los orígenes de Latinoamérica, mucho antes de que el pueblo arhuaco sonara como un destino turístico de gran interés cultural en la costa Caribe de Colombia.
Desde Valledupar, ciudad en la que se ha radicado, y que descubrió en los momentos más bohemios de su juventud, el pintor argentino, originario de la ciudad de Salta, se acerca a la obra de unos poetas naturales, y desde esta misma ciudad-capital, elabora otros planes para vivir en Pueblo Bello al pie de Nabusimake, como si algo místico lo atrajera a vivir siempre más cerca del “pueblo donde nace el sol”.
“Nabusimake fue creado por la poesía de los arhuacos donde las calles tienen ritmo, donde las casas parecen bailar y girar dentro de su eje cónico”, manifiesta el artista. Sus comentarios están impregnados de un suave compás. Parece que estuviera escribiendo los versos que acompañarán los trazos de su próxima creación, o simplemente, que esté redescubriendo la obra que desde hace décadas se empeña en construir.
En esa búsqueda de lo vital, Pacho Ruiz –así es como se le conoce– se traslada a los lugares más genuinos de las raíces continentales. Se libera de viejas ataduras, de la vieja dominación europea y trata de experimentar la América de los primeros americanos, es decir la América de los indígenas.
“Nabusimake tiene la suerte de que no fue construido por un arquitecto o un urbanista español que hubiera puesto calles y carreras en forma rectangular y todo dispuesto geométricamente para que el cartero no se pierda”, nos explica.
Con las palabras, nace y recobra vida la pincelada de lo auténtico. El poder de los espejos de América se extrae de ese pensamiento místico que todo lo moldea, todo lo cierne, y sin embargo, no se deja explicar o atrapar. El tiempo puede ser un color, el destino una forma, y nosotros simples testigos o guardianes.
¿Pero en qué momento nacieron Los espejos de América? La pregunta es quizás demasiado reductora o peligrosamente amplia. Limitar el acto de creación a un momento exacto es quizás uno de los grandes defectos del periodista. Pacho Ruiz aspira, reflexiona. Quizás estos espejos, que ahora alumbran la ciudad de Valledupar, hayan existido siempre.
Buscando ese primer resplandor, Pacho Ruiz se traslada a los años de su infancia en Salta (Argentina). Allí, el blanco intenso de la nieve se presentó como un primer espejo, hermoso y seductor en su forma pero discreto y taciturno en su significado. La existencia de los espejos volvió a presentarse más tarde, en sus primeros experimentos artísticos, cuando trabajaba los colores de oro y plata en una pintura. En ese momento, se formó la metáfora de “Los espejos de América”, y sin embargo, el gran significado detrás de esas palabras llegaría más tarde.
Durante un viaje a Bolivia, Pacho Ruiz descubrió en el fondo de una iglesia un fulgor intenso. “Era la iridiscencia de la luz que me encegueció de asombro”, explica el artista. Sólo tenía 17 años pero ya su camino estaba marcado por la brillantez y el misterio de los espejos de un continente.
A los 29 años, ya estudiando en México, Pacho vivió otra experiencia impactante mientras observaba con un microscopio el corte estratigráfico de una obra. De nuevo, los colores del oro y la plata le nublaron la vista. “Volví a sentir el mismo asombro lumínico [que en Bolivia] –argumenta el artista vallenato-argentino y, desde ese momento, se convenció de que a través de esas tonalidades podía explorar nuevas posibilidades, que incluso podía perseguir los pasos de Rembrandt, el gran maestro de la búsqueda de la luz.
Los espejos de América se convirtieron en un gran concepto visual en el que debía predominar la luz. Esa luz era el cimiento de una identidad en construcción, un campo para la introspección y la exploración estética de culturas diversas, y sin embargo, también terminó incorporándose una dimensión ineludible: la ideológica. Francisco Ruiz entendió prontamente que era necesario recuperar el valor simbólico y espiritual del oro para las sociedades indígenas. Así es cómo pintando los espejos de América el artista consiguió “acercarse a la luminosidad de los dioses indígenas”.
