Artes plásticas

Crónica de un grabador

Samny Sarabia

22/03/2019 - 05:05

 

Crónica de un grabador
Jorge Luis Serrano en el Parque Güell en Barcelona, parque diseñado por el arquitecto Antonio Gaudí

Si existe un medio difícil de penetrar dentro de las esferas artísticas en Valledupar, es el de la plástica. Además de los batallares habituales que un artista emergente debe enfrentar para desarrollar y dar a conocer su arte, se suma la reticencia de los artistas consagrados o de mayor notoriedad. De esos batallares sí que sabe el artista plástico y visual, Jorge Luis Serrano Romero, quien después de estar doce años por fuera de su tierra natal, regresó a abrirse caminos, a ganarse un espacio y el respeto de sus colegas y a vigorizar la cultura en su región.

Su historia con el arte empieza desde hace tanto tiempo que a él mismo le cuesta recordar fechas exactas. Lo que sí es claro en su mente es el primer dibujo que hizo cuando apenas tenía consciencia de la vida y no tenía idea de lo que su talento significaba. Todo inició con un ejercicio habitual en la clase de dibujo y pintura en el Colegio María Montessori, en el que, a falta de paisajes naturales que admirar, resaltaba la imagen de Fanny Douglas, su profesora. Con seis años de edad, decidió plasmar en el papel la figura de aquella simpática mujer negra que lo trataba con amabilidad. Sentada en su escritorio tal cual la veía en cada clase, así la dibujó.

El resultado jamás lo esperó. Fue tal la acogida del dibujo en todo el colegio que la profesora Fanny no dudó en seguir estimulando a su pequeño alumno. “Ella sacó mi dibujo y lo mostró a todo el mundo. Para mí era algo normal, no sentí que hubiera hecho algo magnifico y pues, el hecho, que ella seleccionara el dibujo y después me inscribiera en un concurso de pintura, fueron los inicios para darme cuenta que tenía habilidad para esas cosas”, expresa comedidamente Jorge Serrano.

Años posteriores, cuando ingresa al Colegio Nacional Loperena, logró pulir su habilidad y empezó a contemplar seriamente la posibilidad de consagrar el resto de su vida al arte, motivado por las exposiciones de Kajuma, Álvaro Martínez, Walter Arland, Efraín Quintero y de otros artistas, que vio frecuentemente en la sala de la Casa de la Cultura de Valledupar. “En ese tiempo me llamó la atención una serie de dibujos de unos payasitos que se exhibieron en esa sala, no recuerdo el autor, pero me impresionaron tanto que dije que algún día iba a estar en una sala así”, recuerda. ¡Era un sueño!

Aun cuando había construido un lazo con el arte, al graduarse de bachiller del Loperena, se inscribió en el programa de licenciatura en matemáticas y física de la Universidad Popular del Cesar porque el resultado de sus pruebas Icfes tenía mayor puntaje en esas materias. Luego de hacer la entrevista para ingresar, desistió, pues no se imaginaba pasando la vida en un salón dictando clases a muchos alumnos. Quiso estudiar arquitectura en otra ciudad, pero la situación económica de su familia, se lo impidió.

Avanzaba el año 1984, se enteró que la Escuela de Bellas Artes acababa de abrir sus puertas. De inmediato supo que ése era su habitat natural, la comodidad que sintió desde el principio en esas aulas, le proporcionó la seguridad para destacarse y explorar aún más sus capacidades durante los cinco años siguientes. Muchos de los artistas que veía exponer en su adolescencia y que percibía tan lejanos por la grandeza de sus obras, se convirtieron en sus maestros. De ellos aprendió lo que más pudo.

De todas las técnicas vistas durante la carrera, siempre se destacó en el grabado, dictada por Jorge Maestre y Adalberto Jiménez, un profesor especializado que vio potencial en los estudiantes de Bellas Artes y se motivó a organizar intercambios con estudiantes de Cartagena. “A mí se me daba, era una cuestión dispendiosa con muchos procesos, pero me encantaba. Me entretenía en esa técnica y entonces, me fui perfilando como en el grabador de Valledupar. Traté de mantenerme en ella, pero por lo dispendioso de los procesos, opté por empezar a trabajar otras técnicas como la pintura y el dibujo. Hacía arte figurativo”, afirma.

