Artes plásticas
Un pintor al volante
Quizá fue una gran casualidad encontrarme después de un largo periodo, con Paco Olano, precisamente en un bus urbano de Valledupar, ahora fungiendo él, como sagaz conductor de estos vehículos, encargados de transportar a una mínima y pálida clientela, hacia los habitáculos populares de la ciudad de Los Santos Reyes.
Paco, otrora discípulo de Chicho Ruiz, siempre fue un acucioso de las artes, compartidas con ese sobresaliente pintor de origen ecuatoriano, residenciado en estos lares donde desplegó su talento y dedicación a plasmar en sus famosos cuadros, las bellezas naturales de nuestro continente indígena, caracterizado según él, por los hermosos rostros de las etnias arhuacas, Yuppas, Koguis y Kankuama.
Paco Olano, con su nombre apocopado y apellido “raro¨, me recordó siempre a Evangelista Quintana, autor insigne de la cartilla Alegría de leer, Tomo 1, incluyente de frases inolvidables y divertidas, coadyuvantes en la ardua tarea de aprender a leer, en la escuela primaria: “Olano, une la lona”, “El adivino se dedica a la bebida”, “Anita lava la tina”, “Paco le toca la cola a la vaca”, etcétera. De origen atanquero, nuestro amigo creció y alcanzó a visualizar su talento innato, en las estribaciones de la Sierra Nevada, sector de la capital del Cesar, dedicándose más tarde a perfeccionar su actividad artística y comercializar con una buena acogida su incipiente producto intelectual; en nuestro reencuentro, repito, ejerciendo como conductor, se dedicó entusiasmado a referir el viraje rotundo de su destino académico. En su discurso prosopopeyico y refinado, explicó el porqué de su divorcio con los pinceles, paletas, óleos, telas y bocetos, interrumpido por el vendedor de almojábanas, oferente del insigne alimento de la Paz-Cesar, con una pauta inusitada: Compren las almojábanas con media libra de queso cada una. De igual manera distraído por la arrogante pasajera embarcada frente al edificio de la Gobernación, con ínfulas de comodidad exagerada, solicitante del retiro inmediato del torniquete, so pena de bajarse sino eran atendidas sus pretensiones, aparentemente causantes de molestias paranoicas ante el insistente mecanismo de la puerta giratoria.
Al final del recorrido me explicó un poco triste, el porqué de su abrupto cambio de actividad, hecho por demás frustrante con visos de fracaso profesional; refirió que, en alguna ocasión, a su taller localizado en un rincón del populoso barrio La Nevada, llegó un desconocido personaje con una solicitud insólita y tal vez descabellada: plasmar en un cuadro la paz visualizada por el líder británico Winston Churchill. En guardia, y alarmado ante semejante petición, le dije: “Por favor, explíquese señor, ¿cómo es esa visualización?”. Con una paciencia desesperante, me respondió: “Sir Winston Churchill veía la paz como el sentir de alguien que duerme tranquilo, sin pensar que si tocan su puerta a las seis de la mañana, no es un policía, sino el vecino solicitante de una taza de café caliente”. Continuó Paco su relato: “Esa petición me desconcertó, yo no podía creer que en el país hubiese un admirador de mis cuadros capaz de hacerme una petición rayando en la locura de un fanático patriota. No fui capaz de captar su mensaje lúdico, traído de los cabellos; me auto evalué y considere que el arte de la pintura y la concepción de la paz, era más que dibujar las aves del orden de las colombófilas, al lado de la Sierra”.
Mi gran frustración, me dijo con lágrimas en los ojos, fue no plasmar el cuadro de mi vida, mi obra majestuosa, mi potosí, para aquel insigne y misterioso soñador. De haberlo hecho, hasta me llevan a la Habana, a las negociaciones de los acuerdos de paz. Qué vamos a hacer, ya en el país, cada quien ve la verdadera Paz, a su manera.
Álvaro Yaguna Nuñez
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