Hoy, sin embargo, la obra del artista argentino se convierte también en un testimonio del tiempo y de las diferentes etapas creativas por las que pasa inevitablemente todo creador. Los espejos han cambiado mucho desde que Pacho Ruiz pisó por primera vez el suelo vallenato hace cuatro décadas, muchas obras se han agregado a ese gran proyecto y, sin embargo, todas ellas mantienen su unidad a través de la luz. Es probablemente el efecto de la atemporalidad que busca el artista. El mejor ejemplo se encuentra en ese mural colgado en la Liga del Cáncer de Valledupar: un regalo del artista a la entidad realizado en 1988 y en el que se percibe ese trabajo recurrente de los claroscuros, la afirmación de las formas geográficas y ese tono celestial de los metales preciados. Su restauración en 2015 permitió reforzar ciertos trazos, avivar algunos colores y reafirmar la noción de un pueblo ancestral y eterno como es Nabusimake.
“Pasé por muchas etapas porque el espejo tiene muchas derrotas –comenta Francisco Ruiz pensativo–. Pero aunque el espejo se rompa, la más pequeña astilla sigue reflejando la realidad”. En estas palabras resuena el compromiso de una vida y también los vestigios de una lucha por el arte.
En Valledupar, Francisco Ruiz ha compaginado su trabajo creativo con la gestión cultural y la organización de un colectivo artístico que beneficie a la ciudad. Empeñado en conseguir un espacio decente en el que se puedan exponer todos los creadores del departamento del Cesar (que también sirva para fomentar el gusto del arte en el gran público y afirmar el atractivo turístico de Valledupar), el artista ha descubierto que el poder luminoso de los cuadros también puede ser relegado a la más oscura clandestinidad por el desinterés de las autoridades políticas. Sin embargo, no se desanima. Quiere creer en los milagros y quizás también en el triunfo de su homónimo Francisco El Hombre, mito del folclor vallenato que terminó derrotando el diablo tocando el acordeón.
“Aquí pareciese que nada cambia pero de repente aparece la virgen y se hizo el milagro”, explica el artista irónico antes de admitir su amor por este rincón de Colombia. “Lo que me enamora de este país es el no-límite para la fantasía”.
Pocos días antes de este encuentro, fallecía en la ciudad de Barranquilla el dibujante ecuatoriano que hizo de las etnias de la Sierra Nevada de Santa Marta el gran lema de su creación. Su nombre era Chicho Ruiz y sus restos funerarios fueron trasladados al pueblo de Nabusimake siguiendo las instrucciones del difunto. Además del apellido, Chicho y Pacho compartieron una gran amistad y una admiración innegable por la magia espiritual y mística de Nabusimake.
“A nosotros dos nos confundían a menudo”, explica Francisco Ruiz pensativo. A continuación, el pintor argentino expone la posibilidad de donar parte de su obra al pueblo arhuaco como muestra de su afinidad y respeto. El poder de atracción que ha ejercido Nabusimake sobre estos grandes artistas y pensadores latinoamericanos no deja de ser un enigma. La imagen de un pueblo ancestral capaz de atraer a talentosos creadores del continente sudamericano resulta interesante y tentadora. ¿Podríamos estar ante una corriente de profundo sentido artístico, así como ocurrió en Paris a principios del siglo XX con los impresionistas o Nueva York a mediados del siglo XX con el arte moderno? El tema da para pensar. A estas alturas no existen las casualidades. Estamos probablemente ante la revelación de otro espejo milenario.
Johari Gautier Carmona
@JohariGautier
Sobre el autor
Johari Gautier Carmona
Textos caribeños
Periodista y narrador. Dirige PanoramaCultural.com.co desde su fundación en 2012.
Nacido en París (en el distrito XV), Francia. De herencia antillana y española. Y, además -como si no fuera poco-: vallenato de adopción.
Escribe sobre culturas, África, viajes, medio ambiente y literatura. Todo lo que, de alguna forma, está ahí y no se deja ver… Autor de "El hechizo del tren" (Ediciones Universidad Autònoma de Barcelona, 2023), "África: cambio climático y resiliencia" (Ediciones Universidad Autónoma de Barcelona, 2022), "Cuentos históricos del pueblo africano" (Ed. Almuzara, 2010), Del sueño y sus pesadillas (Atmósfera Literaria, 2015) y "El Rey del mambo" (Ed. Irreverentes, 2009).
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Maravilloso artista
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