Tan destacado fue su aprendizaje e interés en el grabado que, a la falta de docentes en esta técnica, cursando el sexto semestre, empezó a trabajar como profesor en la misma escuela donde se formaba; dictaba técnicas primarias y asistía a talleres para enriquecer su conocimiento y no defraudar a las directivas, a sus alumnos y a sí mismo. Simultaneas a las clases en Bellas Artes, Simón Martínez Ubarnez lo vinculó de manera sorpresiva como profesor de artes del Instituto Gabriel García Márquez. “Fui a llevarle una invitación, porque en ese tiempo, con unos amigos del barrio Simón Bolívar, organicé un comité cultural y fui a invitarlo a dictar una conferencia. Él me dijo que necesitaba un profesor de arte urgente y empecé ese mismo día. Al entrar al salón, los alumnos se sorprendieron porque el profesor era joven y vestía pantalones rotos”.

El dinero ganado con esas clases y las que dictaba en la escuela le permitió sostenerse hasta culminar sus estudios, ya que la familia le retiró el apoyo económico por considerar que el arte era para las elites y poco rentable. Por esa posición familiar tuvo muchos desencuentros con su padre, un comerciante santandereano que buscó por todos los medios que su único hijo varón, le siguiera los pasos. Su madre, prefirió mantenerse al margen.

Al terminar la carrera en artes plásticas en Bellas Artes en el 89, fue contratado como profesor de diseño gráfico en la Corporación de Arte y Diseño, ahí estuvo un tiempo hasta que no pudo más. Aunque la docencia fue su salvavidas durante un largo periodo, sintió que se desgastaba y que su vida profesional se estaba estancando; necesitaba cambios definitivos en su vida. Sin tenerlo planificado, se le ocurrió decirle a su familia que se iba al extranjero a nutrirse en lo suyo y a buscar nuevos horizontes profesionales.

Era el 1999 y con pocas señales del viaje, sus hermanas le indagaban recurrentemente por los detalles. En ocasiones pensó que el “teatro” que había montado se le caería en cualquier momento, pero como dice el popular adagio, “al que le van a dar le guardan” y a Jorge Serrano una gran oportunidad le aguardaba. En ese año, Valledupar cumplió 450 años de fundación y el Icetex habilitó una convocatoria especial para que jóvenes talentos vallenatos pudieran ampliar sus conocimientos fuera del país a través de la beca Carolina Oramas.

No lo dudó. De inmediato se puso en la tarea de reunir los documentos requeridos, el problema se le presentó con la carta de aceptación de la universidad que lo recibiría; es ahí donde entra el artista plástico Willy Ramos a esta historia. Ramos, nacido en Pueblo Bello y afincado en España desde hace más de cinco décadas, le consiguió la carta en la Universidad Politécnica de Valencia, alma mater donde es profesor titular de la Facultad de Bellas Artes ‘San Carlos’.

La beca condonable representó cinco millones de pesos, poco dinero teniendo en cuenta los costos de los tiquetes aéreos y la manutención en la ciudad española durante un año. Preocupado por la situación, Jorge Luis acudió a una vieja amiga, Consuelo Araujonoguera, quien en ese momento se desempeñaba como ministra de cultura. ‘La Cacica’ no solo lo recibió personalmente en su despacho en Bogotá, sino que le consiguió el billete de avión ida y vuelta. Nunca se le pasó por la cabeza que sería la última vez que la vería con vida.

Buscando reunir más dinero para llevar al viaje, se queda unas semanas en Bogotá. Haciendo un trabajo se le presenta un panorama que jamás imaginó al caer de un segundo piso, más de siete metros de altura. El resultado, una lesión en la vertebra que lo mantuvo más de una semana hospitalizado e inmovilizado y con tres meses de incapacidad. En ese tiempo de reposo que tuvo que lidiar con el dilema de viajar o no hacerlo, ya que fue el mismo tiempo por el que le otorgaron el visado.

“Ese fue un momento de reflexión en el que me hice muchos cuestionamientos sobre mi vida. ¿Por qué me sucedía ese accidente en ese momento?, pero me lo tomé con tranquilidad”. Solo en Bogotá, no tuvo a quien acudir, se rehusaba a llamar a su familia en Valledupar para darles esa mala noticia. Sin embargo, poco a poco aparecieron personas como la artista plástica María Cristina Cotes, quien le tendió la mano en la capital, mientas fue trasladado a Valledupar.

Efectivamente, tres meses después, a principios del 2001 pudo viajar con la autorización de un médico especialista. Siendo de mediodía, llegó al aeropuerto de Valencia, no sabía qué hacer, pues, nadie lo esperaba. Solo llevaba la dirección de Willy Ramos. Tomó un bus y se fue hasta el centro de la ciudad. En un parque y con una enorme maleta llena de sueños, esperó que el reloj marcara las siete de la noche, hora en la que el profesor regresaba a su casa.

