Artes plásticas
Descubre el arte urbano en Bogotá: historia de una expresión libre y poderosa

En la ciudad de Bogotá, el arte callejero brilla por su efervescencia y magnitud. Bogotá se ha convertido en las últimas décadas en la gran capital latinoamericana del grafiti y del muralismo. Tanto es así que algunos viajeros expertos consideran que “la belleza de Bogotá está en sus paredes”, elevándola a la categoría de auténtica galería abierta.
En cada barrio, en cada calle, hay al menos un grafiti o un mural pintado. Distintos estilos y una enorme cantidad de sensibilidades y mensajes. Conocerlos y apreciarlos requiere un cierto conocimiento y un poco de perspectiva. Por eso, a continuación, reconstruimos la historia del arte urbano para acercarles a los mejores grafitis de Bogotá.
Aunque el grafiti es una expresión artística y visual, muchos asocian su expansión con la política y los movimientos de resistencia. Durante el Bogotazo de 1949, ya se registraban manifestaciones elocuentes en las paredes de Bogotá que buscaban llamar la atención y transmitir un mensaje al ciudadano. Sin embargo, el punto de partida de esta expresión gráfica se ubica un poco más tarde, a finales de los 70 y principios de los 80, años en los que los ideales políticos se entrelazaron también con nuevas tendencias urbanas nacidas en Estados Unidos.
Inspirándose en las protestas de Mayo del 68 en Paris –con lemas como “La imaginación toma el poder” o “Queda estrictamente prohibido prohibir”–, y también en movimientos contestatarios de Estados Unidos animados por la música hip-hop, artistas como Álvaro Moreno Hoffman fueron “marcando territorio“ en las paredes de Chapinero y los Rosales para denunciar al gobierno y criticar la sociedad bogotana.
Con el narcotráfico campante de los ochenta, el grafiti político y contestatario se estableció como forma de crítica y de diálogo. Los muros hablaban quizás más que los periódicos, y seguramente más que la televisión. En las calles florecían expresiones en contra de las administraciones o contenidos que rompían con las reglas establecidas. La libertad estaba en la calle al más puro estilo del Blog Roll and Feel.
Extrañamente, en 1984, el arte callejero se vio impulsado por las palabras del expresidente Belisario Betancourt quien pidió a los ciudadanos que salieran a las calles para pintar palomas de la paz. La respuesta del artista ‘Keshava’ no se hizo esperar. Efectivamente salió a pintar, pero mostrando el alma rebelde del grafiti, es decir exponiendo las atrocidades ocultas. Así fue como Keshava decidió escribir ‘No más paloMAS’, en clara oposición al movimiento paramilitar “Muerte a Secuestradores”.
En 1986, el libro “Una ciudad imaginada. Graffiti, expresión urbana” de Armando Silva, semiólogo e investigador del arte de la Universidad Nacional, exponía el grafiti latinoamericano como el gran informador de los pueblos. En otras palabras, el grafiti revelaba al pueblo ignorante lo que los gobernantes ocultaban, por medio de avisos públicos.
Desde un principio, unos de los grandes recursos del grafiti fueron el humor y la sorpresa. Los doble sentidos también. El grafiti buscaba de esa forma llegar a la mente del lector, abrirle los ojos sin tener que entrar en un ejercicio profundo de argumentación. En ese aspecto, Keshava se lució notablemente con mensajes como “El humor contamina el miedo ambiente” o “Los buenos al cielo, los malos a todas partes”.
En los 90, el grafiti ya estaba en todo Bogotá. El hiphop se imponía en los barrios populares y se afianzó como la cultura urbana dominante, influyendo incluso en otros ritmos latinos. Ser “grafitero” iba de la mano con ser DJ o breakdancer. La música muy pegada al dibujo o el arte. De esta escuela híbrida surgieron grafiteros como Beek, otro pionero del grafiti en Bogotá, quien fundó el grupo R.O.S (Represent Our Style).
R. O. S. se conformaba de dos jóvenes: Beek y Dukon777, quienes empezaron a pintar en las vías principales de la capital, como la Caracas o la 68. Buscaban monopolizar un sector para ser reconocidos por sus amigos y demás artistas.
Durante años, el grafiti siguió creciendo y renovándose con nuevas generaciones de artistas hasta que, en el año 2011, el grafiti revivió un auténtico “boom” con el asesinato del joven grafitero de 16 años, Diego Felipe Becerra, disparado mientras huía por un policía que lo descubrió pintando un puente.
A raíz de ese trágico suceso, y debido a la movilización social de los allegados y artistas de distintas ciudades, el grafiti empezó a ser impulsado por las propias autoridades, ganándose así un espacio y reconocimiento en Bogotá. El grafiti puede hoy apreciarse al igual que las obras de Fernando Botero, en el centro histórico de Bogotá, en el barrio bohemio de la Candelaria, en el Parque de los Periodistas y Las Aguas, donde se encuentra el arte de artistas colombianos e internacionales.
La técnica, las siluetas y figuras han ganado en brío. Los mensajes se han renovado e se alimentan de las ideas de artistas poliglotas. Por eso, Bogotá es hoy un lugar de referencia para el grafiti en América Latina.
Natalia Fernández
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