Jorge Luis Serrano en la Ciudad de las Artes y las Ciencias en Valencia (España)

Era su primera vez en el extranjero, solitario y sin conocidos que pudieran socorrerlo, se llenó de inquietudes, pero rápidamente se dio cuenta que tenía una preocupación mayor, pues solo llevó 500 mil pesos, que, al cambiarlos a la moneda local, no representaba mucho, pues, el auxilio de la beca no salió a tiempo. A la semana el dinero le llegó y de esa manera, emprendió la aventura y el descubrimiento de su vida. “De todos modos, creo que conté con suerte porque no tuve ningún tipo de percance, mi estancia en España es la etapa más maravillosa de mi vida porque fue de progreso, era lo que yo quería y sentí que estaba avanzando”.

Al encontrarse con el paisano Ramos, éste lo ubicó en la dirección de un hostal. En ese lugar duró dos días mientras se instaló en un pensionado más acorde al presupuesto que estimaba. Consiguió un mapa de la ciudad para aprender a moverse por ella y llegar sin traumatismos a sus clases en la Universidad Politécnica de Valencia.

“Fui a la universidad y lo primero que hice fue mirar anuncios de alquiler de habitaciones. Al llegar a una de ellas, la chica que me atendió preguntó si era una Beca Erasmus, mentí y le dije que sí porque esas becas dan mucho dinero. De inmediato, me dijo que me mudara, pero sí viví momentos de tensión y angustia”. La llegada a ese lugar, lo tranquilizó.

Allí residían con estudiantes de arte, todos de nacionalidades distintas. Las personas cuando viven las mismas situaciones, tienden a asociarse o apoyarse. Esa fue su primera lección de vida durante su estancia en el país europeo. “Ahí no importaba si éramos franceses, japoneses, estadounidenses, italianos o colombianos, éramos extranjeros en España. Todo lo hacíamos en grupo porque nadie sabía dónde quedaban ubicados los lugares. Por lo menos, yo no tenía el problema del idioma, ellos sí. Era mucho más complicado para ellos y yo me sosegaba en ese detalle”, recuerda.

El episodio del accidente, le forjó el carácter, le enseñó a tener paciencia, a sentir y vivir de otra manera y a indagarse sobre cuestiones de su vida y de su entorno que planteó en su obra más adelante y que hoy la distinguen de lo propuesto por sus colegas cesarenses.

Ya en la universidad, ante los cambios y el descubrimiento que el claustro le ofrecía, se sintió perplejo, pero nunca lo exteriorizó. “Tenía duda de si lo que había aprendido aquí estaba al nivel de Europa, tenía una inseguridad de lo que sabía. Eso me planteó un reto, tenía que destacarme y si no era bueno, tenía que hacer un esfuerzo extra para estar a la altura”. Y lo logró. Durante su año de especialización, fue seleccionado para exponer en tres de las cuatro materias que cursó, lo cual significaba quitar un cupo a un estudiante español en estas muestras que organizó la universidad durante ese tiempo.

Aunque en Valledupar siempre hizo lo que quiso con su vida, su estancia en Valencia lo liberó a nivel personal y profesional. Se abrió a nuevas posibilidades y trató de disfrutar de todo lo que el país le ofreció. Se desinhibió en parte de la creación, se condujo por el abstraccionismo y se olvidó de esa preocupación estética de lo perfecto. “No tenía presión artística de ningún tipo. Experimenté e hice lo que me dio la gana, incluso hice trabajos que allá decían que se parecían a Picasso. A mí me daba risa, pero era lo que nacía de mi interior, sin premeditarlo ni elaborarlo tanto”.

Tras la experiencia de su caída, decidió vivir cada momento como si fuera el último, disfrutar por encima de las adversidades y las limitaciones. Las largas caminatas para ahorrar dinero, por ejemplo, le permitieron conocer poco a poco la ciudad, fue el descubrimiento de un universo más grande y maravilloso de lo que imaginó. “Valencia es la ciudad perfecta para mí. La conocí, la caminé, la viví. Tiene cultura, arte, fiestas, tiene puerto, tiene mar, tiene río, tiene museo, tiene todo lo que uno desearía que tuviera Valledupar. Yo idealicé esa ciudad, en ella amplié mi visión del mundo y del arte. Me gustaría volver”.

En el 2002 ya finalizados los estudios en pintura y grabado había logrado su cometido, pero ese logro le planteaba un nuevo interrogante: ¿Qué seguía? No tuvo que pensarlo demasiado, decidió quedarse en Europa de manera ilegal. Una jugada atrevida y cuestionada por muchos, pero hoy está convencido fue la mejor decisión. Comenzó por pegar avisos en los postes ofreciendo múltiples servicios. Tuvo varios trabajos temporales hasta un día que resolvió entregar una encomienda que una amiga de Valledupar le había encargado entregar un año antes a un conocido en España. “Llamé a la persona y vivía en Caudete, en la Provincia de Albacete. Yo estaba sin dinero. Esa persona me invitó a llegar hasta allá y quedarme una temporada corta, me alegré muchísimo porque eso resolvió mi situación por unos días”.

Estando en Caudete, empezó a decorar la casa donde se estaba hospedando y luego hizo otros trabajos más, se sorprendieron de la forma cómo trabajaba. A partir de ahí, decidieron llevarlo a un club de tenis donde la pareja administraba la cafetería. “De las cosas que aprendí en ese trabajo es que hay muchísimas clases de café. Aprendí de todo, a manejar caja, a atender a la gente y a organizar eventos que hacíamos con la colonia colombiana”.

En ese lugar conoció a alguien que requería un artista plástico. Era José Joaquín García, propietario de una empresa que se dedica a la pintura artística y la alta decoración. Presentó su hoja de vida y estuvo a prueba durante una semana. En ese tiempo se integró en el equipo que hizo una restauración en una casa antigua del siglo XVI en Villena, municipio de Alicante. Esa primera experiencia le asustó porque tuvo que enfrentarse a un techo geométrico, sin embargo, salió reforzado de la prueba y en esa empresa de arte especializado estuvo cerca de siete años, haciendo restauraciones, pinturas murales al estilo barroco y alta decoración. En ocasiones, su trabajo consistía solo en ir a seleccionar un elemento como un espejo de un estilo específico para un baño o elegir colores.

En total, fueron doce años en España, lapso en el que padeció situaciones inimaginables, pero que hoy considera fueron necesarias para forjar su carácter y para formarse como artista. “Si tuviera el poder de devolver el tiempo, volvería a tomar las mismas decisiones. La mayoría de los colombianos que salen al exterior, solo se relacionan con los nacionales o los latinos que viven en ese país, no tiene sentido. Fue grande tener la oportunidad de conocer ese país, su gente, traté de no sentirme extranjero y eso significaba comer su comida, aprender y respetar sus costumbres, conocer sus sabores. Todo eso me llevó a crear una visión más amplia de lo que debe ser el arte, el arte debe ser para todos. Pienso que todos debemos tener oportunidades, no negárselas a nadie y que sea el tiempo el que depure quiénes deben quedarse con ellas. Por eso no hago excepción de personas, hago recomendaciones cuando la persona lo permite, sino, no”.

Jorge Luis Serrano en Villena, ciudad con grandes vestigios mediavales

El retorno a su aldea

Antes de irse a Valencia, Jorge Luis Serrano participó en un sin número de exposiciones colectivas a nivel local y nacional. Durante su residencia en España, estuvo presente en cuatro exhibiciones. Su primera muestra individual de grabados tuvo lugar a su primer regreso del país europeo en el 2006, en ella mostró los trabajos que hizo durante los cinco años en los que no pudo volver a Colombia. En la sala de la Cámara de Comercio de Valledupar, reunió a familiares, amigos y seguidores del arte en una muestra de más de 40 grabados.

A su regreso, encontró que la hostilidad de su gremio no solo se mantenía, sino que había crecido. “El gremio de artistas es difícil. Hubo comentarios favorables y otros en contra por lo que vieron, pero ese era el trabajo que precariamente había logrado hacer con el dinero que me asignó la beca. Traté de mostrar lo mejor, fue la primera exposición de grabado que hice y pues, aquí no había antecedentes de una exposición de solo grabados de un artista local”.

Tiene claro que son situaciones normales que se presentan en las esferas artísticas, pero no vacila en reclamar unión y más apoyo entre colegas para poder democratizar el arte y derivar el pensamiento arcaico que expresa que solo las elites pueden acceder a él. En efecto, salir de su pequeño pueblo, le ensanchó la mente, su experiencia en el exterior le diversificó las posibilidades, le dio otra mirada de su propio territorio y sus orígenes e influyó en su proceso creativo.

En el 2012, retornó definitivamente a Valledupar, al imposibilitarse la articulación con los artistas plásticos, empezó a sentirse más solitario que cuando llegó a Valencia. Los amigos del pasado ya no estaban, algunos, al igual que él, se habían ido a buscar otros horizontes. De esas amistades solo la artista Jenny Uhía lo acogió y lo vinculó a la actividad ‘Los niños pintan el patrimonio’, promovida por la Fundación Aviva. “Me gustó, me parecía noble porque también venía con ese espíritu de servicio por mi ciudad. En alguna forma, haberme ganado la beca, sentía un sentido de responsabilidad para divulgar o ayudar a otros para que también crecieran”.

En España tuvo la oportunidad de asistir a una actividad artística que replicó en Valledupar y por la cual, logró captar la atención del medio artístico, la prensa vallenata y la ciudadanía: Dibujo Valledupar. “Como no pude trabajar con los artistas, los dejé a un lado y opté por personas nuevas. Utilicé las redes sociales para convocar y conectarme con personas que sí querían algo diferente por la ciudad. Empezamos con mucho esfuerzo, colaboración y cero pesos. El resultado al día de hoy son 34 sesiones, cada una diferente a la otra y un destacado trabajo en formación de público”. En mayo del 2019, las sesiones de Dibujo Valledupar regresan después de un receso generado por las jornadas de estudio de su director.

Hace algunos años se inclinó por la curaduría al darse cuenta de la ausencia de entidades que respalden la labor de promoción y divulgación de los artistas, substancialmente de los emergentes. “Cuando uno mira las realidades que está viviendo, analiza y se pregunta qué tiene que hacer cada uno para que esto se dinamice porque si no somos nosotros, ¿quién lo va a hacer? No es lo mismo ser observador del arte que ser una persona de acción, eso siempre se los he cuestionado a mis compañeros, yo me fui doce años y no hicieron nada. El problema está en nosotros”, asegura.

Dichos racionamientos le han impulsado a trabajar duro y con las uñas, lo seguirá haciendo hasta que las condiciones mejoren. Igual, está acostumbrado a ganarse cada logro con entrega; así ha adquirido la credibilidad en su trabajo. “Las personas que han viajado al exterior y duran mucho tiempo por fuera, tienen que sudársela porque allá no es por caribonitas ni por influencias, sino por méritos y talento. La misma mentalidad he tratado de implementarla aquí, si me llaman de un trabajo que sea por mérito, no por amistad ni por dedocracia. En eso me he centrado en este momento”.

Ha realizado más de 15 curadurías en los últimos siete años. La Fundación Aviva ha sido la entidad que le ha dado las herramientas para explorar desde esa perspectiva porque le ha confiado la responsabilidad de curar las exposiciones que ha organizado. “Hay muchas cosas por hacer todavía y espero que se puedan lograr. Aun así, la gente sigue cuestionando todo y eso imposibilita que el trabajo se desarrolle como se debe hacer. Si no se dan las cosas, pues, yo seguiré intentándolo de otras maneras, pero la idea es aportar a la ciudad y no restarle, eso lo tengo clarísimo”.

Su última exposición individual fue ‘Una raza en blanco y negro: afrocolombia’, presentada el año pasado en la Casa de la Cultura de Valledupar. Al igual que en sus obras recientes, reflexiona sobre temas que le molestan, la discriminación de cualquier tipo, sus orígenes, problemáticas sociales, etc. Temas que considera atrasos para la sociedad colombiana porque todos los seres humanos, independientemente del color de su piel, preferencia sexual, religiosa o política, poseen las mismas capacidades y merecen las mismas oportunidades de progresar, en la medida que cada uno se capacite y se prepare en lo suyo.

Para su próxima obra Jorge Luis Serrano Romero tiene varias ideas para abordarlas desde la fotografía, todas con una carga muy reflexiva y social como las víctimas del conflicto. Le preocupa cómo ven el mundo las personas que sufren de problemas sicológicos y de discriminaciones; todas esas situaciones le plantean cuestionamientos. “Estoy pensando hacer algo más popular como una galería de imágenes hechas con cámara no profesional e incluso con imágenes robadas. Quiero seguir con el tema de piel, ya lo hice desde la genética, ahora quiero hacerlo desde el vitíligo, me gustaría hacer algo estético, muy bonito con personas que sufran esa enfermedad, pero algo muy surrealista, que tenga colores”, finaliza.  

Aunque busque explorar otras técnicas visuales como la fotografía, el grabado es la técnica con la que más se identifica ya que le brinda la posibilidad de realizar varias impresiones de una misma imagen, multiplicando así las obras originales. Esta cualidad otorga libertad, masificación y democratización de la obra, un concepto acorde a la visión que este grabador del Valle del Cacique de Upar se ha formado sobre el Arte.

 

Samny Sarabia

@SarabiaSamny

1 Comentarios


Jenny uhia 24-03-2019 09:57 PM

Excelente nota Sammy! Merecido reconocimiento a Jorge Serrano, un verdadero artista, al que se le suma su gran calidad humana!

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